Sermones que Iluminan

Adviento 1 (B) – 2014

December 01, 2014


Iniciamos hoy los cristianos de la mayoría de las iglesias históricas, el Año nuevo litúrgico; es decir, las iglesias que se rigen por el Calendario Gregoriano, las iglesias que se rigen por el Calendario Juliano lo harán dentro de algunos días más.

Mientras el año civil va llegando a su final, el año litúrgico comienza para los cristianos hoy con este primer domingo de Adviento. Esto quiere decir que nosotros inauguramos nuestro año con una temporada de cuatro semanas a la cual llamamos Adviento, del latín adventus, “llegada”.

En la antigüedad, y aún hoy, la ‘llegada’ de un personaje importante se preparaba con anterioridad, se mejoraba el aspecto del paisaje, se embellecían las calles, las casas; la gente procuraba comprar nuevos vestidos, todo porque alguien importante llegaría a un determinado lugar. Y todo esto se hacía porque previamente se había anunciado la visita de ese personaje. Un rey, un emperador … ya en tiempos del cristianismo, el papa, un obispo… anunciaban su visita a un lugar e inmediatamente comenzaban los preparativos para recibirle.

De acuerdo con esto, el tiempo que iniciamos hoy es de preparación; hoy comenzamos los preparativos necesarios y convenientes para el adventus, llegada, del gran personaje que da sentido y fundamento a nuestra fe: Jesús. El Adviento, por tanto, no es una celebración en sí misma, es una manera de prepararnos para una celebración real, la Navidad o nacimiento de nuestro salvador Jesucristo. Todo lo que escucharemos durante estos cuatro domingos siguientes a partir de hoy, nos debe llevar a celebrar jubilosamente la llegada de Jesús: la decoración del templo, la corona de Adviento, los cantos, las lecturas de la Sagrada Escritura, todo esto nos ayuda a preparar esa venida y a vivirla como auténticos cristianos, en la sobriedad, en la sencillez y, sobre todo, en el espíritu de humildad con que viene nuestro anunciado Personaje.

Las lecturas nos introducen pues, en ese ambiente de esperanza. El pasaje del profeta Isaías que escuchamos hoy, nos describe de una manera muy poética las esperanzas de todo un pueblo; un pueblo que ha pasado por las más amargas experiencias históricas, que ha perdido muchas cosas, pero que aún mantiene viva su fe y, sobre todo, su esperanza. Desde esa trágica experiencia de destrucción, muerte, deportación y sometimiento a los babilonios por más de cincuenta años, la conciencia del pueblo de Dios, cuyo vocero físico es el profeta, reconoce sus culpas y pecados, pero al mismo tiempo acude a su Dios para manifestarle que él y sólo él puede venir, “romper el cielo y bajar” hasta donde se halla su pueblo y rescatarlo: “Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él” (Isaías 64:3).

La primera invitación que recibimos hoy es entonces a orar, orar con fe y confianza, con una sincera actitud de reconocimiento de que somos pecadores. Quizás con frecuencia recordamos que somos pecadores, pero la cuestión no es simplemente reconocerlo, la cuestión debe tener una doble finalidad: orar con confianza a Dios para que nos ilumine y nos dé la fuerza necesaria para salir del pecado, y luego, esperar con humilde fe la salvación que viene de él.

El evangelio nos pide que fijemos nuestra atención en el final de los tiempos. A partir de hoy y durante todo el Año Litúrgico, nos acompañará san Marcos como el evangelista del Ciclo B. Hoy no escuchamos el inicio propiamente de su evangelio, lo escucharemos el próximo domingo; hoy escuchamos un pasaje casi del final, a punto ya de comenzar el relato de la pasión de Jesús. El sentido como ya se dijo, es llamarnos la atención sobre lo importante que es mirar hacia nuestro futuro, pero mirar hacia el futuro no quiere decir angustiarnos por lo que vendrá; más bien, es hacer el esfuerzo de anticipar la alegría del encuentro con el que vendrá al final de los tiempos.

