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Estudio Bíblico: Epifanía 6 (A) – 2017
February 13, 2017
Deuteronomio 30: 15-20
Moisés está llegando al final de su último sermón. Ha presentado ante Israel toda la ley, incluyendo las bendiciones del pacto y maldiciones (28: 1-68). Ha recordado a la gente que, si pierden el camino, el arrepentido será siempre bien recibido de nuevo gracias a las misericordias de Dios (30: 1-10). Y, a modo de conclusión, pronuncia las palabras que leemos hoy: “Mirad, he puesto ante vosotros la vida y la prosperidad, la muerte y la adversidad” (v.15).
Pero para que el pueblo de Dios no lo mal interprete de vez en cuando, Moisés define lo que es la verdadera vida, la verdadera prosperidad. No es una cuenta bancaria de diez cifras, un romance de ensueño acaecido, o un futuro seguro y estable. En cambio, es “amar al Señor tu Dios, obedecerle y unirte a él” (versículo 20). El Señor es nuestra vida, e incluso en medio de problemas y pruebas, “aferrarnos a él” es nuestra prosperidad. Es cierto que Dios ha prometido bendecir la obediencia, pero el núcleo de esta bendición es la unión con Dios. Todas las otras bendiciones vienen como fruto de esta unión. “Habitar en la tierra” (versículo 20), por lo tanto, es principalmente disfrutar de la presencia especial del Señor, de quien fluyen todas las bendiciones.
- El amor y la obediencia están estrechamente vinculados en este y otros muchos pasajes bíblicos. ¿Cómo transforma o profundiza este vínculo nuestra comprensión de la vida con Dios?
- ¿A qué se parecería el “unirse fuertemente a Dios” en la vida cotidiana?
Salmo 119: 1-8
A lo largo del Salmo 119, vemos dos figuras contrastantes: las personas felices que observan la ley de manera impecable y se deleitan en hacerlo, y el escritor del salmo, que desea ser una de las personas que describe. No es que el salmista no tenga ningún deseo de caminar por el camino estrecho y recto del Señor. Por el contrario, no quiere nada más. Después de describir los caminos del obediente con reverencia abrumadora, escribe, “ojalá fuesen mis caminos ordenados”.
Pero en vez de prometer lo que nunca será capaz de producir, o de excusarse de un modo de vida aparentemente imposible, hace tanto una promesa como una súplica: “Guardaré tus estatutos; no me abandones por completo”. (v.8). Clama en la única postura que las frágiles criaturas pueden legítimamente adoptar delante de un Dios todopoderoso y perfecto. Expresa su anhelo de pertenecer al Señor de corazón y alma, de mente y cuerpo- lo dice, de hecho, como si ya fuera el caso- y luego suplica la ayuda del Señor, pues sólo el Señor puede lograr lo que el salmista se ha atrevido solicitar.
- ¿Cómo puede el Salmo 119 configurar la manera en que rezamos?
- ¿Cómo el claro deleite del salmista en la ley del Señor transforma o informa la forma en que pensamos acerca de la “ley”?
1 Corintios 3: 1-9
Todos nosotros, en algún u otro momento, hemos escuchado que las obras de alguien se excusan con el reconocimiento de que, “solo somos humanos”. La excusa es comprensible. A pesar de la incomodidad del mundo moderno con la palabra “pecado”, la mayoría admite que la gente no es perfecta; estamos inclinados a cometer errores y discutir, inclinados a chismorrear y quejarnos, inclinados (al menos de vez en cuando, decimos) a actuar siguiendo nuestros impulsos inferiores en lugar de nuestros ideales más nobles.
Pablo, sin embargo, rechaza de lleno esas excusas cuando tropieza con las expresiones de los nuevos cristianos en Corinto. Según Pablo, el seguidor de Cristo que “[se comporta] según las inclinaciones humanas” (v. 3) y obra como si él o ella siguiera siendo “meramente humano” (v.4), es una contradicción. Porque “sabemos que nuestro yo viejo”, nuestro “yo humano”, fue crucificado con él para que el cuerpo del pecado pudiera ser destruido, y ya no seamos esclavos del pecado” (Romanos 6: 6). Con esto en mente, los “celos y las peleas” (v. 3) no deben excusarse como el resultado inevitable de cualquier reunión de personas, sino que deben ser lamentados y arrepentidos los pecados que atormentan el santo templo de Dios. A la Iglesia se le pide siempre que se arrepienta de sus pecados y se ponga cada día nuevamente en las manos de Dios que purifican y ofrecen madurez.
- ¿Qué has excusado como “solo humano” que tal vez podría requerir un arrepentimiento más profundo y la misericordia transformadora de Dios?
- En la segunda parte del texto, Pablo se dirige a la confusión de los corintios entre el trabajo humano y la obra de Dios. ¿Cómo podemos honrar apropiadamente el servicio humano en la Iglesia mientras continuamos honrando, alabando y siguiendo a Cristo sobre todo?
Mateo 5: 21-37
En tiempos pasados, un siervo estaba en la cima de una montaña con Dios envuelto en fuego, para recibir la ley santa. En nuestro texto de hoy, otros siervos están en la cima de una montaña con el mismo Dios, ahora envueltos en carne, para recibir una segunda ley que afirma e intensifica la primera. El asesinato siempre ha estado prohibido; ahora la ira desenfrenada se revela como la intención del corazón de matar. El adulterio nunca fue aceptable; ahora se afirma que el adulterio con los ojos y la mente es tan malo como el adulterio con el cuerpo.
Pero, ¿cómo cumplir esa ley y por qué intentarlo? No somos salvos por las obras. Y sin embargo, Jesús dijo que no solo hay que escuchar sus palabras, sino ponerlas en práctica (Mateo 7:24). No somos salvos porque somos justos, pero somos salvos para que lleguemos a ser justos. Por medio de Cristo, que cumplió la ley (Mat. 5:17), el enfado no tiene poder en nosotros, la lujuria no tiene dominio. Estos y otros males han sido llevados a la muerte, y por la unión con Cristo, ellos también son muertos diariamente en nosotros. Somos llamados a una vida superior -la vida de Jesús- y se nos da su Espíritu para llevar a cabo la buena obra de Dios en nosotros hasta el día de su finalización, cuando finalmente seamos hechos uno con Cristo (Filipenses 1: 6).
- ¿Cómo es el Sermón del Monte una bendición para la Iglesia, como la Ley Mosaica fue una bendición para Israel?
- ¿Qué porción de la lectura puedes practicar a través del poder de Cristo para obedecer su mandamiento de no solo “escuchar sus palabras… sino ponerlas en práctica” (Mateo 7:24)?
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