Sermones que Iluminan

2 Navidad – 2021

January 03, 2021

[RCL]: Jeremías 31:7–14; Salmo 84 o 84:1–9 (= 84:1–8 LOC) Efesios 1:3–6; 15–19a; Mateo 2:13–15, 19–23


Todavía escuchamos en nuestras mentes el eco jubiloso del cántico de los ángeles: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!”; aún tenemos viva la imagen beatífica de la Santísima Virgen María, San José y el divino niño, junto a la muchedumbre de pastores con sus ovejas y los tres reyes; todavía la estrella llena nuestras almas de gozo, paz y esperanza. Seguramente, hasta el pasaje del evangelio de Mateo que escuchamos hoy, algo parecido -y mucho más- sintieron José y María, con todas las maravillas que rodearon el nacimiento de Dios encarnado.

Pues bien, no habían pasado muchos días desde el nacimiento del niñito Jesús y las hermosas escenas descritas anteriormente cuando, súbitamente, San Mateo nos narra cómo la brutal realidad del mundo irrumpe en las vidas de la sagrada familia, como haciendo pedazos el encanto de la Navidad: alertado en sueños, por un ángel, José apresuradamente despierta a María y emprenden la huida hacia Egipto, para evitar que el rey Herodes le quite la vida al bebé.

Y es que Herodes, quien ejerce un poder tiránico sobre Judea, al saber por boca de los sabios que el tan esperado Mesías ha nacido, hará todo lo que sea necesario para que el “rey de los judíos” no llegue algún día a quitarle el trono; su ambición y obsesión por el poder pueden más que todo sentido de compasión y respeto por los valores y esperanzas del pueblo de Israel que ha estado soñando y esperando la llegada del Mesías quien, de acuerdo con las profecías, traería paz duradera y libertad para el pueblo. Tal es su maldad que, en otra parte del evangelio, Mateo narra cómo Herodes da órdenes de matar a todo recién nacido que viviera en Belén y sus alrededores.

Ante el inminente peligro, José y María se ponen en camino al exilio, huyendo de su país, escapando de la violencia política que se ensaña y se enfoca ahora en un recién nacido. No acaba de nacer el Mesías y ya los poderes contrarios a la voluntad de Dios hacen su primer intento de frustrar la misión salvadora de Jesús. Tomando el camino del desierto, la sagrada familia se refugia en el país donde sus antepasados, muchos siglos atrás, fueron esclavizados y del que huyeron hacia la tierra prometida guiados por Moisés; paradójicamente, allí encuentran paz y seguridad, viviendo como refugiados por algunos años, hasta que muere Herodes y pueden regresar a su tierra. De esta manera, narra el evangelista, se cumple el designio de Dios, quien había dicho por medio del profeta: “De Egipto llamé a mi Hijo”.

Esta experiencia de María y José huyendo de la violencia, con su bebé en brazos, continúa repitiéndose en todo el mundo, allí donde los pobres siguen siendo desplazados. Tristemente, muchos de ellos no tienen tan buena fortuna y encuentran la muerte en el camino; a otros les arrebatan sus hijos para nunca volver a verlos -como ha ocurrido durante los últimos años en la frontera entre los Estados Unidos y México-. El azote de la violencia y la huida a tierras extrañas para salvar la vida y buscar un mejor futuro para sus hijos, son parte de la historia de millones de familias, no sólo latinoamericanas sino de todos los mal llamados países del tercer mundo. En esas experiencias de dolor, se repite el maltrato, abuso y rechazo que previamente experimentaron en Belén María y José y que los llevó a refugiarse, primero en un establo para dar a luz al niñito Jesús, y luego en tierra extranjera para salvaguardar sus existencias.

Hoy se repite la experiencia de la sagrada familia en Egipto, en la vida de tantas familias indocumentadas en Estados Unidos y en Europa; una y otra vez siguen siendo rechazados y maltratados por un mundo que se niega a ver la luz que el Hijo de Dios vino a traernos, la luz del amor, la esperanza, el perdón y la paz entre todos los seres humanos; la luz del fin de la violencia, la discriminación y el odio. No hay duda, entonces, de que Jesús, José y María son solidarios con los refugiados, perseguidos y marginados del mundo entero. Además, San Mateo nos dice que José siempre fue alertado del peligro por ángeles que velaban por ellos; así nosotros también contamos con ángeles cuando menos esperamos, en forma de manos generosas que nos ofrecen un consejo, una ayuda o quizá tan sólo una sonrisa que imprime el ánimo o la fuerza para seguir.

En estos tiempos, cuando no sólo hemos enfrentado la obscuridad de la violencia, la discriminación y el odio generalizados, sino también la furia de la pandemia del COVID-19, es imperativo, crucial, recordar este hecho: aunque parezca que la obscuridad nos envuelve y nos ahoga, Dios no nos desampara, sino que camina con nosotros, sufre con nosotros, nos bendice y guía en formas que muchas veces no nos damos cuenta.

La magia, el milagro de la Navidad, no es destruido por la amenaza del rey Herodes contra Jesús niño, por el contrario, la fuerza de la esperanza que trajo el Hijo de Dios, la Palabra encarnada, es fortalecida y afianzada desde su primer encuentro con la maldad del mundo y con su victoria. Esa victoria, narrada en el evangelio de hoy, sirve para fortalecer nuestra fe y confianza en Dios, en su amor, guía y protección; victoria que también fue proclamada por la Santísima Madre de Nuestro Señor, a través de las palabras jubilosas del Magníficat, que leemos en el evangelio de San Lucas:

“Mi alma alaba la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. Porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava, y desde ahora siempre me llamarán dichosa; porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. ¡Santo es su nombre! Dios tiene siempre misericordia de quienes lo reverencian. Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Ayudó al pueblo de Israel, su siervo, y no se olvidó de tratarlo con misericordia. Así lo había prometido a nuestros antepasados, a Abraham y a sus futuros descendientes.” Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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