Sermones que Iluminan

Pentecostés 25 (B) – 10 de noviembre de 2024

November 10, 2024

LCR: 1 Reyes 17:8–16; Salmo 146; Hebreos 9:24–28; San Marcos 12:38–44.

Hoy nos reunimos en el Dies Dominica, el domingo o Día de Señor (incluso los que anticipan la liturgia el sábado por la tarde) para proclamar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos, para pedir el perdón de nuestros pecados y ofrecer nuestra gratitud por las bendiciones de Dios, sobre todo por la salvación del mundo en su Hijo Jesucristo, y para pedirle a Dios por nuestras necesidades y las de los demás.

Si escuchamos atentamente a las lecturas bíblicas es posible que nos sorprendan. Las tres lecturas principales nos hablan de ofrendas y de la clase de ofrendas que Dios acepta con agrado. En la lectura, del Primer Libro de Reyes, Dios envió al profeta Elías a la casa de una viuda en Sarepta, en Sidón —fuera de Israel— para comprobar su mensaje de fe. La mujer se preparaba para morir de hambre al lado de su hijo cuando Elías se acercó a ella pidiéndole agua y pan; le prometió que, a pesar de la sequía en aquel lugar, el Dios de Israel le proveería harina y aceite sin falta hasta que volviera la lluvia. Suena muy bueno como para ser real. Sin embargo, la viuda hizo caso al mensaje de Dios anunciado por el profeta, y no le faltó nada. Obedeció y ofreció todo lo que tenía a pesar de ya no tener prácticamente nada y el Señor la bendijo, pues al hacer caso a las promesas de Dios, ella recibió abundante bendición.

El Evangelio según San Marcos nos describe la ofrenda de otra viuda que Cristo señaló, la que en el Templo ofreció “dos moneditas de cobre, de muy poco valor”. De igual manera que la viuda de Sarepta, ella dio todo lo que tenía, pues nada le sobraba. Sólo alguien realmente agradecido y con confianza en Dios daría todo lo que tiene. El Señor reconoció su ejemplo de generosidad y fe delante de los discípulos: “Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres; pues todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir”. Al instruir a los discípulos con este ejemplo, muestra que también quiere que hagamos lo mismo.

Para Jesús hay una gran diferencia entre dar con fe y gratitud, y dar de lo que nos sobra. En esencia, la diferencia es nuestra actitud. Cuando damos nuestras ofrendas, ¿lo hacemos con lo que nos sobra o estamos dispuestos a darlo todo por el Señor y no sólo el dinero? ¿Estamos agradecidos y obedientes, o más egocéntricos de lo que quisiéramos admitir? Como en el caso de las viudas de nuestras lecturas, con frecuencia los menos adinerados dan más que los que tienen todo, y los más necesitados son los que más ayudan al que está emproblemado. Los ejemplos de las viudas se preservan en las Sagradas Escrituras para que podamos aprender de su fe, obediencia y generosidad, pero las lecturas hoy nos muestran otro ejemplo que sobrepasa a todos los demás: El ejemplo del mismo Hijo de Dios, Jesucristo.

El autor de la epístola a los Hebreos nos describe cómo Jesús, nuestro compasivo sumo sacerdote, dio todo, absolutamente todo, por nosotros: Primero nos dice que Cristo entró en el cielo mismo, no en un templo construido por seres humanos, donde él mismo se presenta delante del Padre para interceder por nosotros. Ese destalle es sumamente importante. Jesús es el que cruza la brecha entre Dios y la humanidad, siendo él mismo Dios y hombre a la vez. Dios Padre nos escucha porque Cristo está por en medio. Cristo le pide por nuestras necesidades y salvación. Todo lo que recibimos de Dios, sin excepción alguna, lo recibimos a través de Cristo y su mediación como Hijo divino.

Sin embargo, a veces algunas personas quizá muy religiosas, pero algo confundidas, sienten la necesidad de buscar una cantidad de otros intercesores para ayudarles con las situaciones de la vida. Invocan santos y ángeles, incluso de dudoso origen, y hacen prácticas “espirituales” que están prohibidas en la Biblia. Parece que se nos olvida que los creyentes ya tenemos un Intercesor por excelencia en Jesucristo. No necesitamos a ningún otro para que Dios nos escuche y tome en cuenta nuestra causa; en las palabras de la Biblia, Jesús es nuestro “único Mediador y Abogado” y “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Como dice el Salmo 146 -que leímos hoy-: “No pongan su confianza en hombres importantes, en simples hombres que no pueden salvar”. En palabras más simples, sólo Cristo salva.

Si no debemos confiar en otros mediadores aparte de Cristo, deberíamos también tener en cuenta que tampoco deberíamos confiar en nosotros mismos para obtener la salvación y las bendiciones de Dios. Nadie “gana” el cielo con sus muchas ofrendas o su mejor esfuerzo. No lo podemos ganar porque Jesucristo ya lo ganó por nosotros. Si seguimos leyendo, vemos que para salvarnos Jesucristo ha tomado por lo menos tres roles: Él es el Sacerdote que hace la ofrenda perfecta, él mismo con su Cuerpo y Sangre es el sacrificio perfecto, y es el mediador que aplica los beneficios del sacrificio a nosotros.

De nuevo, la Epístola a los Hebreos, nos lo explica: “Pero el hecho es que ahora, en el final de los tiempos, Cristo ha aparecido una sola vez y para siempre, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio para quitar el pecado. Y así como todos han de morir una sola vez y después vendrá el juicio, así también Cristo ha sido ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos”. Cristo de una vez hizo lo que los antiguos sacerdotes con los sacrificios de animales no pudieron hacer y lo que otros que nos prometen bendiciones no pueden hacer hoy día: darse a sí mismo como ofrenda perfecta para perdonar los pecados del mundo y reconciliarnos con el Padre celestial.

Finalmente, quizá valga la pena preguntarnos, por qué entonces dar ofrendas si Jesús ha hecho todo por nosotros. La respuesta no es tan difícil: es porque estamos agradecidos. Dios nos muestra los ejemplos de las viudas y el ejemplo de su Hijo para que respondamos con generosidad y compasión y para que compartamos el gozo y el amor que Cristo nos da con el mundo entero. Amén. 

El Rvdo. Dr. Jack Lynch es un sacerdote de la Diócesis Episcopal de Rhode Island y Vicario de la Iglesia Episcopal San Jorge en Pawtucket, RI. 

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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