Estudio Bíblico

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Estudio Bíblico: Propio 23 (A) – 2023

October 15, 2023

LCR: Éxodo 32:1-14; Salmo 106:1-6, 19-23; Filipenses 4:1-9; Mateo 22:1-14

Éxodo 32:1-14

El relato del Becerro de Oro es una de esas historias que cualquier persona familiarizada con la Biblia conoce -¡o al menos, dice conocer! Esta familiaridad casi ubicua puede deberse en parte a las numerosas referencias de la cultura popular a esta historia, o puede deberse al dramatismo y a las sorprendentes imágenes de la historia en sí. Sea cual sea la causa, el Becerro de Oro está fijado en la mente de muchos lectores modernos como el ejemplo emblemático de la idolatría. Además, es evidente que a los autores bíblicos les ocurrió lo mismo, ya que este cuento con moraleja se repite varias veces en la Biblia.

Aunque tal familiaridad no es mala, si nos acercamos a esta historia creyendo que ya la conocemos, corremos el riesgo de pasar por alto ideas clave. Por ejemplo, ¿cometieron realmente idolatría los israelitas al adorar al Becerro de Oro en lugar de a Dios? Después de modelar el becerro, el pueblo lo identifica como sus “dioses” que les salvaron de la esclavitud, y Aarón proclama que al día siguiente se celebraría una fiesta, no al becerro, sino “¡al honor del Señor!”.  El texto hebreo aclara aún más estas afirmaciones. En primer lugar, los israelitas identifican el becerro utilizando una forma de la palabra Elohim, que significa literalmente “dioses”, pero que se utiliza habitualmente como un tipo de título o seudónimo de Dios. La proclamación de Aarón es aún más clara: en lugar de utilizar el seudónimo Elohim, Aarón se refiere a Dios explícitamente como YHWH, sin dejar lugar a dudas de quién es la fiesta que Israel pronto observará.

No parece que los israelitas adoren al Becerro de Oro en lugar de a Dios, como sustituto o usurpador. Al contrario, los israelitas adoran al Becerro de Oro como si fuera Dios, confundiendo así su creación con su Creador. Al hacerlo, los israelitas nos recuerdan que la idolatría no siempre es tan fácil de identificar como un reluciente Becerro de Oro. Más bien, la idolatría suele producirse como un caso de identidad equivocada, en el que cosas que no son Dios se valoran y veneran como si fueran Dios. Es demasiado fácil perseguir nuestros objetivos y deseos como si fueran los objetivos y deseos de Dios. Quizá esta historia puede invitarnos a reevaluar nuestras premisas y a reexaminar los contornos habituales de nuestra fe. Esta tarea es difícil, pero esencial si queremos discernir dónde servimos verdaderamente a Dios y dónde sólo servimos a nuestros ídolos.

  • ¿Hay algo en tu vida que funcione o haya funcionado como un tipo de ídolo?
  • ¿Cómo crees que los israelitas pudieron confundir el Becerro de Oro con Dios?
  • ¿Por qué crees que Dios decidió finalmente no “hacer daño” a los israelitas?

Salmo 106:1-6, 19-23

Al igual que el Salmo 105 que lo precede, el Salmo 106 es un relato de los acontecimientos bíblicos clave, con la diferencia principal de que, mientras el Salmo 105 se maravilla de la obra de Dios en favor de Israel, el Salmo 106 se lamenta de la incapacidad de Israel para adorar a Dios como le corresponde. Como tal, el salmo tiene un tono sombrío y sobrio, en el que el salmista alterna líneas de alabanza y de súplica dirigidas al Señor. El tema central del Salmo aparece en el v. 6: “Hemos pecado igual que nuestros padres; nos hemos pervertido; hemos hecho lo malo”.  Esto se deriva de los versículos anteriores, en los que el salmista alaba la misericordia y la paciencia de Dios, al mismo tiempo que busca su ayuda salvadora.

Sin embargo, la pregunta persiste: ¿Cómo hemos pecado como nuestros antepasados? Como explicación, el salmista vuelve a contar la historia del Becerro de Oro. La raíz de la idolatría de Israel en esa historia, según el salmista, fue que “Olvidaron a Dios, su Salvador”, y las “maravillas” de Dios. Es probable que esta tendencia a olvidar y alejarse de Dios sea el mismo pecado que el salmista ve en acción en su propia época; de ahí su motivación para volver a contar las transgresiones pasadas de Israel, para que su pueblo recuerde y vuelva a Dios. Nosotros también somos susceptibles al pecado y propensos a olvidar, por lo que el mensaje del salmista se aplica también a nuestro tiempo. La oración y el ministerio caen fácilmente en el olvido en medio de nuestras atareadas vidas, al igual que el amor a Dios y al prójimo. En respuesta, el salmista nos insta a recordar a Dios lo mejor que podamos y a alegrarnos de la misericordia y el amor sufrido del Dios que se acuerda de nosotros, aunque nosotros no nos acordemos de El.

  • ¿Se te ocurre algún momento en el que te haya resultado difícil acordarte de Dios? ¿Por qué?
  • ¿Se te ocurre algún momento en el que fuera fácil recordar a Dios? ¿Por qué?
  • ¿Se te ocurre alguna práctica cotidiana que pueda ayudarte a recordar mejor a Dios?

