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Estudio Bíblico: Propio 4 (B) – 2018
June 04, 2018
1 Samuel 3:1-10 (11-20)
La primera profecía de Samuel fue de su habilidad de juzgar. Casi se podría uno imaginar el peso de la palabra de Dios sobre este joven muchacho. Su propio maestro y mentor Elí caerá bajo la ira de Dios por tolerar los pecados de sus hijos. Samuel se sintió tan molesto por las palabras de Dios sobre Elí que no podía volver a dormirse, tal vez debatiendo en su corazón si repetir lo que acababa de oír. Fue una investidura retadora para el profeta Samuel. Sin embargo, aprendió a una edad temprana a escuchar y obedecer.
La historia de la vocación de Samuel es un poderoso recordatorio de nuestro ministerio profético. De hecho, el trabajo de profeta no es para aquellos que no están dispuestos a escuchar. En nuestro contexto, la voz de Dios se puede escuchar en la difícil situación de los pobres, en el clamor silenciado de los oprimidos, en los despojados de justicia y dignidad. El profeta se encuentra en medio del discurso entre Dios y el hombre, y en medio de la condición humana y de la teología. En lugar de llevarnos a las elevadas catedrales de nuestras mentes, los profetas nos conducen a las alcantarillas de la sociedad; ellos se niegan a separarse de la suciedad de la existencia. En última instancia, los profetas nos enseñan que la relevancia del cristianismo no depende ni de los elegantes discursos teológicos ni de las elevadas declaraciones de fe, sino de cómo nos acercamos a las personas tal como son, de la misma manera que lo hizo Cristo. Y ante las voces silenciadas bajo la sofisticación y la ostentación deberemos escuchar la voz de Dios que clama con ellos y contestaremos: “Habla, que tu siervo escucha”.
- El profeta Samuel escuchó de Dios un mensaje difícil. ¿Cómo responde usted a mensajes similares que vienen del púlpito?
- ¿Cómo está ejerciendo la iglesia su ministerio profético? ¿Existen programas en su parroquia o diócesis sobre la justicia y la paz?
Salmo 139:1-5, 12-17
Las palabras “yo”, “mi” y “mío” aparecen con más frecuencia en este salmo que en otros. Está claro que el salmista estaba reflexionando sobre el propio “yo”, pero también lo trascendió. El salmista terminó en una glorificación pura del Dios que nos conoce más de lo que nos conocemos a nosotros mismos.
Es innegable que la lectura de este salmo nos da una sensación de reconexión con Dios más allá de las representaciones eruditas de Él; a veces, lo que la gente necesita oír es el hecho de que Dios los conoce, que incluso el más pequeño de nosotros se erige con distinción y sin aprensiones. En nuestros momentos de tranquilidad, es reconfortante saber que el Dios al que servimos recuerda cómo es nuestra apariencia y nos llama por nuestro nombre.
- ¿De qué manera la intimidad personal con Dios contribuye a esos vibrantes servicios de culto de la iglesia?
2 Corintios 4:5-12
En tiempos antiguos, era costumbre mantener las pertenencias valiosas de uno en recipientes de barro para su custodia. Refiriéndose a esta costumbre, Pablo compara la paradoja de cómo Dios coloca su Espíritu en corazones humanos de barro. Pablo se maravillaba de que a nosotros, vasijas de barro, se nos hubiera concedido ser portadores de una inteligencia tan grande y de un tesoro tan abundante. Esto evoca imágenes de una flor que brota de un recipiente ordinario y áspero, sus raíces hundiéndose profundamente en el suelo, marcando los contornos de la maceta mientras se convierte en un hermoso objeto, o bien, en un tesoro de aspecto ordinario lleno de piedras preciosas.
Las palabras de Pablo son reveladoras: somos los recipientes de nuestro Señor, los portadores de su luz en un mundo usualmente envuelto en la oscuridad. Llevamos el mensaje divino de Jesús de tal manera que nuestras vidas mismas, impregnadas de gracia, se convierten en un telón de fondo de la gloria de Dios. Las historias de nuestras vidas se convierten en canciones que revelan quién es Él.
- Póngase a pensar ahora en la historia de su vida. ¿De qué manera Dios ha revelado quién es Él en su vida? ¿De qué manera usted se convirtió en un canal de Su amor y gracia para los demás?
Marcos 2:23-3:6
Para los fariseos, trabajar durante el sábado era una cuestión de vida o muerte. En tanto que la prioridad de Jesús era la gente. Para hacer hincapié en sus convicciones, Jesús preguntó a los fariseos: “¿Qué está permitido hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?” Luego sanó delante de ellos al hombre cuya mano estaba tullida. La ley judía era clara: sanar era trabajar, y la atención médica solo se podía dar a aquellos cuyas vidas estaban en peligro. El hombre con la mano tullida podría haber esperado, pero Jesús no permitiría que el hombre sufriera ni un día más.
La acción de Jesús es una demostración del propósito de nuestra liturgia; la razón fundamental detrás de los actos externos en el altar cada domingo. Podríamos estar inmersos en rituales elaborados y coloridas expresiones de nuestra fe, pero si permanecemos ciegos y sordos a la difícil situación de aquellos que claman por amor y a las lágrimas de los que están afligidos, somos tan buenos como una iglesia vacía: somos una excusa hueca.
La vida de Jesús se centró en el servicio; fue un llamado espontáneo y sacrificatorio para desafiar los límites del legalismo religioso, una misión para hacer que las vidas de las personas sean nuevas y para responder a ellas en su necesidad. Para él, la próxima oportunidad de ministerio comenzaría con la siguiente persona que encontrara [en su camino].
- ¿Cómo definiría usted el legalismo religioso? ¿Cómo podemos evitar caer en una iglesia de “lo que se debe y lo que no se debe hacer”?
- En esta estación de Pentecostés, ¿cómo podría usted responder a las necesidades humanas con un servicio amoroso según se consagra en las Cinco Marcas Anglicanas de la Misión?
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