Adviento 1 (C) – 28 de noviembre de 2021
November 28, 2021
LCR: Jeremías 33:14–16; Salmo 25:1–10 [= 25:1–9 LOC]; 1 Tesalonicenses 3:9–13; San Lucas 21:25–36
Hoy, con el primer domingo de adviento, damos inicio a un nuevo año litúrgico en nuestra Iglesia y en casi todas nuestras hermanas iglesias históricas. ¿Qué significado tiene este tiempo que antecede a la Navidad?
La palabra adviento proviene del latín y significa “Venida del Redentor”. Está comprendido por cuatro domingos, cuyas lecturas nos van a preparar, en actitud espera, arrepentimiento, perdón y oración, para el nacimiento de Nuestro Salvador y Señor Jesús. Si ponemos especial atención, nos vamos a dar cuenta del gran simbolismo con el que inicia, empezando por el cambio de color de los ornamentos litúrgicos, de los cuales en tres domingos dominará el color morado y, en el otro, el rosado; notaremos los mismos colores en las cuatro velas de la corona de adviento -en ocasiones se agrega una blanca en el centro para el día de Navidad-. A lo anterior, se unen las luces que ya adornan toda la Iglesia.
Ahora bien, veamos cómo nos preparamos en este tiempo, de casi un mes, para la “Venida del Redentor”. La guía la encontramos en las lecturas de hoy.
En el Salmo 25, versículo 4, vemos la petición del salmista a Dios en actitud de oración: “Encamíname en tu verdad, y enséñame; porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día”. Podrían surgir algunas preguntas en nuestro interior, por ejemplo: ¿Cómo es posible seguir el camino y ser instruido en la verdad del Señor? ¿Cómo encontrar las respuestas que hemos esperado todo el día o toda la vida? Y tal vez no sólo eso, sino ¿Cómo podríamos vivir en la verdad de Dios y sentir la salvación? Sin duda alguna, con Jesús encontramos respuestas a nuestras preguntas más inquietantes, a éstas y muchísimas otras; preguntas sobre las cuáles podemos pasar toda nuestra vida respondiendo y viviendo la experiencia de la respuesta. Las preguntas y las respuestas no están acabadas y limitadas; cada día podríamos volver sobre ellas, por años y generaciones.
Tras esta reflexión, dirijamos ahora nuestra atención en lo que Jesús nos dice en dos pasajes específicos del Evangelio de Lucas que escuchamos en este día. El primero señala: “Tengan cuidado y no dejen que sus corazones se hagan insensibles por los vicios, las borracheras y las preocupaciones de esta vida”. Y es que cuando el corazón se vuelve insensible, es como si perdiéramos la capacidad de sentir la presencia de Dios a través de las diversas manifestaciones que Él hace a todo momento y en cada detalle, comenzando por el mayor milagro que experimentamos: la vida. Hemos escuchado decir que “cada día es un día menos de vida y un día más cerca de la muerte”; ¿qué decir de esto? Si perdemos la sensibilidad no podremos descubrir la presencia de Dios en los pequeños detalles cotidianos: una suave brisa, el movimiento de las nubes, las sonrisas diarias y tantos acontecimientos con los que nos encontramos a diario. Ser sensible es tener nuestro corazón y mente en actitud atenta y agradecida ante las innumerables manifestaciones simples y aparentemente imperceptibles.
En el segundo pasaje Jesús nos dice: “Estén ustedes preparados, orando en todo tiempo”. Ésta es la respuesta central en nuestra vida, como cristianos, para siempre tener el corazón sensible a la voz de Dios. Parece una solución sencilla. Sin embargo, también nos pueden asaltar dudas acerca de lo que realmente es orar. Podemos resumir la oración como una conversación con Dios, específicamente con la Persona de Jesús. Como toda conversación, hay algunos elementos clave a tener en cuenta.
En primer lugar, necesitamos tiempo para hablar. En ocasiones, podemos sentirnos abrumados u ocupados, y nos decirnos a nosotros mismos: “no tengo tiempo”. En realidad ¿no lo hay? Cuando estamos cansados es necesario pausar, cuando estamos preocupados es necesario pausar, cuando estamos molestos, agobiados, tristes, en cada momento que pareciera que el estrés nos quita la paz, es necesario pausar. Pues, cuando hagamos esas pausas, oremos, hablemos con Jesús. Notaremos inmediatamente que sí tenemos tiempo; más de lo que podríamos imaginar. Nos dice el Evangelio: “orando todo el tiempo”. Una historia, con respecto a Martín Lutero, dice que una vez le preguntaron sobre qué haría el día siguiente, a lo que contestó: “Trabajo, trabajo de sol a sol. En verdad tengo tanto que hacer, que pasaré las primeras tres horas en oración”.
En segundo lugar, para conversar, debemos tener una actitud de escucha y, para ello, el silencio interior y exterior es necesario para una genuina conversación. No olvidemos que Dios nos habla a través de su Palabra, en la vivencia comunitaria de la fe con nuestras hermanas y hermanos, participando como bautizados en la máxima expresión de oración: la Santa Eucaristía, la acción de gracias.
En tercer lugar, es necesario abrir nuestro corazón. Tal y como somos podemos pedir, agradecer, quejarnos, llorar; probablemente, en algunos momentos no tendremos las palabras, pero no debemos preocuparnos por ello, nuestro ser también habla a través de nuestros sentimientos y emociones, y Dios los entiende, los siente incluso más allá de nuestras limitadas perspectivas. Él nos creó y conoce nuestras entrañas.
Por último, es menester continuar alimentando y profundizando nuestra relación con el Señor, incluso, en nuestros peores momentos; en ellos también podemos ver sus bendiciones y su presencia amorosa que nunca se aleja, porque, en definitiva, se trata de una relación de amor.
Finalmente, si es posible, cada uno de nosotros podría disponer de una corona de adviento en casa. De esta manera ayudaríamos a generar un ambiente propicio para prepararnos espiritualmente en este tiempo de espera, arrepentimiento, perdón y oración, con los signos que nos propone la Iglesia, y crearemos un espacio de recogimiento para disfrutar, en soledad o en familia, al ir encendiendo las velas, viendo cómo se disipan, poco a poco, cada semana, las tinieblas, y contemplar la luz que Jesús encarnado trae con su nacimiento para iluminarlo todo.
El Rvdo. Israel Alexánder Portilla Gómez es sacerdote en la Misión San Juan Evangelista, Diócesis de Colombia, donde ha ejercido el ministerio desde diciembre de 2016.
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