Filipenses 4:1-9

Esta lectura da comienzo a la conclusión de la carta de Pablo a los filipenses. Pablo ha hecho todo lo posible por satisfacer las preocupaciones y calmar las ansiedades de la comunidad cristiana de Filipos. Sólo le queda resumir sus argumentos, dar gracias por sus queridos amigos y despedirse de ellos. Sin embargo, antes de que Pablo pueda llegar a esa conclusión, tiene un último conflicto que afrontar.

El conflicto versa sobre Euodia y Síntique, dos líderes muy respetadas en Filipos que han entrado en conflicto. Se desconoce la índole de su desacuerdo, pero el impacto de su disputa en su comunidad fue tan grande que obligó a Pablo a responder. Así, Pablo insta a las dos a “que se pongan de acuerdo como hermanas en el Señor”, la misma exhortación dirigida a la comunidad en general anteriormente en la carta (cf. Filipenses 2:2). En efecto, Pablo quiere que las mujeres recuerden su compromiso con la obra del Evangelio y que persigan su objetivo común en el amor y la unidad. La comunidad también tiene su papel y debe ayudar a sus líderes a reconciliar sus diferencias por el bien del Evangelio.

No es de extrañar que las disputas y desacuerdos personales interfieran en un objetivo común más amplio, ¡incluso en la Iglesia! Los ministerios de larga tradición pueden deshacerse por conflictos sobre la dirección y el liderazgo; los programas pueden aplazarse indefinidamente por falta de acuerdo sobre la financiación y la gestión; y, a veces, los pequeños conflictos entre personas pueden desbordarse, llegando a ser tan grandes que amenazan la salud de toda la comunidad. En todos estos casos, tenemos dos opciones. Podemos servir sólo a nuestros propios intereses, haciendo ídolos de nuestros egos, o podemos recordar nuestros pactos bautismales con Dios y entre nosotros, y luchar juntos por la reconciliación mutua en aras de la buena obra.

  • ¿Has visto o experimentado alguna vez un conflicto importante en la iglesia?
  • ¿Hiciste algo para ayudar a resolver el conflicto? Si es así, ¿qué hiciste?
  • ¿Cómo podrías aconsejar a otras personas que se enfrentan a conflictos similares en sus congregaciones?

Mateo 22:1-14

Es posible que el Evangelio de hoy haga que muchas personas se sientan muy incómodas. Es probable que parte de esa incomodidad provenga de una incomodidad más general con las imágenes violentas presentes en el texto, mientras que otra parte podría proceder de la incomodidad con su tema principal: El juicio. El tema puede ser muy delicado, especialmente en los espacios religiosos, en los que tantas personas se sienten o se han sentido juzgadas y condenadas de un modo u otro. Para algunos, la mención del juicio abre viejas heridas y desempolva recuerdos dolorosos, mientras que para otros despierta ansiedades sobre la pureza y el valor personales. En resumen, hablar del juicio puede ser un reto; y, sin embargo, a pesar del reto, reflexionar sobre la parábola de hoy significa reflexionar sobre el juicio.

Podemos empezar analizando la parábola. ¿Quién realiza el juicio? Está claro que el rey juzga a todos los que le rodean, pero ¿a quién representa el rey? La respuesta aparente es Dios; al fin y al cabo, a menudo se describe a Dios como sentado para juzgar al mundo. ¿Y los que son juzgados? Los invitados iniciales representan a los oponentes de la Iglesia Primitiva tal como los veía el escritor del Evangelio, mientras que los invitados posteriores representan a cualquiera que responda positivamente al mensaje evangélico. Estos invitados posteriores representan a todos los cristianos, y sus brillantes vestiduras nupciales son las vestiduras “de victoria” obtenidas por vidas de amor vividas en armonía con las enseñanzas de Jesucristo (cf. Isaías 61:10). En este contexto, el hombre sin túnica es como un cristiano sin amor, y el juicio que se le hace es una advertencia para que viva según las enseñanzas de Jesucristo, amando a Dios y amando al prójimo.

Dicho todo esto, saber de qué se trata la parábola no sirve de mucho para mitigar sus elementos más extremos. Los juicios del rey siguen trayendo muerte, destrucción y condenación, todo lo cual plantea la pregunta: ¿Se basa realmente el Reino de los Cielos en juicios como éstos? Aquí ayuda reflexionar sobre la motivación de la parábola. El público original de la parábola era la comunidad propia del escritor del Evangelio, los primeros cristianos. Probablemente, la motivación original de la parábola no era aterrorizar o desanimar a esa comunidad, sino exhortarla y fortalecerla. Con este fin, la parábola tiene mucho en común con las otras lecturas de hoy. También es un cuento con moraleja, destinado a recordar a sus lectores y oyentes de una verdad esencial, o sea, seguir a Jesucristo y vivir de acuerdo con sus enseñanzas requiere una gran determinación y un cuidadoso discernimiento: Determinación, para seguir amando incluso cuando amar es difícil; y discernimiento, para determinar si estamos viviendo nuestras vidas en armonía con el mensaje del Evangelio, o si nos hemos desviado del camino y necesitamos volver a encarrilarnos.

  • ¿Cómo te hace sentir leer o escuchar esta parábola?
  • ¿Te anima esta parábola a poner en práctica las enseñanzas de Jesucristo? ¿Por qué sí o por qué no?
  • ¿Crees que esta parábola animaría a otras personas? ¿Por qué sí o por qué no?

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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