La segunda invitación que recibimos hoy todos los cristianos es entonces la vigilancia, “velen y oren”. Es muy bueno cuando alguien anuncia su visita y fija un día y una hora para su llegada. A partir de su anuncio organizamos el tiempo y lo que tenemos que organizar para esa visita; con Jesús las cosas no son así; “… en cuanto al día y la hora, no los conoce nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el hijo; sólo los conoce el Padre” (Marcos 13:32). Y para mitigar esa espera, o mejor dicho, para convertirla en esperanza viva y confiada, Jesús propone una breve parábola, la de los servidores diligentes; si cada uno está en lo suyo, si cada uno hace lo que debe ser y es consciente del momento que está viviendo, no tendrá ningún problema con el amo cuando regrese.

A muchos cristianos les aterra pensar en el fin de los tiempos o en su final personal. En realidad no debería ser así. Si cada tenemos clara conciencia de que algún día se realizará en nuestra vida ese momento de encuentro definitivo con el Amo, y si ya sabemos qué es lo que tenemos que hacer, la idea de ese encuentro definitivo no debería asustarnos, nos debería llenar de alegría porque sabemos que estamos haciendo lo que él nos encomendó: amar, servir, acoger, luchar por la justicia y por los derechos de los más débiles…en eso consiste la vigilancia a la cual nos invita hoy Jesús. No se trata simplemente de “esperar”; uno puede esperar sentado, acostado, de pie… Según el querer y la invitación de Jesús, no se trata de una espera pasiva, se trata de la vivencia de una esperanza cargada de dinamismo y de actividad. A ese paso, el día y la hora no son importantes para un fiel seguidor de Jesús, son lo de menos; lo importante es que mientras vigilamos, estemos comprometidos con la causa del evangelio.

La tercera invitación que nos hace hoy el Señor es convertirnos en pregoneros, de la esperanza. Quién lo creyera, pero hoy en pleno siglo XXI, muchos hombres, mujeres, jóvenes, incluso niños, viven su vida con una aridez impresionante, rodeados de muchos bienes y comodidades, pero vacíos completamente; viven sin esperanza.

Para nosotros, los que al menos asistimos los domingos a la Eucaristía y de alguna manera durante la semana vamos recordando y tratando de vivir nuestra fe y nuestro compromiso cristiano, esas personas que acabamos de mencionar, son un verdadero desafío; a ellas debería llegarles las “hondas” de nuestra fe y nuestra esperanza; es decir, con nuestras actitudes, deberían sentirse interpelados, descubrir que es importante vivir la esperanza; que vale la pena servir al más débil y necesitado porque ahí no obtenemos ningún beneficio material, porque no somos recompensados por el que nada posee, ahí está el verdadero gozo del compartir. En fin, todos deberíamos mirar muy bien, cómo lograr vivir esa invitación de Jesús a ser pregoneros de la esperanza.

Y como momento especial en el cual recargamos nuestras energías, renovamos nuestra fe, nuestro compromiso, sentimos la fraternidad y vivimos la experiencia del encuentro, tenemos la Eucaristía.

Durante la semana nosotros deberíamos sentir esa necesidad, ese anhelo, esa impaciente espera del domingo para congregarnos en torno a la mesa que nos prepara el Señor. Es que la Eucaristía es el momento central de nuestra vida cristiana; aquí el Señor a quien esperamos, sale a nuestro encuentro, nos alimenta con su palabra, con su cuerpo y con su sangre, y nos da la fuerza suficiente para continuar la siguiente semana. Vivamos pues este misterio del encuentro con el que ha de venir, el cual ya ha venido. Reconozcámonos pecadores y por tanto, necesitados del amor y de la misericordia del Padre de todos. Pidámosle la fuerza y la decisión radical de vigilar y orar con plena conciencia y, finalmente, digámosle que desde hoy nos comprometemos a ser anunciadores, pregoneros de esperanza con el ejemplo y nuestro estilo de vida. Y que él nos encuentre así.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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