Estudio Bíblico

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Estudio Bíblico: Pentecostés 18 (B) – 22 de septiembre de 2024

September 22, 2024

LCR: Jeremías 11:18-20; Salmo 54; Santiago 3:13-4:3, 7-8a; Marcos 9:30-37

Jeremías 11:18-20

A veces se ha llamado a Jeremías «el profeta llorón», y en un pasaje como éste queda claro por qué la etiqueta puede tener cierto mérito. El fragmento de hoy pertenece a la primera de las «quejas» de Jeremías (véase el comentario en la New Oxford Annotated Bible). Las palabras establecen a Jeremías como un profeta que ha sufrido agravios. Y no sólo ha sufrido Jeremías, sino que ha sufrido a manos de su propio pueblo: como confirma un versículo más adelante en el mismo capítulo, la gente de la propia ciudad natal de Jeremías, Anatot, está tratando de matarlo. Por eso resulta tan conmovedor que Jeremías describa su traición como «un manso cordero» llevado por ignorancia «al matadero» (v. 19). Su propio pueblo le ha abandonado. Jeremías condena así el pecado del Pueblo de Dios como alguien que ha sido perjudicado por el propio pecado en cuestión. Su condena no es abstracta o impersonal; es testimonial. Jeremías es testigo, a través de su propio sufrimiento, de la maldad que condena, y precisamente por eso su voz profética es tan importante. El predicador debería preguntarse: «¿Puede el pueblo de Dios oír la voz de Jeremías en los lamentos de los que sufren hoy? ¿A quién hemos herido de entre los nuestros? ¿Qué voces proféticas hemos intentado acallar?».

  • ¿Quién en la Iglesia podría identificarse con el profeta Jeremías que se lamenta? ¿Quién denuncia los daños causados por la Iglesia? ¿Podemos, como personas de fe bíblica, escuchar el legado de Jeremías en esas críticas? ¿Podemos oír a Dios hablándonos en las palabras de quienes nos interpelan?

Salmo 54

Los salmos están repletos de algunas de las imágenes más bellas de toda la Escritura cristiana. Nos dan palabras para expresar nuestros deseos más profundos y metáforas con las que expresar nuestros anhelos a Dios. Pero no todos los deseos de los salmos son evidentemente piadosos. Algunos pueden parecernos muy extraños, muy groseros o incluso muy impíos. Tomemos, por ejemplo, el quinto versículo del salmo de hoy, el Salmo 54: Que Dios devuelva el mal a quien me acosa. ¡Destrúyelos con tu verdad! En nuestra tradición, no es frecuente orar para que se haga violencia a nuestros enemigos. Sin embargo, aquí tenemos una oración que pide precisamente eso. Y no sólo eso, sino que el salmista pide a Dios que haga el mal. « Devuelva el mal », escribe. Esto probablemente va en contra de las teologías arraigadas de muchos cristianos modernos. La idea de que el Dios de Justicia pueda actuar con maldad, especialmente en respuesta a nuestras oraciones, no es común en la Iglesia.

Lo que podría sugerir es que este salmo no nos ofrece tanto una teología del mal divino como una teología de la oración y la emoción. El hecho de que esta extraña plegaria en la que se pide al Dios bueno que «devuelva el mal» se encuentre en nuestra Biblia no es necesariamente un respaldo moral al objetivo de la plegaria en sí, ni una promesa de que Dios responderá a esa plegaria de la manera que el salmista (en su indignación ante sus enemigos) podría esperar. Pero la presencia de una oración así en nuestra Biblia sí indica que Dios es capaz de escuchar incluso nuestras oraciones más feas, de sostener incluso nuestros sentimientos más feos y violentos. El Dios que «sostiene [nuestras vidas]» siempre estará ahí para escuchar nuestras oraciones más odiosas. El mismo Dios puede transformar nuestra violencia y nuestros pensamientos violentos, y en esta transformación, podemos ser « librado de toda angustia ».

  • Puede ser duro escuchar estas alabanzas y seguir viendo muerte y destrucción en todo el mundo, e incluso más cerca de casa. ¿Qué crees que Dios querría que hicieras tú o tu congregación para hacer frente a la muerte en todas sus formas?

Santiago 3:13-4:3, 7-8a

Según la lectura de hoy de la Carta de Santiago, hay dos clases de sabiduría. Hay una sabiduría que es de «mundo, de la mente humana y del diablo mismo», y hay una sabiduría de lo alto, que es pura, pacífica, amable, misericordiosa y llena de otras buenas cualidades. Esta última es, por supuesto, preferible con mucho a la primera. Santiago sugiere además que el tipo de sabiduría que cultivamos está directamente relacionado con el tipo de carácter que cultivamos en nuestro interior. Existe, por tanto, una correlación entre los acontecimientos de nuestra vida social exterior y la calidad de nuestro ser interior. Por eso, Santiago escribe ¿De dónde vienen las guerras y las peleas entre ustedes? Pues de los malos deseos que siempre están luchando en su interior. En resumen, lo que sucede entre nosotros surge de lo que está vivo en nuestro interior. Si lo que está vivo dentro de nosotros es malo, entonces lo que surja entre nosotros también será malo.

