Sermones que Iluminan

2 Navidad – 5 de enero de 2025

January 05, 2025

LCR: Jeremías 31:7-14; Salmo 84 o 84:1–9 (= 84:1–8 LOC); Efesios 1:3-6;15-19a; San Mateo 2:13-15,19-23 o Lucas 2:41–52 o Mateo 2:1–12.

La liturgia de este domingo nos recuerda desde la Oración Colecta que la encarnación de Dios en la persona de Jesús restaura la dignidad de la naturaleza humana cuando se hace uno de nosotros compartiendo nuestra humanidad, a su vez nos permite compartir la vida divina elevando al ser humano a la categoría de hijo suyo por adopción. El misterio de la Encarnación representa el mayor motivo de gozo para nosotros y debe llevar a todos los redimidos por la Gracia a expresar esa alegría a todas las criaturas, de todas clases y condiciones y en todas las circunstancias de la vida.

La dulce espera, con la que aguardamos la segunda venida del Señor, es como la de aquella mujer que ansía el momento del alumbramiento, el cual se convierte en una manifestación sobrenatural que inunda la vida del creyente con una alegría que nada podrá opacar. Mientras llega ese momento glorioso, somos en este tiempo mensajeros de esperanza para los que sufren y compañeros de celebración con los que están alegres, porque como cristianos sentimos en nuestro ser el efecto de la salvación y la restauración de nuestras personas en todas y cada una de las dimensiones del ser.

Los que antes éramos sordos al mensaje de salvación ahora abrimos nuestros oídos al Evangelio, los que éramos ciegos nos dejamos iluminar por la Luz del Espíritu Santo, los lentos para responder al llamado por nuestra cojera espiritual somos sanados y capacitados para correr jubilosos al encuentro del Señor en su palabra, en los sacramentos como fuente de vida y en los hermanos como respuesta visible de nuestra fe.

El cristiano encuentra en la vida de la fe un torrente continuo, limpio y puro que le brinda consuelo y le conduce por los caminos de la vida en total y absoluta serenidad, ya que nada puede socavar la experiencia de aquel que acepta una nueva vida en Jesús; así toda la existencia se torna en una constante experiencia de la presencia del Padre amoroso que nos cuida y alimenta, la fe se robustece y camino, aún con sus tramos escabrosos, se torna posible de transitar.

Cuando experimentamos la presencia de Dios encontramos nuestro lugar seguro y nos disponemos para reconocer claramente las fuentes disponibles para saciar nuestra sed, reconociendo en la Iglesia la comunidad de fe de donde brotan los medios de gracia en los Sacramentos y la predicación de la Santa Palabra de Dios.

El Señor nos invita constantemente, a través de su Palabra, a vivir en integridad delante de Él, y la Iglesia tiene la misión de ser maestra orientándonos, enseñándonos, corrigiéndonos y animándonos a mantenernos firmes. Es posible que muchas veces sintamos cansancio y suframos los efectos de nuestra antigua naturaleza caída que nos hace tener dudas, sin embargo, unidos al cuerpo del Señor, que es su Iglesia, podremos resistir y remar sin temor en el mar tempestuoso hasta encontrar la orilla de la paz interior que tanto buscamos.

La promesa no puede fallar. El Apóstol Pablo, en la carta a los Efesios, nos recuerda que “Hemos sido bendecidos con toda clase de bendiciones espirituales” y que “Dios nos escogió en Cristo antes de la creación del mundo”.Sólo necesitamos pedir a Dios el don espiritual de la sabiduría para poder reconocer nuestra dignidad inquebrantable de Hijos suyos por adopción y, de esa manera, gozar de esa gran herencia que nos ha otorgado Cristo por su encarnación, vida, muerte y resurrección.

Es así como el Evangelio de este domingo nos da un claro testimonio de como Dios actúa en favor de la humanidad. En la vida cotidiana -y a través de muchos medios- experimentamos la voz del Señor; es necesario que aprendamos a escucharla y a discernir su mensaje con claridad. El cristiano que abre su mente y su corazón a la Gracia interpreta con sabiduría los signos que aparecen a su paso, acoge con alegría el llamado que la Iglesia le hace a una vida de santidad y amor, defiende con entereza el mensaje restaurador del Evangelio y aporta su mejor esfuerzo para la salvaguarda del legado que Dios nos ha entregado en Jesús.

José y María son cocientes de la responsabilidad que se les ha encomendado; con humildad aceptan el reto de cuidar al mismo Dios hecho hombre y es por eso que estos dos maravillosos personajes confrontan nuestra fe y nos llevan a preguntarnos si somos también conscientes de aquello que se nos entregó en el Bautismo y en la Eucaristía y que reafírmanos con plena conciencia el día de nuestra Confirmación y cada domingo en la profesión de fe al recitar las palabras del Credo.

No nos relata el evangelista Mateo cuánto tiempo esperaron José y María en Egipto; muy seguramente fueron tiempos difíciles en tierra extranjera, alejados de sus costumbres y de sus familias, con sus vidas amenazadas por la ambición de poder que hay en el mundo; sin embargo, fueron perseverantes y confiaron en la promesa, esperaron con el corazón y la mente abiertos y, cuando llegó el tiempo de Dios, emprendieron el camino de regreso a su tierra para dar cumplimiento al plan de salvación. Dieron lo mejor de sí mismos desde su humilde situación, pusieron todo el empeño en la tarea encomendada siendo conscientes de su limitación, pero permanecieron confiados en el accionar de Dios y dejaron para la eternidad un gran nombre que los reconoce en todo el orbe como Bienaventurados.

Hemos recibido de Cristo el depósito de la fe en las Sagradas Escrituras y tenemos a nuestra disposición la Iglesia y a través de ella los medios de Gracia, entre ellos los mas importantes, el Santo Bautismo y la Santa Comunión; es por ello que debemos revisar nuestra conciencia  como creyentes y hacernos responsables ante Dios de todo lo que se nos ha dado y continuamos recibiendo a diario; debemos cuidar de la fe profesada y la gracia derramada sobre cada uno de nosotros el día de nuestro Bautismo así como del envío que el Señor nos hizo en la Confirmación para ser testigos fieles de Jesús. Debemos vivir una existencia transformada y transformadora a través de la Eucaristía y la vida comunitaria en nuestra familia de fe que es la Iglesia.

El Rvdo. Ricardo Antonio Betancur Ortiz, es Abogado de profesión y Presbítero en la Diócesis de Colombia, ha practicado la docencia en temas de Anglicanismo y estudio del Libro de Oración Común en el Centro de Estudios Teológicos de la Diócesis.  

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    Contacto:
    Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

    Editor, Sermones que Iluminan

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