Sermones que Iluminan

Propio 25 (A) – 2023

October 29, 2023

LCR: Levítico 19:1–2, 15–18; Salmo 1; 1 Tesalonicenses 2:1–8; San Mateo 22:34–46.

“Sean ustedes santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo”. Cuando se toma en serio, éste es un mandamiento abrumador e intimidante. “Sean santos… porque yo soy santo”.  Es un claro llamado a ser como Dios. ¿Pero cómo? ¿En qué consiste esta santidad? Las lecturas hoy nos ayudan a entenderlo mejor.

El libro de Levítico, del que recibimos la primera lectura, se trata principalmente del tema de la santidad. Para muchos lectores es un texto curioso y difícil porque contiene un sinnúmero de instrucciones respecto a casi todos los detalles de la vida del pueblo de Israel, en adición de ser el manual de culto para los sacerdotes y levitas (este último detalle es lo que nos proporciona el título “Levítico”).

A veces la lectura de Levítico se vuelve más difícil que la de otros libros porque todos los mandamientos parecen estar entremezclados. Por ejemplo, en el capítulo 11 se prohíbe comer los camarones y otras criaturas marinas sin escamas, mientras que en el 12 se habla sobre qué deben hacer las mujeres tras el parto; de la misma manera, la lectura hoy viene de un capítulo que trata de temas tan diversos como todo el libro: el sábado y su culto, la debida protección para los esclavos, el comercio honesto y la agricultura.

¿Qué ocurre aquí? ¿Por qué se imparten tantas instrucciones sobre la vida? El Señor quiso que su pueblo entendiera que la santidad es mucho más que un sistema de rituales como de ir a misa los domingos u ofrecer un sacrificio tal o cantar determinado himno. Dios quiere que como pueblo entendamos que toda nuestra vida pertenece a él y que debemos reflejar nuestra relación con él en todos los aspectos de la vida a través de la actividad pública y privada. En menos palabras, Dios insiste en que él debe ser nuestro Señor en todo. Así que la santidad es todo lo que refleje esta relación con Dios en nuestra vida, y crecemos en santidad en la medida que nuestra vida refleja la presencia de Dios en nuestras acciones.

De nuevo Levítico nos enseña cómo es la santidad que Dios quiere: Respeten mis sábados, no recurran a dioses falsos ni sus imágenes, dejen parte de la cosecha para los pobres, no actúes con injusticia, no andes con chismes, no tomes parte en los asesinatos, no guardes odio en tu corazón, ama a tu prójimo, que es como tú mismo. La innovación de Levítico y de la fe de Israel es que la santidad se convierte en algo que abarca al ser humano en su totalidad, no sólo en lo “religioso”. Por tanto, la santidad que Dios exige de su pueblo nos obliga a vivir con integridad y justicia. Ése realmente es el mensaje del gran libro de Levítico (y de toda la Ley de Moisés).

También es el mensaje del Salmo 1: “Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los que se burlan de Dios, sino que pone su amor en la ley del Señor y en ella medita noche y día”. El salmo nos permite ver algo que el Señor Jesucristo también nos enseñó, que la injusticia es lo que nos contamina. Seremos dichosos cuando regimos nuestra vida con integridad y reverencia. El salmo también nos hace entender que para buscar la santidad debemos esforzarnos en estudiar la Palabra de Dios, pues, en la ley del Señor está su delicia. Quizá debamos preguntarnos si en verdad nos deleitamos en leer las Sagradas Escrituras, si hemos encontrado el gozo de hallar en ellas las palabras de amor y vida que necesitamos para crecer en nuestra relación con Dios y ser santos.

El Señor Jesús es el ejemplo obvio de alguien que conocía las Escrituras y que se deleitaba en ellas, como observamos en la porción de San Mateo para hoy. Se nota en su diálogo con fariseos que Jesús conocía el texto bíblico muy bien y que pudo responder a las preguntas de sus interrogadores con suspicacia y precisión, especialmente cuando ellos querían tenderle una trampa. Le preguntaron: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?

La pregunta de los fariseos no es tan fácil ni tan sencilla. Cualquier otra respuesta le abriría acusaciones de ser hereje o un falso maestro. Pero Jesús no se dejó engañar, tampoco cayó en la trampa, pues conocía las Escrituras, conocía la Palabra de Dios y respondió con lo que conocemos como “el resumen de la Ley”: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” Éste es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a éste; dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas”.

Según Jesús, la Ley, lo que Dios quiere de su pueblo, lo que podemos llamar la definición práctica de la santidad se resume en Amar a Dios y Amar al prójimo. En esencia, eso es todo. Cuando Dios dice que seamos santos, lo que quiere es que le honremos en cada aspecto de nuestra vida y que tratemos a los demás con el debido respeto e integridad. En eso consiste ser santo, porque Dios nuestro Señor es santo. Así que, en ese diálogo con los fariseos, queda claro que Jesús había leído y entendido el mensaje del libro de Levítico con todos sus mandamientos tan diversos y a veces complicados. Por eso, Jesucristo, el verdadero Santo, superó la prueba de los que deseaban atacarlo, mostrando su autoridad magistral.

En nuestras dificultades y conflictos, también podemos recurrir al mensaje de Jesús, al mensaje de Levítico, para superar nuestras propias pruebas poniendo en práctica los dos mandamientos más importantes: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, y “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Caminando en amor e integridad descubriremos, como el salmista, que seremos como el árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae, y todo lo que hacemos prosperará. Amén.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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