¿La solución? Para Santiago, es sencilla (aunque abstracta): sométete a Dios y resiste a Satanás; acércate a Dios y deja que Dios se acerque a ti. Bastante sencillo, pero el dilema está en averiguar qué significa realmente hacer estas cosas. Ciertamente, Santiago describe el problema: los estragos de la sabiduría terrenal, que conducen al pecado, a la violencia y a un orgullo enfermizo. Santiago al menos nombra la solución: intimidad con Dios y resistencia al diablo. La tarea del predicador es dar cuerpo a lo que realmente significa vivir de acuerdo con esa solución. ¿Qué significa realmente someterse a Dios? Por supuesto, hay muchas respuestas a esta pregunta. Una de ellas podría encontrarse en la lectura del Evangelio de hoy, que implica abrazar la humildad y la apertura infantil. Pero, por supuesto, hay otras respuestas, y es tarea de la Iglesia descubrirlas y encarnarlas juntos.

  • ¿Qué tipo de ansias afligen a la Iglesia moderna? ¿Cómo influyen los deseos de nuestra vida interior en los acontecimientos de nuestra vida exterior aquí y ahora? ¿Y qué aspecto tiene la sabiduría de lo alto encarnada en nuestro contexto moderno?

Marcos 9:30-37

En el pasaje de hoy, sólo tenemos siete versículos, pero en el Evangelio de Marcos, ¡pueden pasar tantas cosas en siete versículos! En primer lugar, tenemos a Jesús viajando por Galilea y manteniendo su viaje en secreto. ¿Por qué en secreto? Bueno, Jesús es reservado en todo el Evangelio de Marcos. Incluso hay un término académico para la privacidad con la que opera Jesús: el secreto mesiánico. No siempre está claro por qué Jesús opta por mantener en secreto su presencia y su ministerio. Pero en este caso, el secreto está explícitamente relacionado con el contenido de las enseñanzas de Jesús. Jesús enseña a sus discípulos que el Hijo del Hombre debe morir y resucitar. Los discípulos están confundidos por esta enseñanza. Puede resultar difícil para los cristianos modernos comprender su confusión, ya que, después de todo, conocemos el final de la historia. La noción de la muerte redentora de Jesús nos resulta muy familiar. Pero ellos aún no comprendían toda la amplitud de la obra de Cristo. Debemos recordar, pues, lo asombrosa y aterradora que habría sido esta enseñanza en aquel momento: A los discípulos se les dice que su maestro y amigo será asesinado. ¿Y la resurrección? ¡Un absurdo! Es de suponer que Jesús conocía la conmoción que causaría su profecía. Por lo tanto, tiene sentido que no quisiera hacer pública la trayectoria de su ministerio.

De aquí pasamos rápidamente a un discurso sobre la humildad. Cuando llegan a Cafarnaún, los discípulos se han enzarzado en un debate competitivo sobre quién es el mejor del grupo. Jesús, más que rebatir sus argumentos, los reorienta con una enseñanza. En contraposición al énfasis de los discípulos en la grandeza y la autoridad, Jesús afirma que la servidumbre y la disminución infantil son fuente de piedad.

¿Cómo relacionamos estos dos aspectos? La proclamación de Jesús de su propia muerte no es una proclamación de su propia grandeza. A sus discípulos debió parecerles una predicción de fracaso. Sin embargo, como dice Jesús, son los últimos, los que parecen pequeños y débiles y fracasados, los que, después de todo, son los primeros. La segunda mitad de la historia de hoy puede ayudarnos a acercarnos a la primera mitad con los ojos de un niño, con asombro y apertura a la humildad y ridiculez fundamentales del ministerio abnegado de Jesús en la Cruz.

  • ¿Cómo pueden relacionarse los lectores modernos con la confusión y el egoísmo de los discípulos de Jesús? ¿Siguen produciéndose debates sobre la grandeza en la Iglesia? ¿Qué aspecto tienen?

Aidan Luke Stoddart es seminarista de tercer año en la Berkeley Divinity School de Yale. Su principal interés académico es la teología de la oración. Está muy ilusionado con su ordenación dentro de poco más de un año, y mientras tanto planea pasar algún tiempo trabajando como capellán de hospital después de graduarse. Además de Jesucristo, las pasiones de Aidan son los videojuegos, la literatura fantástica, la música ambiental y los paseos por las teterías.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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