Sermones que Iluminan

Propio 26 (A) – 2023

November 05, 2023

LCR: Miqueas 3:5–12; Salmo 43; 1 Tesalonicenses 2:9–13; San Mateo 23:1–12

A San Francisco de Asís se le atribuye una historia, según la cual, invitó a un fraile novicio a predicar: “vamos a evangelizar a todo este pueblo y predicar la palabra de Dios”; a lo que el fraile novicio, muy entusiasmado, accedió. Así, caminaron desde la mañana al anochecer recorriendo el pueblo y todas sus inmediaciones; caminaron y caminaron sin decir una palabra. El novicio, tras aguantar todo el día su frustración, le preguntó al santo: “Padre, maestro, usted me dijo que íbamos a evangelizar a este pueblo y ni siquiera hemos pronunciado una palabra; hemos caminado por horas y horas desde el amanecer y lo que pensaba decirle a la gente ni siquiera he tenido la oportunidad de expresarlo”. San Francisco, con su mirada compasiva y hablando desde su corazón, le responde: “querido hermano ¿no se ha dado cuenta usted de lo que hemos estado haciendo?  Hemos estado predicando y evangelizando todo el día, por todas las calles, las plazas y sus rincones”. “Pero ¿cómo?”, preguntó el fraile. A lo que San Francisco le respondió: “querido hermano predica el evangelio en todo tiempo y lugar, sin cesar, y utiliza las palabras sólo cuando sean necesarias”.

No sabemos si esto realmente lo dijo San Francisco, lo que sí sabemos es que existe una verdad muy elocuente en lo que manifiesta: Cuando prediques el Evangelio, predica con tu ejemplo; las palabras, muchas veces, no son necesarias. O, como la sabiduría popular enseña: “el ejemplo vale más que las palabras”. Y sí, esto es exactamente lo que Jesús les dice a sus discípulos y a la gente que lo está escuchando: A los maestros de la ley y los fariseos “obedézcanlos ustedes y hagan todo lo que les digan; pero no sigan su ejemplo, porque ellos dicen una cosa y hacen otra”. Y lo que es peor, atan cargas pesadas e insoportables a la gente, pero que ellos ni con un dedo mueven, exageran sus distintivos religiosos, les gustan los asientos de honor en los banquetes y sinagogas, y les encanta que la gente los vea y los alague en las plazas y calles. ¡Qué fuerte crítica! No existe coherencia entre lo que dicen y hacen.

En pocas palabras, podemos decir que estos fariseos y maestros de la ley carecían de integridad. Sin embargo, les gustaba que los llamaran “maestros” (rabinos). Mateo nos indica, claramente, que este término sólo es reservado para Jesús -como “Padre” es sólo para Dios-. Cualquier líder religioso que demanda a sus seguidores a llamarlo rabino, maestro o incluso padre, está llamando la atención sólo sobre sí mismo y no a quien sirve.

Richard Rohr, místico y escritor franciscano, utiliza el concepto de “Falso Yo” para referirse al “viejo yo”, y el de “Verdadero Yo” para el “nuevo yo” transformado y trascendente. El “Falso Yo” son todas las cosas que pretendemos ser y creemos que somos; es una construcción social y está formada por lo que tengo, hago y lo que otros piensan de mí. Básicamente, la forma de actuar de aquellos fariseos en el tiempo de Jesús.

Hoy, en nuestra sociedad, lo predominante es el “hacer”, pues ocupa un lugar central en cómo actuamos y somos percibidos. Cuando nos presentamos ante otras personas, muchas veces empezamos diciendo lo que hacemos: “Hola, soy el Sr. Pérez y soy gerente de esta tienda”, “soy Juana López y enseño en la universidad estatal”, “soy Pedro García y soy abogado”. Se dice que ésta es una de las razones por las que a muchos hoy les resulta muy difícil jubilarse o retirarse, porque a menudo así es como se definen. Quien por muchos años ejerció como gerente, profesor o abogado, de repente sólo es el señor Pérez, o Juana, o Pedro. Ya es “nadie”. Y esto se debe a que los individuos a menudo se identifican con el hacer. Esto es parte del “Falso Yo”.

Otras veces nos definimos por género, raza, etnia, origen nacional y educación. Todos estos son sólo más aspectos del “Falso Yo”. En otras ocasiones nos definen poniéndonos etiquetas: hispanos, latinos, personas de color, inmigrantes, documentados o indocumentados. Todas estas etiquetas son el “Falso Yo”. Y lo único que hacen es dividirnos y separarnos. Así los fariseos estaban preocupados por las leyes de pureza que funcionaban para reforzar las jerarquías sociales separando a la gente.

Cuando no tenemos a Dios, cuando todo lo que somos es nuestra capa exterior, nos definimos mediante etiquetas externas. Jesús nos enseña: “Ustedes no se dejen llamar maestro, porque uno es su maestro, y todos ustedes son hermanos”. ¿No nos dice San Pablo que ya no hay judío ni griego, esclavo o libre, varón o mujer porque todos somos uno en Cristo Jesús? Si nos definimos mediante etiquetas externas, tarde o temprano descubriremos que todo esto es sólo el “Falso Yo”.

Jesús constantemente nos dice que debemos morir a nosotros mismos y negarnos para poder seguirlo. A lo que se refiere en este caso es a morir a nuestro “Falso Yo”, este yo que construimos durante nuestra vida y que puede ser una trampa que nos aprisiona y nos hace miserables.

“El más grande entre ustedes debe servir a los demás. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”. Descubrir nuestro “Verdadero Yo” está basado en nuestro propio valor intrínseco y conexión con Dios y con su amor por nosotros. A menos que abandonemos nuestro “Falso Yo” no podremos encontrar nuestro “Verdadero Yo”, y nos resultará muy difícil seguir a Jesús. Richard Rohr dice que descubrir el “Verdadero Yo” es una realización, una iluminación, un despertar, una salvación. El “Verdadero Yo” es saber quiénes somos en relación con Dios. Esto es lo que hizo Jesús, se conoció a sí mismo en relación con Dios. Jesús no encontró su identidad en lo que podía hacer, en lo que los demás pensaban de él o en lo que tenía. Jesús fue quien fue ante Dios y nos enseñó que en el despojarnos de etiquetas y en el servir a los demás encontraríamos a nuestro “Verdadero Yo”.

Santa Teresa de Ávila escribió:

“Cristo no tiene más cuerpo que el tuyo,
ni manos, ni pies en la tierra que los tuyos,
Tuyos son los ojos con los que mira.
Tuyos son los pies con los que camina para hacer el bien,
Tuyas son las manos con las que bendice al mundo entero”.

Abandonemos nuestro “Falso Yo” y entreguémonos totalmente a Dios, el creador del “Verdadero Yo”, para que pueda revelarse dentro de nosotros y así, “predicar el evangelio en todo tiempo y lugar sin cesar con nuestro propio ejemplo y utilizar las palabras sólo cuando sean necesarias”. 

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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