Sermones que Iluminan

Propio 16 (A) – 2023

August 27, 2023

LCR: Isaías 51:1–6; Salmo 138; Romanos 12:1–8; San Mateo 16:13–20.

Hoy ¿Quién es Jesús?

En el evangelio de este día, vemos cómo los discípulos fueron interpelados por Jesús: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. ¡Extraña pregunta! ¿No es evidente? O ¿Será que hay preocupación en Jesús por la comprensión que de él tiene el mundo? Hay que tener en cuenta el contexto literario pues, lo que sigue, es el anuncio de su pasión y muerte por parte de Jesús (16:21ss); pronto se transfigurará a algunos de sus apóstoles revelando plenamente su identidad e iniciará su camino a la cruz, pero antes de hacerlo pregunta a sus seguidores por lo que dice la gente acerca de él. Como hemos escuchado, sus contemporáneos -en este punto de su ministerio-, aún no saben quién es realmente.

Pongámonos ahora en el lugar de los discípulos. Vale mucho la pena hacernos esta pregunta -como bautizados- después de dos mil años. Cuestionarnos por quién es Jesucristo en un tiempo en el que se idolatra todo un mar de nuevos dioses materializados en íconos sociales, políticos, económicos, de farándula, e incluso religiosos, parece también necesario hoy. Y ¿quién es Jesús para el mundo? Si Jesús nos preguntara seguramente le responderíamos: “Para algunos, Señor, eres un mito”, “otros dicen que fuiste un judío que enseñó cosas muy bonitas”, “muchos dicen que fuiste un libre pensador de la Palestina de la primera mitad del siglo I”, etc. En una humanidad materialista, hedonista, consumista, la figura de un “tal Jesús” se vuelve borrosa y su enseñanza extraña.

Pero Jesús no sólo pregunta por lo que piensan de él “ad extra”, sino que después del desencanto de la falta de entendimiento de “los de afuera”, Jesús lanza esa misma pregunta a sus amigos más íntimos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Tal vez sus más cercanos, quienes le siguen y escuchan con mayor frecuencia, quienes comparten con él día a día, le conozcan mejor. Este interrogante lo sigue haciendo hoy, a quienes le seguimos, al cuerpo de los bautizados, a quienes le conocemos más de cerca. ¿Nos pasa lo del mundo o sabemos quién es él? Y, si llegáramos a responder como Pedro, ¿comprendemos esa respuesta?: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.” ¿Qué es eso?

La respuesta de Pedro es el descubrimiento profundo, la “revelación” del Padre de quién es Jesús. Se trata de la afirmación convencida y convincente que sólo pudo ser fruto de la experiencia que Pedro (y los discípulos) vivieron al lado del Señor. No se trata de una respuesta improvisada, amañada o -como nos puede pasar- mecánica de algo que se ha escuchado. Para el discípulo, Jesús es el Mesías, es el Hijo de Dios. Y es esta afirmación de Pedro (de los discípulos) la base, la columna, la piedra sobre la que se edifica la Comunidad, la Congregación (en griego: Ekklesia, es decir Iglesia): “sobre esta piedra voy a construir mi iglesia”. Es importante que se entienda que la Iglesia-Congregación está edificada sobre Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios; es decir, sobre lo afirmado por Pedro, no sobre un apóstol o su persona.

Comprender esto es de suma importancia, pues esa Iglesia-Congregación -no una institución-, conforma un cuerpo, el de Cristo; con muchos miembros, pero al final sólo un cuerpo donde cada uno de sus miembros, los bautizados, cumple su función sin dejar de ser parte del cuerpo UNO (como hemos escuchado de la carta de San Pablo a los Romanos). En ese Cuerpo-Uno, todos cumplen su papel de acuerdo con sus dones. Ese Cuerpo-Iglesia está llamado a testificar-profesar-proclamar a Cristo. Sin embargo, a veces insistimos en que hay miembros mejores que otros, más importantes, superiores, y ahí desvirtuamos el deber ser del cuerpo. Ya sabemos qué pasa cuando algunos se consideran más o mejores que otros; viene la división, la fractura que rompe la unidad. Si en verdad somos el Cuerpo de Cristo, nuestras acciones no pueden ser sino el testimonio de ello.

De esta forma, Pablo nos invita a la transformación: “cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir”. Sólo el cambio personal y social nos hará una familia. Pablo nos exhorta a que nos presentemos “como ofrenda viva, santa y agradable a Dios”, a que pongamos lo mejor de nuestros dones al servicio de los demás, con amor desinteresado, con sencillez y alegría.

Es así como el mundo reconocerá a Cristo en su Cuerpo-Iglesia-Comunidad. Estamos llamados a atar y desatar; tenemos las llaves para unir y romper: para romper los odios, rencores, humillación, destrucción, avaricia, egoísmo, discriminación, pecado y mucho más… y para unir un mundo roto, dividido, excluyente, para unir familias, vecinos, ciudadanos en caridad y justicia, para lograr la koinonía (comunión) del Cuerpo. Ésta es la vocación de la Iglesia-Cuerpo; para ello la edificó Cristo.

Entonces, recibamos hoy esa pregunta: ¿Quién es Jesús para mí? Si nuestra respuesta es como la de Pedro, entonces que no sea la respuesta ya programada o incrustada en nuestra mente. Ésta debe ir acompañada de un esfuerzo sincero por poner todo de sí por irradiar esa convicción en medio de quienes nos rodean. Se hace necesario que se ponga de manifiesto la coherencia entre la orto-doxia y la orto-praxis, es decir, entre la doctrina que profesamos y las acciones que exteriorizan esa creencia.

Si creemos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, no podemos menos que volcar nuestra vida hacia la realización de su Reino.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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