Sermones que Iluminan

Propio 11 (A) – 2023

July 23, 2023

LCR: Sabiduría 12:13, 16-19 o Isaías 44:6-8; Salmo 86:11-17; Romanos 8:12–25; San Mateo 13:24–30, 36–43

Oh Señor nuestro Dios, no hay nadie como tú que nos juzgas con bondad y nos gobiernas con gran misericordia; con esta esperanza hemos sido salvados y pedimos que nos guíes por tu Santo Espíritu para alcanzar la gloria de tu reino en que los justos brillarán como sol y donde tú vives y reinas para siempre. Amén.

Aunque quizá no pensemos mucho en ello, Dios tiene un propósito para nuestras vidas; siendo Soberano del universo, es lógico que el Señor tenga planes para su creación. Y como declaró el profeta Jeremías, son planes para el bien de su pueblo y el de quienes creemos en él.

Podemos confiar en el Señor porque él es el único Dios verdadero, no hay nadie igual a él y no existe ningún dios fuera de él. Así nos enseña la lectura del profeta Isaías. Todos los demás llamados “dioses” son ídolos, inventos de los hombres, supersticiones de las gentes o instrumentos del engaño. Las Sagradas Escrituras reiteran que el único Dios auténtico es el Señor, el Dios de Israel, el mismo que los cristianos reconocemos como el Dios y Padre del Señor Jesucristo, el que nos ha adoptado como sus hijos. 

También podemos confiar en Dios porque él siempre logra sus propósitos, cumpliendo su palabra, y porque es un Padre compasivo que nos gobierna con misericordia y desea que lleguemos a brillar como el sol en su reino como leímos en el evangelio asignado para hoy. Pero ¿cómo se logrará este propósito de Dios?

En primer lugar, debemos insistir que los propósitos de Dios no se logran por “el destino”. Aunque Dios puede anunciar las cosas por venir, él no está limitado por ningún propósito fuera de sí mismo. No somos fatalistas, pues no existe nada que obliga a Dios aparte de su carácter justo y verdadero, fiel y amoroso; por tanto, Dios siempre será fiel a sus promesas hacia los que él ama. Y Jesús insistió en que este Dios nos ama a todos los seres humanos. En las palabras de un antiguo catecismo: “El fin principal de la existencia del hombre es glorificar a Dios, y gozar de él para siempre.” Dios quiere que tengamos comunión con él y que disfrutemos de su amor para para siempre. Él quiere lo mejor para nosotros y para su creación. Eso significa que Dios nos desea el bien y que ese bien se manifiesta en las acciones que toman sus criaturas -principalmente nosotros cuando ejercemos la capacidad de decidir, hacer y crear-. Dios actúa a través de nosotros y nuestras vidas.

La gran dificultad es que nosotros nos desviamos del camino hacia esa felicidad. El pecado, el orgullo y demás despropósitos humanos nos apartan de Dios y nos dividen unos de otros y de toda la creación. Recordemos que “pecar” literalmente significa “desviarse del objetivo”. Lastimosamente, el pecado es un fenómeno tan antiguo como la historia de la desobediencia de nuestros primeros padres en el Edén. Parece que el ser humano huye de Dios en vez de buscarlo y gozar de su amor, y esto -nuestros pecados-, además de dañarnos, dañan también a las demás criaturas del Señor. Este daño resulta en toda clase de problemas y conflictos, a tal punto que hasta confundimos el bien y el mal. Muchos de los que se ven sanos están enfermos, y muchos de los que los demás ven como perdidos alcanzarán la salvación.

La buena noticia es que Dios es compasivo y misericordioso, nos da la oportunidad de arrepentirnos de nuestros pecados y volver al camino que nos lleva a la vida eterna. El mensaje del Señor Jesús en la parábola del trigo y la cizaña (o de la mala hierba) es precisamente que nosotros no podemos distinguir entre ellos con ninguna certeza. Por eso, no debemos juzgar a los demás, pues sólo corresponde a Dios hacerlo, y nos debe consolar que el texto de Sabiduría afirma que el Señor nos juzgará con bondad y misericordia.

En la epístola a los Romanos, San Pablo reafirma que las inclinaciones de nuestra debilidad y confusión, la naturaleza débil o lo que a veces llama “la carne”, nos llevarán a la muerte espiritual, pues nos apartan del camino de Dios. La otra parte de la buena noticia que encontramos en esta misma lectura es que, si nos volvemos a Dios, el Espíritu Santo nos guiará para reencontrar el camino. Con la ayuda de Dios, con su gracia actuando en nosotros, podemos abandonar las obras destructivas del pecado y abrazar el propósito de nuestro Padre celestial.

Además, cuando nos damos cuenta de que el Espíritu de Dios nos guía, también nos damos cuenta de que somos hijos de Dios, pues es el mismo Espíritu que nos insta a clamar a Dios y pedir su ayuda. Y este Espíritu también nos da testimonio de una nueva relación con el Señor. Ya podemos decirle a Dios “¡Abbá!” o “¡Padre!”. Por la fe comenzamos a participar en la comunión que el Señor quiere disfrutar con sus hijos eternamente y tenemos la esperanza de recibir lo que Dios ha prometido para todos sus santos.

Como San Agustín de Hipona recordó a su congregación hace varios siglos, no podremos vivir en la plenitud de esta salvación y comunión hasta el Día del Señor, cuando Cristo regresará para separar el trigo de la cizaña y para establecer su reino definitivo en el universo, pero tampoco Cristo nos ha dejado sin la alegría de conocerlo y amarlo. Tenemos que mantener firme la esperanza y seguir la dirección del Espíritu Santo -pues, con esta esperanza hemos sido salvados- y debemos permitir que cada día la gracia de Dios transforme cada rincón de nuestro ser para llegar a brillar con la gloria del Dios que nos creó y nos redimió con todo su amor. Mientras esperamos la plenitud de reino de Dios hay mucho que hacer, sobre todo orar para que Dios abra nuestros ojos y corazones a su gracia.

La colecta de hoy nos ofrece un buen modelo a seguir en nuestras devociones: “Dios omnipotente, fuente de toda sabiduría, tú conoces nuestras necesidades antes de que te pidamos, y nuestra ignorancia en pedir: Ten compasión de nuestras flaquezas, y danos, por tu misericordia, aquellas cosas que por nuestra indignidad y ceguedad no sabemos ni nos atrevemos a pedirte; por los méritos de Jesucristo tu Hijo nuestro Señor; que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén.”.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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