Adviento 2 (A) – 2022
December 04, 2022
LCR: Isaías 11:1-10; Salmo 72:1-7,18-19; Romanos 15:4-13; Mateo 3:1-12
Las lecturas que acabamos de escuchar nos alientan a mantener la luz de la vela de la esperanza con la cual entramos, el domingo pasado, en la estación del año litúrgico llamada Adviento. Para este domingo encendimos la vela del amor y, con ella, se nos invitó a seguir en devota espera, preparándonos para la llegada del Niño Dios, el amor de Dios Padre encarnado en Jesús, su Hijo amado, el Mesías anunciado por los profetas, nuestro Redentor y nuestro Príncipe de Paz.
La espera y preparación para recibir en nuestras almas al Hijo de Dios -vivamos en países tropicales, montañosos o en aquellos que se llenan de las nieves invernales- convierten a diciembre en un mes de mucho ajetreo y nos vuelven al recuerdo de años anteriores, especialmente a los de nuestra niñez.
Para muchos es costumbre sacar del cuarto trastero (desván, altillo) todo lo que se guardó de años anteriores ante la mirada expectante de la familia, que ve cómo van apareciendo las figuras de José y María, el pesebre de paja, la mula y el buey, las ovejas que fabricaron los niños con algodón y palillos, los pastores en sus trajes vistosos, las casas de cartón, los hilos de papel transparente para los ríos o los lagos, la estrella plateada de Belén, los tres reyes magos y cuidadosamente envuelto en lino blanco, el Niño Dios, muchas veces la figura más grande de todas. Otros adornan sus hogares y preparan el árbol de navidad. Para otros nunca faltan las luces que alumbran las fachadas de sus casas, agregando cada año diferentes colores para cubrir más y más áreas de los hogares.
Muchos de nosotros y nosotras queremos que los pesebres sean los mismos cada año y siempre los colocados en el mismo sitio de la sala porque de esa manera recordamos las historias de los familiares que han partido al abrazo eterno del Amor Divino. En otros hogares cada año se compran nuevas figuras, luces y se cambia de lugar y de tamaño el pesebre familiar.
Desde los primeros días de diciembre, luces de mil colores y formas cubren los árboles de los parques de nuestras ciudades; árboles navideños adornan centros comerciales y hasta edificios de gobierno, y gran variedad de música navideña se oye por todas partes. En la mesa familiar se escuchan muchas ideas y muchos son los planes para una vez más recibir en nuestros corazones ese amor divino que, como escuchamos en la lectura del profeta Isaías, es “De ese tronco que es Jesé”, el retoño que brota de sus raíces.
En nuestras congregaciones y para nuestras comunidades de fe la invitación es la de entrar en una reflexión que abra nuestros corazones al perdón y la reconciliación para con nosotros mismos y para nuestro prójimo. De esa manera, como nos urge el Bautista con palabras tal vez no antes oídas, preparamos “el camino del Señor”, le abrimos “un camino recto” y nos volvemos a Dios “porque el reino de los cielos está cerca”. Las palabras del profeta Isaías también nos sirven de inspiración para que, con la luz de la vela del amor de este segundo domingo de Adviento, ramas nuevas surjan de nuestras almas al dejar que el Espíritu de Dios more por siempre en nosotros y nos provea todo lo que necesitamos para vivir una vida que nunca se aparte de la verdad y la justicia.
Siguiendo el consejo del profeta Isaías para nuestras vidas, se trata de comprometernos a que la verdad y la justicia guíen nuestros pensamientos, sean parte integral de nuestras acciones y estén presentes en nuestras relaciones, incluyendo nuestro trato para con los más débiles por quienes nuestra labor de amor es luchar por su bienestar y sus derechos a una vida digna. También nos invita el profeta a vivir una vida en la que sea prioridad llenarnos del conocimiento de Dios, de la sabiduría y la prudencia que aprendemos de nuestras experiencias y de nuestros mayores, y vivir con la fuerza que afianza nuestra fe en el amor divino y su plan para cada uno de nosotros y nosotras. De esa manera llegaremos a vivir lo que profetiza: “En ese tiempo el retoño de esta raíz que es Jesé se levantará como una señal para los pueblos; las naciones irán en su busca, y el sitio en que esté, será glorioso”.
Si en esta segunda semana de Adviento nuestro deseo es explorar lo que necesitamos para acercarnos más al conocimiento de Dios y vivir como hermanos y hermanas, cuidándonos unos a otros, Pablo, en su carta a los romanos, nos aclara que: “Todo lo que antes se dijo en las Escrituras, se escribió para nuestra instrucción, para que con constancia y con el consuelo que de ellas recibamos, tengamos esperanza”. Esa constancia y consuelo vienen de Dios y nos ayudan a vivir aceptándonos unos a otros en armonía, siguiendo el ejemplo de su amado Hijo Jesucristo.
Invitémonos entonces a no sólo disfrutar de la construcción del pesebre de siempre o el más innovador, o a lograr un árbol bien adornado, sino también a explorar las Escrituras que alimentan nuestra fe y el amor a nuestros seres queridos y al prójimo. Elevemos cánticos de alabanza como el del salmista que escuchamos hoy:
“¡Bendito el Señor Dios, el Dios de Israel,
el único que hace maravillas!
¡Bendito para siempre su nombre glorioso!
Toda la tierra se llena de su gloria.
Amén y Amén.”
Las palabras de Pablo: “Que Dios que da esperanza, los llene de alegría y paz a ustedes que tienen fe en él y les dé abundante esperanza por el poder del Espíritu Santo”, junto con la luz de las velas de la esperanza y el amor, acompañen nuestra espera que con tanto anhelo nos lleva a preparar nuestros hogares para recibir con devociones y cantos al Niño Dios para que venga a nuestras almas cargado de bendiciones. ¡Que así sea!
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