Adviento 2 (B) – 2020
December 06, 2020
[RCL]: Isaías 40:1–11; Salmo 85:1-2, 8-13; 2 Pedro 3:8-15a; San Marcos 1:1-8
El adviento es una estación de espera y preparación que ayuda a disponer el espíritu para la celebración de la encarnación de Dios, o como comúnmente se le llama, la Navidad. Muchas y distintas tradiciones rodean este tiempo en toda Latinoamérica, como la novena o el encendido progresivo de la corona de adviento; es común que en muchas iglesias el árbol de Navidad se ponga y se ilumine en vísperas de Nochebuena, también escuchar a los miembros de las congregaciones pedir se entonen canciones de Navidad; es como si desde el adviento se desatara una necesidad de apresurar la alegría navideña, un deseo de encontrarnos con ese tiempo grato que hace ver todo lleno de colores. El adviento es un viaje espiritual dispuesto para guiarnos hasta el nacimiento de Jesús.
Sin embargo, este 2020 ha sido un año difícil, diferente; un año para el que nadie tuvo ningún tipo de “adviento” (de preparación). La pandemia golpeó el mundo sin previo aviso. Éste quizá sea un año en el que vivamos un adviento marcado por el deseo de que llegue pronto la Navidad, de que el año pase para entrar con nuevas fuerzas a un 2021 lleno de nuevas posibilidades, dejando atrás todo lo que éste ha traído. Definitivamente el mundo necesita escuchar la buena noticia que Dios tiene para nosotros en Cristo.
El Evangelio de hoy, precisamente relata el principio de la buena noticia de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. Lo curioso es que Marcos no comienza con el relato del nacimiento de Jesús sino mirando hacia atrás, tanto como le fue posible; inicia contando el principio de la buena noticia apelando a los profetas; por ello cita a Isaías anunciando la llegada de Juan el Bautista, el mensajero que habría de preparar el camino del Señor. Este Juan, el último de los profetas, es esencialmente presentado como un predicador carismático que invita al arrepentimiento y a la vida nueva a través de las aguas del bautismo. El evangelio cuenta como gente de toda Judea acudía a este personaje extravagante que vestía con pelo de camello y comía miel de monte, cosas que probablemente hoy no lo harían muy popular. El Bautista era ciertamente diferente, aun para su época.
Luego de citar a los profetas e introducir a Juan, Marcos pone la mirada en el futuro y anuncia, por boca del Bautista, la llegada de Jesús: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua; pero él los bautizará con el Espíritu Santo”. Así, esta porción del evangelio tiene una estructura muy bien definida que se puede dividir en tres partes: una mirada al pasado con los profetas, la introducción de Juan el Bautista como mensajero de Jesús, y finalmente una mirada al futuro con el anuncio de la llegada del Mesías, aquel que bautizaría con el Espíritu Santo.
Ahora que nos acercamos al final de este año 2020, posiblemente marcados por la premura de que termine y celebrar de una vez la Navidad, se hace importante enfatizar la importancia del adviento y la estructura de pasado, presente, futuro que propone el texto del evangelio. Esta estructura, este modo que tiene Marcos de introducir la llegada de Jesús, es un excelente método para prepararnos de modo que podamos verdaderamente estar listos para esta Navidad que también será diferente y extraordinaria.
Siguiendo el modo en el que Marcos anuncia la buena noticia comencemos mirando hacia atrás. En efecto, hay que darse tiempo para reflexionar en todo lo que hemos vivido este año; ha sido un tiempo de frustraciones, de planes pospuestos, de cuarentenas, de trabajos perdidos, de viajes que no tuvieron lugar, de abrazos que no nos dimos. Hagamos tiempo para llorar lo que hemos perdido, la gente que partió y no pudimos ver. Éste ha sido un año de aprender cosas nuevas, de ser iglesia de una manera nueva; también surgieron nuevos amigos y la ayuda que vino de donde menos la esperábamos. Las cosas no serán como antes. Detengámonos a mirar al pasado por un momento y ver cómo Dios nos ha hablado en cada una de las cosas que hemos vivido.
Luego miremos el presente y abramos el corazón para ver a los mensajeros que Dios está poniendo en nuestras vidas, como puso a Juan el Bautista para la gente de Judea. Dios levanta profetas todos los días y, si no estamos atentos, podemos hacer caso omiso de la palabra de vida y de esperanza que nos está comunicando a través de quienes nos rodean. Mantengamos los oídos abiertos a lo que el Espíritu está trayendo a nuestras vidas hoy.
Marcos es el único evangelio que muestra a un Juan cándido, suave, que no llama a la gente “¡raza de víboras!”, sino que se limita a anunciar a Jesús. Nosotros también estamos llamados, en este adviento 2020, a ser profetas de la esperanza, a no criticar a la gente, a no ser duros con nuestras palabras, ni siquiera con nuestra familia. Limitémonos a indicar el camino que conduce a la vida eterna y que se hizo visible al mundo en un pesebre y en brazos de una mujer. Este año pide mucha gracia y mucha flexibilidad ante lo que acontece.
Finalmente, pongamos todo lo que hemos vivido este año y lo que hemos aprendido a los pies del árbol de navidad y miremos al futuro con esperanza, con nuevas fuerzas, con una fe más madura, aferrándonos a las promesas que nos han sido dadas en Cristo Jesús. Este año ha sido un año de prioridades: hemos tenido que priorizar en lo que gastamos el dinero, pensar bien los lugares a donde vamos, considerar a quienes visitamos; durante la cuarentena más estricta la sociedad señaló qué trabajos eran esenciales y cuáles no. Miremos desde ahora a la Navidad -que es nuestro futuro más cercano- y descubramos cuánta sencillez envuelve: no fue esencial para Dios tener una habitación cómoda donde nacer, ni unas sábanas blancas, ni unos pañales perfumados, ni las condiciones mínimas de la casa de María y José porque el nacimiento del Mesías les sorprendió fuera. Y ninguna de las cosas que parecían ser esenciales detuvieron la llegada de Jesús al mundo. Nuestro mundo, ahora mismo luce muy distinto, incluso nuestros rostros están cubiertos con máscaras, quién iba a sospechar que este adviento luciría de esta manera. Aun así, la invitación final es la de poner la mira en el futuro, en la esperanza que se acerca.
Ni el virus, ni las carencias, ni ninguna otra cosa puede detener el milagro de la Navidad. Y no puede detenerlo porque la esperanza que necesitamos, más esencial y necesaria que nunca, está en Cristo Jesús, y él nunca falla. Miremos al pasado, veamos cómo Dios nos acompañó hasta aquí; escuchemos la voz de Dios hoy, hablando a nuestras vidas en la voz de los profetas de nuestro tiempo y, sobre todo, pongamos la mirada en el futuro, en la esperanza que nos ha sido prometida y que se revela en la fragilidad de un Niño que nos recuerda cuánto dependemos del cuidado y del amor de Dios.
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