Último Domingo después de Epifanía (A) – 19 de febrero de 2023
February 19, 2023
LCR: Éxodo 24:12-18; Salmo 2 o 99; 2 Pedro 1:16-21; San Mateo 17:1-9.
“Sube al monte, donde yo estoy, y espérame allí… Moisés se levantó y subió al monte de Dios, junto con su ayudante Josué.” “Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de Santiago, y se fue aparte con ellos a un cerro muy alto.”
En el Último Domingo después de Epifanía el Leccionario de la Iglesia Episcopal siempre señala uno de los relatos de la Transfiguración del Señor junto con algunas de las lecturas relacionadas de ambos testamentos (este año leímos sobre la entrega de le Ley a Moisés). Así imitamos la experiencia de Jesús y los discípulos que participaron en ese acontecer antes de seguir el camino hacia la cruz del Calvario o, nuestro caso, el tiempo de Cuaresma y Semana Santa. Ambas historias nos cuentan episodios impactantes que, de algún modo, nos pueden parecer extraños y ajenos a nuestras experiencias; fijarnos en algunos de sus múltiples detalles puede ayudarnos a entenderlas mejor y a aprender de su mensaje.
La primera lectura del Éxodo describe el llamamiento que el Señor Dios hizo a Moisés a subir al Monte Sinaí para recibir las tablas de la Ley, es decir, los Diez Mandamientos. Es difícil enfatizar lo importante de ese momento para el pueblo hebreo, e incluso para la Iglesia cristiana como heredera de sus tradiciones, pues los Diez Mandamientos, escritos por Dios mismo, son la base la enseñanza moral de la Torá que Jesús recibió e interpretó para sus discípulos y que, como instruye nuestro Catecismo, en gran medida nos explican qué significa amar a Dios y amar al prójimo.
Este es un momento de revelación divina y de encuentro directo con el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Moisés tuvo contacto directo con su Dios: el Señor lo llamó desde la nube de su gloria. Otros pasajes de las Sagradas Escrituras nos cuentan que el rostro de Moisés fue iluminado y transformado por ese encuentro, a tal punto que fue obligado a cubrir su cara delante de sus compatriotas, sin embargo, sería una equivocación pensar que sólo Moisés participó en ese encuentro con Dios. El detalle importante es que cuando Moisés subió al Sinaí llevó a su ayudante Josué, y encargó a los ancianos, a Aarón y a Hur cuidar el pueblo. Como cuenta el Éxodo, la revelación en el Sinaí, por lo tanto, fue una revelación pública y un testimonio para todo el pueblo que vio la nube y el fuego consumidor desde la base de la montaña. Dios se reveló, dando los Mandamientos a Moisés y a todo el pueblo hebreo, el pueblo que él mismo había llamado y rescatado de la esclavitud en Egipto.
Otro detalle en que debemos fijarnos, especialmente antes de comenzar la Cuaresma esta semana, es que Moisés guarda cuarenta días y cuarenta noches en la cima de la montaña y, por supuesto, el pueblo abajo también guarda este tiempo esperando el regreso de Moisés con las tablas de la Ley. Eso nos ha de recordar que la observación del tiempo de Cuaresma no sólo es para los clérigos o cristianos “profesionales” sino para todos los miembros de la Iglesia: clérigos y laicos, hombres y mujeres, ancianos, jóvenes y niños. Todos estamos llamados a dedicarnos a la lectura de la palabra de Dios, la oración, el ayuno y la autonegación.
La epístola y el evangelio, por su parte, nos relatan detalles de otro episodio: la Transfiguración de Jesús. Se trata de un acontecimiento en la historia de la salvación muy parecido al que escuchamos en el Éxodo. Jesús sube a la montaña y, al igual que Moisés, lleva algunos de sus colaboradores más cercanos con él. Los otros seguidores quedaron al pie de la montaña como lo hizo el pueblo hebreo, en la base del Sinaí; pero hay algo más importante, en la Transfiguración también Dios dio una revelación con un mandamiento: “Este es mi Hijo amado, a quien he elegido: escúchenlo.” Y todo esto acompañado por la manifestación de la gloria divina en el rostro y la apariencia de Jesús y por la visión de Moisés y Elías. En el caso de Cristo Jesús, el velo de la muerte sería el que luego cubriría la gloria de su rostro.
San Pedro, quien junto con Juan y Santiago estaba con Cristo en la montaña, describe en la epístola el episodio en términos inequívocos: “La enseñanza que dimos… no consistía en cuentos inventados ingeniosamente, pues con nuestros propios ojos vimos al Señor en su grandeza… Nosotros mismos oímos aquella voz que venía del cielo, pues estábamos con el Señor en el monte sagrado”. Para los apóstoles, la Transfiguración de Jesús fue un momento de la revelación de Dios de que fueron testigos. Jesús es a quien corresponde la majestad y gloria divinas. Jesucristo es el Hijo de Dios a que todos debemos escuchar.
El Apóstol concluye, tras reflexionar sobre la Transfiguración, que el contenido de la revelación de Dios, sea los Diez Mandamientos o el mandato a escuchar a Jesús, no es propiedad privada para que cada quien haga lo que quiera con él; al contrario la revelación de Dios en Cristo es para todos y por tanto es responsabilidad de todos cuidar y conservar su mensaje: “Pero ante todo tengan presente: que ninguna profecía de la Escritura es algo que uno pueda interpretar según el propio parecer, por que los profetas nunca hablaron por iniciativa humana; al contrario, eran hombres que hablaban de parte de Dios, dirigidos por el Espíritu Santo.”
Esta semana, al iniciar la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza -que es uno de dos días en que en la Iglesia Episcopal nos llama al ayuno solemne-, hagamos lo posible por escuchar la voz del Padre, apartando el tiempo para leer la Palabra de Dios escrita en la Biblia; oremos en la presencia de Cristo, contemplando por fe al que subió a la cruz por nuestra salvación, y actuemos como personas cuyos corazones están llenos del Espíritu Santo que da testimonio de que somos hijos amados por el Padre. Amén.
El Rvdo. Dr. John J. Lynch es un sacerdote, autor y educador, que ha servido en las diócesis episcopales de Honduras, el Sur de Virginia y Rhode Island. Actualmente sirve como director en el Instituto Ecuménico del Ministerio Hispano y el Cura párroco de la Iglesia Episcopal San Jorge en la ciudad de Central Falls, Rhode Island.
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