Adviento 3 (B) – 2008
December 15, 2008
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra bondad sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (Flp 4,4-5).
Estas bellas palabras del apóstol San Pablo a los filipenses hacen eco a las de hoy. “Estad siempre contentos”.
Tradicionalmente este domingo se conocía en el misal romano como el domingo de “gaudete”, el domingo de la alegría. En el libro de Oración Común antiguo este tema aparecía en el domingo cuarto de Adviento.
Sin indicarlo explícitamente la Iglesia todavía ha conservado este tema en un domingo de Adviento. Todas las lecturas de hoy nos invitan a la alegría. En la lectura de Isaías la alegría aparece como fruto de una creación nueva por parte del Señor.
La palabra “alegría” aparece en las cartas de San Pablo más de veinte veces. En él, la base de toda alegría está en el Señor, por ello debemos estar siempre alegres. Y en la carta a los colosenses (1,24) nos confiesa que está contento de sufrir tribulaciones y dolores por el bien de los hermanos.
En el evangelio, la razón de la alegría es porque “entre nosotros hay alguien a quien no conocemos” y nos trae la salvación.
Ahora bien, si hemos de estar siempre alegres, ¿cómo podremos explicar el pesimismo que ha prevalecido en la historia de la Iglesia? ¿Por qué el ser humano se ha de empeñar en ver siempre tinieblas cuando estamos rodeados de claridad y bondad por todas partes?
Ya desde el principio el mensaje de Jesús fue alterado. Los escritores de los evangelios mezclaron la enseñanza de Jesús con sus propias opiniones. Tras un detallado análisis podemos detectar a un Jesús de mente amplia y corazón abierto a todos las gentes. Amor, compasión y misericordia, son las actitudes fundamentales de su actuar y predicar. Sin embargo, en muchas páginas se le presenta enfadado y condenando. Ejemplo claro lo tenemos en el final del Evangelio de San Marcos, añadido en el siglo segundo por un escriba, “El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,16). Este versículo esta fuera de lugar en el evangelio y sobre todo en el corazón amplio y generoso de Jesús. Hoy día, con una visión más pluralista de la sociedad y del mundo es muy difícil de sostener y defender esa doctrina. ¿Cómo no va a darse salvación entre los miles de millones de personas que no son cristianas?
En el pasado, bajo la influencia de doctrinas erróneas, todo se convirtió en malo y pecaminoso, y los cristianos empezaron a perder la alegría del vivir. En la Edad Media empezaron a aparecer largas listas indicando todos los pecados en los que se podía caer. Una de ellas enumera dos mil ochocientas clases de pecados.
Pero fue especialmente San Agustín quien más inculcó y diseminó el miedo a Dios, con la doctrina del pecado original y la condenación de los niños no bautizados. Su enseñanza impactó de una manera profunda todo el pensamiento cristiano y toda reflexión teológica. De los años mil cuatrocientos a los mil setecientos el pesimismo agustiniano campeó exageradamente en toda Europa.
Los teólogos protestantes, Lutero, Calvino y Zuinglio, aceptaron el pesimismo agustiniano y lo transmitieron a los cristianos en himnos, en sermones y en la enseñanza catequética. En una lección para niños hay esta pregunta:
“¿Qué nos enseñan los Diez Mandamientos?” Respuesta: “Que llevamos una vida de pecado y condenación y que Dios no puede encontrar nada bueno en nosotros”.
El pesimismo prevaleció de tal manera en los cristianos que la Iglesia creyó conveniente incluir en la liturgia tres domingos para levantarles el ánimo: el domingo de “gaudete”, alegraos, en Adviento porque nos llega un salvador; el domingo de “laetare”, alegraos, en la mitad de Cuaresma porque en la vida no es todo sufrimiento, y el domingo de “jubilate”, alegraos, en Pascua, porque toda tristeza se ha tornado en alegría en la resurrección de Cristo.
Los cristianos hemos de estar convencidos de que, a pesar, de los sufrimientos de esta vida, todo apunta a un futuro mejor.
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