Pentecostés 2 (C) – 19 de junio de 2022
June 19, 2022
LCR: Isaías 65:1–9; Salmo 22:18–27 LOC; Gálatas 3:23–29; San Lucas 8:26–39
El evangelio de este segundo domingo después de Pentecostés tiene un mensaje claro con dos realidades: el poder de Jesús libera y sana y, por tanto, provoca la caída de las fuerzas del mal, sin importar su dimensión. Venimos experimentando en este tiempo el poder del Espíritu Santo que no es más que la manifestación de la presencia de nuestro Señor entre nosotros. Por eso, debemos prestar especial atención a los símbolos empleados en el exorcismo al endemoniado de Gerasa.
En primer lugar, Lucas nos dice que Jesús va al otro lado del lago, a territorio extranjero, donde se supondría que no sería bien recibido por ser un lugar habitado por paganos. Justo al bajar a tierra, salió del pueblo un hombre endemoniado en muy malas condiciones, está poseído por una fuerza maligna que le ha quitado su ser, dignidad e identidad, sin embargo, no ha logrado su aniquilación total, el hecho de salir a buscar a Jesús nos da a entender que quiere ser liberado y salvado. En lo que queda de su humanidad suplica por ayuda. El texto enfatiza que este hombre vivía desnudo, deambulando entre las tumbas, indicando su estado más próximo a los muertos que a los vivos, viviendo en lugares impuros, tal como eran consideradas las tumbas para la época.
Si relacionamos el poder del mal y sus efectos en el ser humano, vemos que se asemeja a lo sucedido con el endemoniado de Gerasa. Por ejemplo, el egoísmo, la mentira, la envidia, la xenofobia, el racismo, el odio, la dependencia a las drogas, la explotación sexual y muchas miserias más que producen las fuerzas del mal en la humanidad, sólo nos hacen ver indignos, más cerca de la muerte que de la vida; en estas situaciones también suplicamos por ayuda, por el rescate de nuestra dignidad e identidad.
La primera actitud del endemoniado es caer de rodillas -un gesto que, por lo general, sólo se hace ante Dios- y grita: “¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Te ruego que no me atormentes!”. En este momento las fuerzas del mal reconocen el Señorío de Jesús; su poder es confesado sin ninguna ambigüedad, por eso pide compasión, la misma que el demonio no tenía con el hombre. El texto atestigua que la situación del endemoniado era bien conocida en la zona ya que en múltiples oportunidades intentaron atarlo para asegurarlo, pero las fuerzas del mal eran muy superiores a los pobladores por lo que no podían hacer nada; habían intentado ayudarlo, pero no hubo manera de evitar que huyera a los desiertos, donde existe la soledad y el abandono.
Vemos aquí algo curioso: el demonio sabe quién es Jesús, pero le rechaza. Las fuerzas del mal saben lo que es el bien, pero no lo practican, saben perfectamente que lo que hacen no está correcto ni le agrada a Dios. Acá el dilema no es de conocimiento, es de seguimiento. Y no solamente eso, a pesar de todo el daño que hacen, ahora se hacen víctimas, piden que Jesús no les atormente, una actitud cínica que también vemos en nuestro mundo con los grandes poderes que oprimen al ser humano.
Y Jesús le pregunta al demonio: “¿Cómo te llamas?” Y obtiene por respuesta: “Me llamo Legión”. Ni siquiera tiene un sólo nombre, sino que es la manera de designar muchos demonios. Para los romanos, sesenta centurias eran una legión, es decir, 6000 soldados. El pueblo estaba habituado con el término al ver innumerables tropas controlando el territorio e imponiendo terror y miedo para evitar sublevaciones. Esto también nos da a entender la dimensión de lo poderosa que era la posesión demoníaca. Sin embargo, Jesús tiene la absoluta autoridad para exorcizarlos, y esta cantidad gigantesca de demonios lo saben, por eso, por segunda vez, le piden que no los envíe al abismo, sino que solicitan otra morada.
Esa otra morada serán los muchos cerdos que estaban en el cerro. Jesús accede a la petición mostrando que, sin su poder, nada puede hacerse. Es así como la legión es enviada a los cerdos, animales considerados impuros en el contexto judío, tanto que tenían prohibido comer su carne. Estos cerdos comienzan a correr descontroladamente hacia el lago y se ahogan en las profundidades del agua, provocando la caída tempestuosa de las fuerzas del mal.
El exorcismo tiene gran impacto en los espectadores y en quienes han recibido la noticia. Los que cuidaban los cerdos salen huyendo, cuentan lo sucedido y sin duda alguna, echan la culpa a Jesús y no a los demonios. Muchos curiosos vinieron a ver lo qué había ocurrido, fueron testigos de que el hombre, antes sin humanidad, ahora la había recuperado; su transformación es total, está vestido y en su cabal juicio. Pero, nos dice Lucas que la acción de Jesús produjo miedo en los pobladores de Gerasa. Es como si la salvación que ha llegado les pareciera anormal. Y no sólo eso, en la lógica de aquellas personas que no entendieron el poder transformador de Dios, Jesús fue más un problema que una salvación, por ello le rogaron que se fuera de allí. El miedo no les dejó ver, les cerró sus ojos. En cambio, el hombre liberado estaba sentado a los pies de Jesús, estaba dispuesto a seguirle porque el Espíritu de Dios le había vuelto a la vida; ya no había ningún miedo en él.
Finalmente, identifiquémonos con el ex endemoniado de Gerasa. No hay absolutamente nada ni nadie diferente a Jesús que pueda liberarnos y sanarnos, traernos de nuevo a la vida, a una vida abundante que va más allá del dominio de cualquier fuerza del mal. De la opresión y toda fuerza maligna que nos aceche, Jesús es nuestra salvación; su Espíritu es vivificador, está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Así que ¡no tengamos miedo! Si lo sintiéramos, digamos como el salmista: “Mas tú, oh Señor, no te alejes; fortaleza mía, apresúrate a socorrerme”. Amén.
El Rvdo. Israel Alexánder Portilla Gómez es sacerdote en la Misión San Juan Evangelista, Diócesis de Colombia, donde ha ejercido el ministerio desde diciembre de 2016.
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