Adviento 1 (A) – 2007
December 02, 2007
Desde el 11 de septiembre (2001) han sucedido tantas cosas en nuestra nación y en el mundo entero que nos sorprendemos cuando pensamos, que fue hace sólo tres meses cuando sucedieron los eventos terroristas. Ese día ha quedado impreso en nuestro psiquísmo y ha cambiado nuestra manera de vivir manteniéndonos en un estado de alerta. Una de las consecuencias de los ataques de esa fecha ha sido la manera en que mucha gente se ha visto obligada a reconsiderar su fe y formularse preguntas que penetran lo más profundo y sagrado de nuestra historia, y relación con Dios.
En ese contexto de eventos que nos ha obligado a reflexionar, llegamos a este primer domingo de Adviento donde otra vez la palabra de Dios nos presenta retos que parecen estar basados más en mitos que en promesas divinas.
Las palabras del profeta Isaías suenan carentes de sentido, especialmente cuando, las contrastamos con lo sucedido el 11 de septiembre. Escuchemos lo siguiente: “El Señor será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2, 4). ¿Qué les parece esa profecía? ¿Por qué no se han cumplido las palabras de Señor?
La época de Adviento es un tiempo ideal para cuestionarnos sobre temas que tocan lo más profundo de nuestra vida, y hasta de nuestra propia fe. Adviento no debe ser solamente un tiempo de preparación para la celebración del veinticinco de diciembre y todo lo que esa fecha implica, sino que es tiempo oportuno para escuchar el anuncio de la liberación de los pueblos y de las personas. En él se percibe una invitación a dirigir el ánimo hacia un porvenir que se aproxima y se hace cercano, pero que todavía está por llegar. Es tiempo para descubrir que nuestra vida depende de unas promesas de libertad, de justicia, y fraternidad todavía sin cumplir; tiempo de vivir la fe como esperanza y como expectación, tiempo de sentir a Dios como futuro absoluto del ser humano.
Por otra parte, aunque popularmente se ha considerado la profecía como una promesa futura del Señor pronunciada por el profeta, existe también un componente muy importante e integrante de la promesa: la responsabilidad humana. Dios no necesita a nadie para realizar sus promesas, sin embargo ha querido la colaboración del ser humano para que éste no se mantenga como mero espectador. Es decir, el profeta pronuncia, en nombre de Dios, palabras de promesa que implican compromiso. El Dios que promete por boca de los profetas, es el mismo Dios que exige que volquemos todo nuestro ser al cumplimiento de esa profecía en nuestra conducta.
El evangelio de hoy es bien claro con relación a este aspecto de la profecía. El Señor dice a sus discípulos: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”( Mt 24, 42-44). Da la impresión que el ser humano se ha mantenido en la historia de la humanidad en un estado de letargo con relación al plan divino. Mientras el mal ha estado maquinando sin parar, los hijos de la luz, han estado un tanto adormilados.
Si las profecías de Isaías no se han cumplido, es porque no hemos tomado nuestra responsabilidad seriamente. Si todavía hay guerras, ataques terroristas, oscuridad y desesperación en el mundo es porque como hijos e hijas de Dios no hemos aceptado completamente las palabras de lo alto. No cabe duda de que si todos los habitantes del planeta nos pusiéramos de acuerdo en distribuir equitativamente las riquezas puestas por Dios a nuestro servicio, esta tierra podría ser un paraíso. Nos queda mucho camino por recorrer.
Permitamos que estas cuatro semanas de Adviento sean un tiempo fructífero para nuestra alma y para la sociedad. Preparemos en nuestro interior un lugar especial para el Señor y su palabra. Esforcémonos para que su voluntad se cumpla en el mundo en que vivimos. Podemos colaborar si aceptamos al Señor y salvador, que vino al mundo hace dos mil años, pero que también ha prometido morar en nuestro corazón diariamente.
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