Adviento 2 (A) – 2016
December 04, 2016
La historia nos ha mostrado que los que fueran adversarios en el pasado, hoy en día comparten el mismo sueño de construir juntos un mejor futuro para sus naciones. Tal es el caso de Sudáfrica, que entre 1948 y 1990 se impuso un sistema de segregación racial, conocido como el apartheid. Esto causó muchísimo dolor y muerte a muchos en la sociedad sudafricana.
El plan de Dios para la humanidad contempla la plena reconciliación de los miembros de la raza humana a pesar de que muchos acontecimientos muestren lo contrario.
La primera lectura tomada del libro del profeta Isaías está llena de imágenes que revelan que la reconciliación entre los seres humanos es creer que, “el lobo y el cordero vivirán en paz, el tigre y el cabrito descansarán juntos, el becerro y el león crecerán uno al lado del otro, y se dejarán guiar por un niño pequeño”.
Los grandes avances tecnológicos de los últimos años, nos han permitido a los seres humanos comunicarnos al instante desde cualquier lugar del planeta; sin embargo, los pueblos de la tierra todavía sufren los flagelos de la guerra, la dominación y el odio racial. A veces parece que avanzamos y alcanzamos logros en el respeto a la diversidad entre las personas, pero una y otra vez afloran los viejos prejuicios contra el extranjero, contra las mujeres y contra las minorías.
En la comunidad de fe se cultiva siempre la esperanza de un mañana mejor. El mensaje de Isaías nos estimula y anima al recordarnos que los seres humanos estamos llamados a la sana convivencia. Dios nos ha dado la responsabilidad de construir una sociedad más humana y nos sigue recordando por medio de las Santas Escrituras, que el día de la reconciliación está cerca.
San Pablo en su carta a los Romanos reafirma el propósito de unidad que Dios nos muestra cuando dice : “Así pues, acéptense los unos a los otros, como también Cristo los aceptó a ustedes, para gloria de Dios”.
La aceptación a la que se refiere san Pablo se manifiesta en numerosos gestos entre creyentes y no creyentes. Aceptar que la naturaleza humana está marcada por la diversidad y que cada persona es única es una forma de hacerlo. Más aún el milagro de la creación de Dios consiste en una diversidad ilimitada, una creación donde tienen lugar las distintas razas y creencias, distintas culturas y estilos de vida, distintas lenguas y costumbres. Nuestro Dios ama la diversidad. San Pablo repitiendo a su vez al profeta Isaías nos invita: “¡Alégrense, naciones, con el pueblo de Dios!” Y en otro lugar dice: “Naciones y pueblos todos, ¡alaben al Señor!”
Entre los que confesamos a Jesús como Señor de la historia y del universo parece no existir acuerdo ante el hecho que Dios nos ha creado distintos. Hay cristianos y cristianas que pretenden imponer con rigidez, normas de uniformidad de pensamiento y de comportamiento que según ellos, constituyen la única manera de vivir la fe cristiana. Bajo esa perspectiva condenan a los que opinan diferente y a los que son distintos por su identidad u orientación sexual. También, ha contribuido el hecho de interpretar la Biblia literalmente, ignorando el contexto histórico y social en el que se llevaron a cabo los acontecimientos bíblicos y el contexto en el que vivimos. Todo esto anula por completo la actitud crítica y el respeto a la diversidad, en nombre de volver a un cristianismo puro y perfecto.
La figura de Juan el Bautista en el evangelio de hoy es el mejor ejemplo de alguien que no se acomodó a lo tradicional y puramente religioso. La predicación de Juan en el río Jordan era un grito que cuestionaba una religión de costumbres y de reglas.
Juan con un temperamento muy enérgico y tal vez explosivo para algunos, condenaba a los fariseos y saduceos por enfocar su práctica religiosa única y exclusivamente en las normas. Así lo leemos en el evangelio de hoy: “Pero cuando Juan vio que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: “¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca? Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor, y no presuman diciéndose a sí mismos: ‘Nosotros somos descendientes de Abraham’; porque les aseguro que incluso a estas piedras Dios puede convertirlas en descendientes de Abraham”.
Asumir el rol de Juan Bautista hoy en día tiene sus consecuencias, como las tuvo para el propio Juan Bautista, que fue decapitado por tratar de convertir a los duros de corazón.
El reto más grande de Juan fue el cambiar las mentes de aquellos que habían nacido, crecido y formados en una práctica religiosa ritualista y puritana. Para ellos y ellas, la religión debía vivirse como un acuerdo con Dios: cumplimos con las normas y Dios tiene que darnos el premio que merecemos. En otras palabras una religión centrada en los intereses personales del bienestar y la comodidad y no en la construcción de una sociedad más justa y humana.
Las cosas no son diferentes hoy en día, pues al leer algunos mensajes religiosos que se comparten en los medios sociales, la oferta es que si te gusta o respondes “amén”, recibirás dinero y prosperidad y si no lo compartes con todos tus contactos te atienes al castigo que está reservado a los incrédulos. Dios nos libre de tanta ignorancia que nos conduce a una religión fundada en el egoísmo y la comodidad.
En este Segundo Domingo de Adviento, también se nos invita a reflexionar en la manera que nos preparamos para celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. La pregunta que podemos hacer es la siguiente: ¿Es una Navidad más como tantas otras que hemos celebrado poniendo énfasis en la decoración, en lo que vamos a vestir o lo que vamos a regalar?
Nos preparamos para la celebración del encuentro de Dios con la humanidad, por medio de Jesús-un encuentro con esa porción de la humanidad más desprotegida y vulnerable, así como lo testifica el relato del nacimiento de un Jesús vulnerable-nacido en un establo según el evangelio de Lucas.
En este Adviento cada uno de nosotros tiene la misión profética de Juan el Bautista. Primero recordándonos a nosotros mismos que Dios envió a su Hijo Jesús a reconciliar al mundo. Los discípulos y discípulas de Jesús continuaron con su misión por distintos lugares y delegaron a otros y otras la misión de anunciar la construcción del reino de Dios.
Tal misión es la misma para los cristianos y cristianas del siglo 21; las generaciones de creyentes son distintas pero el anuncio es el mismo, dice el Señor en el evangelio de hoy: “¡Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!”
El reino de Dios, una sociedad más justa, o la reconciliación de todos los pueblos, son formas distintas de nombrar la misma meta que Dios tiene para el género humano. Lo importante es cómo cada uno de nosotros y nosotras es un instrumento en las manos de Dios para que esa meta llegue a ser una realidad entre todos los pueblos de la tierra.
Que Dios, autor de esperanza, nos llene de alegría y paz a todo el que tiene fe en él, y nos dé abundante esperanza por el poder del Espíritu Santo.
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