Adviento 3 (A) – 2022
December 11, 2022
LCR: Isaías 35:1–10; Salmo 146:4–9 LOC; Santiago 5:7–10; Mateo 11:2–11
Encarcelado por órdenes de Herodes, Juan el Bautista tiene urgencia de saber si Jesús es el Mesías esperado. Para saberlo, envía una comitiva a donde se encontraba. La pregunta es simple: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? La respuesta de Jesús no se hace esperar: “Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia”.
Seguro que al reportarse a la cárcel donde estaba Juan, sus discípulos le presentaron la respuesta de Jesús como una buena noticia; una que no sólo alegraría el corazón del profeta, sino que le confirmaba la continuidad del trabajo empezado. El rol de Juan el Bautista, tal y como lo definen los evangelios, era preparar a la gente para recibir a Jesús y su mensaje sobre el reino de Dios, un reino que demanda la transformación integral de la persona por dentro y por fuera. Si nos diéramos permiso para entrar en la especulación bíblica, hasta podríamos decir que, al escuchar esta noticia, Juan puede que haya cerrado los ojos y pronunciado las palabras que conocemos del anciano Simeón: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel”.
La afirmación “a los pobres se les anuncia la buena noticia” significó, para Juan, mucho más que un conjunto de palabras bien intencionadas puestas en orden gramaticalmente correcto. Significaron la traducción del discurso en acción, las palabras en obras, la liberación, no temporal sino permanente, de los oprimidos por el yugo de la desigualdad y el egoísmo humano de aquella sociedad y que, en nuestro tiempo, se sigue cultivando.
Muchas veces pronunciamos frases como “Dios está contigo en tu sufrimiento”, “Dios te ama”, “Dios es un Padre bueno que no te abandona” …, y todo eso es verdad, pero no abarca, ni por mitad, lo que significa desde el punto de vista bíblico la Buena Noticia del Reino vista con los ojos de los profetas y del mismo Jesús.
Juan el Bautista creyó en esa buena noticia que Jesús anunciaba y representaba; porque creyó estaba en la cárcel, desde donde observaba a Jesús y eventualmente moriría. Juan cree en un Dios Padre que ama a todos, pero que tiene un amor preferencial por los más pobres y los marginados. No es que Dios no ame a los que no sufren, los ama; no es que Dios no ame a los ricos, los ama. Pero la Biblia nos lleva a pensar que Dios tiene un amor preferencial por los que más sufren, y Jesús expresa ese amor preferencial de Dios a través de su predicación y su obra. El mensaje que envía Jesús a Juan es la realización del “Magníficat”, el cántico de María en su encuentro con su prima Isabel: “derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías”.
El corazón del mensaje de Jesús, según lo encontramos en los evangelios, es el reino de los cielos. Un reino donde Dios reina, cuyos valores primordiales son el amor y la justicia. De esos dos valores nace la paz. Nosotros, como discípulos de Jesús, hemos sido comisionados no sólo para traer más seguidores a la Iglesia, sino para enseñarles a los que se van incorporando lo que hemos aprendido del ministerio, la predicación y la vida de Jesús. Esto es lo que podemos inferir de Jesús cuando leemos cuidadosamente lo que escriben los evangelistas sobre Él: ejerció su ministerio mayormente entre los pobres, predicó primordialmente a ellos, la mayor parte de sus obras milagrosas las realizó en su favor. Estas afirmaciones se nos convierten en claves que definen con claridad los recipientes por excelencia la misión de la Iglesia Cristiana, de la cual nosotros, los episcopales, somos parte.
En su respuesta a Juan, Jesús enfatiza el lugar hacia donde siempre debemos mirar como destino principal de nuestra acción cristiana. También, en su respuesta, Jesús nos enseña el sentido de urgencia de nuestra misión y el carácter de acción continua de nuestro llamado. El reino de Dios avanza sin reposo y nosotros tenemos que seguirnos moviendo para no quedarnos rezagados.
La pregunta de Juan sigue activa en la dinámica de la venida y proclamación del reino de Dios, pero ahora para nosotros, no para Jesús. ¿Somos nosotros los propiciadores del reino de Dios o tenemos que seguir esperando a la siguiente generación de cristianos para que lo hagan por nosotros? Ojalá que nuestra respuesta traiga tranquilidad a los oídos del profeta: servimos a los pobres, luchamos por la justicia, proclamamos la Buena Noticia de Jesús, protegemos la creación, somos hospitalarios con los inmigrantes, cultivamos la paz.
Quizás hay otra forma de plantearnos esta misma pregunta: ¿Qué estamos haciendo como cristianos para mejorar e impactar positivamente este mundo? ¿Cuáles son los frutos de nuestra fe? Jesús respondió a Juan con una lista de medibles. ¿Cuáles cosas incluiríamos nosotros como individuos y como comunidad de fe? Vivimos en tiempos extraños, las buenas noticias escasean. Empecemos por lo más práctico, lo que hacemos en nuestro hogar, en nuestra Iglesia y vecindario, luego expandamos la frontera.
Que Dios les bendiga.
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