Sermones que Iluminan

Adviento 2 (B) – 2023

December 10, 2023

LCR: Isaías 40:1–11; Salmo 85:1–2,8–13; 2 San Pedro 3:8–15a; San Marcos 1:1–8

La lectura para este segundo Domingo de Adviento y preparación para la venida del Hijo de Dios gira alrededor de las figuras de los profetas Isaías y Juan el Bautista, teniendo como contexto particular el desierto.

El desierto ha sido uno de esos paisajes privilegiados en la literatura y el arte bíblicos por el simbolismo que contiene, pues intimida al ser humano con su vastedad, soledad y silencio. El desierto nos remite a lo estéril, a una geografía poco acogedora e inhóspita, a una topografía muy accidentada con profundos barrancos y altas montañas, a una flora escasa y reseca, a una fauna salvaje donde serpientes, escorpiones y chacales se encuentran al acecho. En nuestras tradiciones judeocristianas nos recuerda la destrucción y la tierra desolada, las pruebas y tentaciones, lo opuesto a la fertilidad y abundancia en el lenguaje del salmista.

Juan el Bautista vive en el desierto de Judea y es esa voz profética que prepara el camino al Salvador de la humanidad. Su mensaje no es tranquilizador, de acogida y amor al prójimo, sino condenatorio: todos deben volverse a Dios, confesar sus pecados y ser bautizados en las aguas del río Jordán. Un discurso rigorista de exigencias por la desobediencia del pueblo hebreo a su Dios. Su ropa y modo de vida hacen juego con la estética del desierto y su mensaje: viste las toscas pieles del camello sujetadas con un cinto de cuero, se alimenta de insectos y miel, y lleva la austera vida de un anacoreta, apartado de todo lo mundano de la ciudad y sus atracciones.

Por su parte, el profeta Isaías anuncia, con seis siglos de antelación -al otro lado del desierto, en Babilonia-, un mensaje de consolación y paz, preparatorio para la llegada del Mesías: recuerda que ya se han alcanzado la liberación de la esclavitud del pueblo y el perdón por las faltas cometidas. Por ello, la voz profética que anuncia la liberación de Israel y denuncia su pecado, está llamada a trazar un nuevo camino recto, llano, liso; un sendero amable que surgirá de en medio de una región estéril y desértica.  

¿Cómo confluyen estos dos discursos en nuestra comprensión del advenimiento del Cristo, el Mesías esperado, el Ungido de Yahvé, el Hijo del Altísimo? ¿Qué nos dicen estos textos para nuestra preparación como creyentes hoy?

Quizá podemos comprender mejor el contexto del desierto si tomamos en cuenta que Palestina no es una región totalmente árida, desprovista de vegetación y agua. Allí también abundan las zonas de pastoreo en la corta estación que sigue a las lluvias invernales; en ese momento, los secos arbustos del desierto se reverdecen, aparece una alfombra de hierva salpicada de pequeñas florecitas de colores y resurgen como por encanto los manantiales y pozos de agua para el alivio de la sed de personas y animales. El profeta Isaías ve en esta imagen el actuar de Dios: la esperanza de vida, la superación de todo temor y la posibilidad de un momento nuevo en la historia de la salvación. Cada año las lluvias del invierno despiertan los brotes y reaparece la vida vegetal, pues allí, en el desierto, están contenidas esas semillas, ese germen, grano o simiente que renace en la nueva estación.

Esto es lo que significó el anuncio de Juan el Bautista para el pueblo de Israel en medio de la aridez de sus circunstancias difíciles por ser un país sometido al Imperio Romano, y por la decadencia y olvido de sus líderes religiosos. Juan proclama: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias.” Juan anuncia a Cristo, quien es el camino, la verdad y la vida, y aquel que nos lleva a una nueva vida de amor y misericordia en él. Pero la vida ya estaba presente: en la predicación profética que anuncia un nuevo camino sin tropiezos, en la esperanza de un Reino de paz y amor, en la visión del lobo y el cordero pastando juntos.

Dentro de cada una y cada uno de nosotros está también presente el Reino de Dios que busca germinar para transformar nuestras familias, barrios, ciudades, sociedades y nuestro mundo. Del mismo modo que los espléndidos robles, nogales, castaños y almendros están latentes y contenidos dentro de una diminuta nuez o bellota, así mismo la posibilidad de justicia, amor y paz está presente al interior de nuestra espiritualidad y capacidad de acción cristiana. En medio de nuestros desiertos personales, comunitarios y sociales seamos sensibles a la voz que proclama el nacimiento de Cristo para llenar este mundo con su amor; pues ya desde dentro de nuestras vidas espirituales brota la fuente inagotable de vida en Cristo que trae salvación y paz.

Las voces de los profetas Isaías y Juan el Bautista se escucharon en medio del desierto para invitar a volverse a Dios y para traer esperanza al pueblo. Sus voces, como nuestras voces y acciones hoy, pueden ser esa lluvia que anuncia la llegada de la vida a quienes están dormidos, aletargados, cansados, sedientos y vacíos por la aridez del consumismo, egoísmo, insensibilidad e insolidaridad. A fin de hacer germinar la semilla del Reino de Dios dentro de nosotros, tomemos en cuenta, cómo nos recuerda el Obispo Presidente Michael Curry, que “ser cristiano no consiste esencialmente en afiliarse a una iglesia o ser una buena persona, sino en seguir los pasos de Jesús, tomarse en serio sus enseñanzas, dejar que su Espíritu tome la iniciativa en nuestras vidas y, de este modo, contribuir a que el mundo deje de ser nuestra pesadilla para convertirse en el sueño de Dios”.

Pidamos al Dios Enmanuel, que viene a encarnarse en este mundo y en nuestra realidad, que esas semillas del Reino, que yacen dormidas en cada una y cada uno de nosotros, sean regadas hoy por su Espíritu y reverdezcan llenando de color, alegría y paz los paisajes desérticos de nuestra vida y la vida de nuestras familias y sociedades. Que así sea.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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