Pascua 6 (A) – 2023
May 14, 2023
LCR: Hechos 17:22–31; Salmo 66:8–20 (= 66:7–18 LOC); 1 San Pedro 3:13–22; San Juan 14:15–21
En la bella lectura de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos presenta el celo apostólico de san Pablo y su pericia como predicador y argumentador. Pablo se encontraba en Atenas, no como los turistas de hoy, movidos por el interés artístico, sino por una pasión: la de dar a conocer Dios en Cristo. Allí esperaba que dos discípulos, Timoteo y Silas, llegaran por él.
Es muy conocido el amor del griego a la belleza, el arte y la filosofía. Pero, además, los atenienses eran muy religiosos. Pablo “se indignó mucho al ver que la ciudad estaba llena de ídolos”. Y es que, en efecto, “Pausanias dice que Atenas tenía más imágenes que todo el resto de Grecia. Plinio dice que en la época de Nerón Atenas tenía más de 30.000 estatuas públicas, además de una cantidad incalculable en las casas. Petronio se burla de que era más fácil en Atenas encontrar a un dios que a un hombre”.
Algunos filósofos epicúreos y estoicos que se acercaron a Pablo le consideraron un charlatán; le acusaron de carecer de conocimientos filosóficos. Sin embargo, sentían curiosidad por la nueva doctrina que Pablo les pudiera exponer. Naturalmente, le trataban con cierto desprecio intelectual, porque ellos se consideraban como poseedores de toda la verdad. Así que le llevaron al Areópago para que allí expusiera su nueva doctrina. Era lo que quería Pablo. Estaba muy acostumbrado a predicar en sinagogas, ante autoridades civiles y militares, y en esta ocasión lo haría ante los más sofisticados griegos.
Pablo inicia su discurso muy diplomáticamente: “Atenienses, por todo lo que veo, ustedes son gente muy religiosa”. Pablo no manifiesta el enfado que tiene en su interior ante gente que, siendo por una parte amantes de la filosofía, por otra, habían caído en tanta idolatría. Y continúa: “Pues al mirar los lugares donde ustedes celebran sus cultos, he encontrado un altar que tiene escritas estas palabras: “A un Dios no conocido”. Pues bien, lo que ustedes adoran sin conocer, es lo que yo vengo a anunciarles”. Los atenienses tenían miedo de ser castigados por algún dios a quien no conocieran; por eso erigían altares “A un Dios no conocido”. Durante una plaga Epiménides aconsejó el sacrificio de una oveja al dios apropiado, quienquiera que fuera. No querían que se les escapara ningún dios.
Para evitar ser castigado por la ley romana que prohibía la introducción de nuevos dioses, Pablo dice a los atenienses que ya están adorando al verdadero Dios. No introduce ningún dios nuevo. Y continúa de esta manera: ese Dios desconocido es “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, es Señor del cielo y de la tierra”. Ese Dios es el único Dios vivo; en otras palabras, no existe “el dios sol”, “el dios luna”, “el dios mar”, etc., sino que hay un sólo Dios que da vida a todo.
Los filósofos griegos rechazaban la creación como obra especial de algún dios. Sin embargo, Pablo la afirma, y Dios no solamente es el Creador, sino que también el gobernador de todo lo que existe. Y, en realidad, no necesita de nadie porque todos hemos sido creados por él, y a su imagen. Dios creó a la primera pareja de la cual han procedido todas las naciones del mundo. Esta idea chocó con el orgullo vano de los atenienses, pues se creían superiores a los demás. Para Pablo todo se encuentra bajo el ojo universal de Dios: las fronteras de las naciones, las etapas de la historia, todo está bajo el dominio de Dios. Él hace lo que los dioses nacionales de los griegos no hacían: gobernar el mundo.
Más aún, Dios está al alcance de todos. El objetivo final de Dios es que todos lo encuentren, incluso si caminamos a ciegas, palpando, lo podemos encontrar. La felicidad de los humanos no se encuentra en ningún placer creado, como enseñaban los epicúreos, ni en la indiferencia hacia el placer y el dolor, como enseñaban los estoicos, sino en la búsqueda y el conocimiento de Dios. Es natural que los seres humanos busquemos a Dios, porque Dios es el Creador de todos. Muchos creyeron haber encontrado a Dios en la naturaleza y adoraron al sol, la luna, las estrellas y los animales.
Pablo va todavía mucho más lejos, no solamente buscamos a Dios, sino que en él “vivimos, nos movemos y existimos”. Ésta es la prueba de que Dios no está lejos de nosotros. De hecho, dependemos totalmente de Dios; sin él no podemos vivir, seríamos reducidos a la nada. Pero, todavía hay más, dice Pablo: “como también algunos de los poetas de ustedes dijeron: “Somos descendientes de Dios”.” -Se trata de una cita del poeta Arato (270 a.C.), nativo de Cilicia, el país de Pablo-. Los que escuchaban a Pablo en el Areópago podían constatar ahora que Pablo no era un “charlatán”, sino un hombre de letras.
Siendo, pues, de linaje o de naturaleza divina, no debemos pensar que la divinidad sea semejante al oro, la plata o cualquier escultura de arte. Estos materiales se usaban para hacer estatuas para los dioses de Atenas. Todos sabemos que los hijos se parecen a sus padres, por eso, si los seres humanos no tienen una naturaleza de metales preciosos y si los seres humanos son del linaje de Dios, entonces Dios tampoco tiene la naturaleza de esos materiales. La triste verdad es que los idólatras rechazaban la frase de Génesis donde se afirma que el ser humano fue hecho a la imagen de Dios. Los idólatras creaban una imagen de Dios a la medida de sus intereses humanos.
Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de la ignorancia, exige ahora la conversión de todos. Cuando Pablo habló de la ignorancia de los atenienses, éstos no podían quejarse, porque ellos mismos habían erigido un altar con la inscripción, “A un Dios no conocido”. Pues, este Dios no conocido, exige la conversión. Los dioses paganos no exigían la conversión o el arrepentimiento porque eran peores que sus adoradores, pero el verdadero Dios sí demanda que todos se arrepientan.
Dios requiere que los filósofos griegos se arrepientan. Los dioses hechos por los hombres –hechos a la imagen del hombre– nunca exigen el arrepentimiento. ¿Por qué iba el hombre a inventar un dios que le condenara? No tiene sentido hacerlo. Sólo el Dios vivo exige el arrepentimiento. Y la prueba final de la necesidad de la conversión es que a todos nos medirá por el ejemplo de Cristo que murió por nosotros y ha sido resucitado por el Dios vivo y verdadero.
Pero, cuando oyeron a Pablo hablar de la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: “Ya te oiremos hablar de esto en otra ocasión”; es decir, no estaban preparados para aceptar en pleno el mensaje cristiano. Sin embargo, algunos de los que oyeron su discurso se convirtieron, entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros.
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