Pentecostés 23 (C) – 13 de noviembre de 2022
November 13, 2022
LCR: Malaquías 4:1–2a [= 3:19–20a DHH]; Salmo 98; 2 Tesalonicenses 3:6–13; San Lucas 21:5–19
El evangelio de este domingo nos describe acontecimientos proféticos sobre el templo de Jerusalén y sobre los últimos tiempos. Nos habla de “signos de los tiempos” y nos da la clave para que aprendamos a interpretarlos y prepararnos para afrontar estos sucesos de los cuales estamos siendo testigos en nuestro tiempo actual.
Estas señales, que hace dos mil años Cristo describió, están a las puertas de nuestro siglo. Hemos sido testigos de catástrofes naturales a causa de la crisis del cambio climático, guerras fratricidas, actos de terrorismo organizado, una pandemia que aún no pasa, y construcciones de muros divisorios. Signos que están presentes en nuestra historia actual, en nuestro diario vivir, indicándonos, no el fin del mundo, sino el fin de una era de maldad que nos abre el camino para un cambio de actitud y de vida orientado hacia el bien.
La predicción de la ruina del templo de Jerusalén, descrita en el texto del evangelista Lucas, suscita una pregunta: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto? ¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder?”. La respuesta de Jesús es lo que constituye en Lucas “el discurso escatológico”. Un discurso que nos habla del fin de los tiempos y que incluye: la destrucción del templo de Jerusalén y la segunda venida de Jesucristo.
Según la orientación que da Lucas a este discurso, la destrucción de Jerusalén no es exactamente una señal del final de los tiempos. Lo importante es que los discípulos se preparen. Primero, para no darle autoridad a las falsas alarmas salidas de la boca de charlatanes y falsos mesías; segundo, para superar la violencia y la persecución por parte de los enemigos del Camino de Cristo y para que aprovechen estos momentos para dar testimonio del Evangelio.
Cristo no habla “del fin del mundo”, sino del fin de una era de maldad, intriga, violencia y persecución. Pero antes hay que pasar por muchas pruebas. Vendrán falsos mesías, falsos pastores que confundirán a muchos con aparentes prodigios y dones engañosos. No hay duda de que hoy día tenemos muchos de esos falsos mesías predicando por las redes sociales, la televisión y en actos multitudinarios, confundiendo a miles de espectadores. ¡No se dejen engañar!
Vendrán guerras y revoluciones que reducirán a la miseria y al sufrimiento a muchas familias. Crecerá el odio entre las naciones y los pueblos. Las divisiones entre las razas y las culturas se multiplicarán buscando humillar a las minorías. Los seres humanos se dividirán por sus creencias religiosas y sus credos políticos aumentando las posibilidades de guerras fratricidas y genocidios irracionales.
Nuestra historia está saturada de signos de los tiempos desde los que Dios nos habla a gritos para hacernos conscientes de los cambios de mentalidad que se necesitan para transformar nuestra manera de vivir, buscando la armonía y la paz entre todos los seres humanos sin importar la raza, la religión o el credo político. Dios nos habla a través de los fenómenos naturales que nos perturban en el día a día, en los sismos o temblores de tierra, en las inundaciones y tornados, en las largas sequías e incendios provocados con frecuencia por las infracciones a las leyes naturales que Dios instituyó en toda la creación.
Muchas predicciones de los falsos mesías manipulan a las personas creando el miedo y la apatía para fortalecer el culto a su personalidad olvidando la gloria de Dios. La miseria se ha multiplicado en el mundo de tal manera que no deja lugar a dudas que Dios nos habla a través de dicho fenómeno mundial. Todo esto nos debe animar a la búsqueda incesante del Reino de Dios; un reino de santidad y vida, de justicia y solidaridad, de amor y paz. Debemos discernir el plan de Dios; un plan de salvación y no de condenación.
La tristeza y el sufrimiento se han unido como consecuencia del mal en el mundo, pero esto no es el fin, sino el comienzo de la liberación total en Cristo Jesús. Él nos da la seguridad que el Dios Creador se mueve entre y alrededor de su obra, y que se cumplirá su promesa de un cielo nuevo y una nueva tierra. En esta promesa hay esperanza y fortaleza en las cuales podemos confiar plenamente. En Jerusalén está simbolizado todo el pueblo de Dios, es decir, nosotros que somos la Iglesia de Jesucristo. Todas estas señales traen la esperanza de un nuevo estilo de vida donde no haya angustia, ni llanto, ni violencia: es el cielo nuevo y la nueva tierra.
En la lectura de Malaquías, de este día, Dios afirma: “…para ustedes que me honran, mi justicia brillará como la luz del sol, que en sus rayos trae salud”. En medio de la tribulación permanece la promesa que Dios camina con nosotros y no nos desamparará. Él siempre es fiel y cumple lo que promete. Dios decide intervenir para que la armonía regrese a la creación, pero nosotros tenemos que dar los primeros pasos. La resistencia a cualquier poder del mundo es posible solamente por el don gratuito de la gracia de Dios que proviene de la Palabra y la Sabiduría divinas.
San Pablo, en su epístola a los cristianos de Tesalónica, nos exhorta a no cansarnos de hacer el bien, para de esa manera colaborar con la armonía en nuestra sociedad actual y, sobre todo, revertir las señales de muerte. El mal sólo se vence haciendo el bien, pues nuestra naturaleza humana fue creada para hacer el bien. Todo lo que Dios creó es bueno.
Las lecturas de este domingo deben llenarnos de esperanza. Seamos constructores de un nuevo mundo donde no haya dolor, ni llanto y los sufrimientos se conviertan en gozo pleno en el Señor, vencedor de la muerte. Que las señales de los tiempos que estamos viviendo sean los dolores de parto que engendrarán un nuevo estilo de vida fundamentado en el amor cristiano y en el cumplimiento pleno del propósito de hacer siempre el bien en su Santo Nombre.
Pidamos al Todopoderoso nos colme de fe, esperanza y amor para que pronto llegue a nosotros su reino.
El Rvdo. Rev. Napoleón Brito, fue Dean del Centro de Estudios Teológicos durante 11 años. Ha ofrecido su ministerio en cuatro arcedianatos en República Dominicana. Prestó sus servicios durante tres años en Christ Church Episcopal en Norcross, Georgia.
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