Sermones que Iluminan

Adviento 4 (C) – 19 de diciembre de 2021

December 19, 2021

LCR: Miqueas 5:2–5a [= 5:1–4a DHH]; Salmo 80:1–7; Hebreos 10:5–10; San Lucas 1:39–45, (46–55)

“Él traerá la Paz”

Iniciamos este domingo la recta final del tiempo de Adviento, que llegará a su final el 24 de diciembre, con la celebración de la tradicional Noche Buena, en las vísperas de la Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Es el momento de recoger los frutos de esta importante Estación Litúrgica, centrando nuestra atención en el mensaje que nos ha venido llevando a la reflexión durante las últimas tres semanas. El Adviento, aunque cargado de esperanza gozosa que nos conduce a la celebración de la Navidad, tiene un profundo significado escatológico que nos invita a pensar en la misión a la que hemos sido llamados y para la cual hemos sido escogidos por Dios desde la eternidad.

Cada vez que celebramos la Santa Eucaristía y proclamamos con voz fuerte, después de las palabras de Consagración de la Plegaria Eucarística A: “Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristo volverá” -o con palabras similares al emplear alguna de las otras fórmulas litúrgicas-, esa proclamación tan especialmente apropiada para el Adviento, se nos invita a una profunda comprensión sobre esos acontecimientos tan gozosos, pero a la vez tan comprometedores para nuestra fe y nuestra manera de vivir.

En efecto, Jesús prometió estar siempre con nosotros a través del Espíritu Santo, de ahí que, en la Oración Colecta de este día, pedimos a Dios que “purifique nuestra conciencia con su visitación diaria”. El Señor prometió regresar glorioso y vestido de fuerza y de majestad; ya no en la fragilidad de un niño, sino en la majestad de un Rey que pastorea a su pueblo, lo defiende y al que trae la Paz definitiva. El señor vendrá con poder, nos lo manifiesta el Salmo 80 que leemos hoy en la liturgia; nuestras penas, tristezas y angustias desaparecerán para siempre porque habrá un cielo nuevo y una tierra nueva; ésta es la promesa de Jesús y sabemos que Él no miente.

Lamentablemente estas esperanzas sobrenaturales, trascendentes, que desbordan nuestra pobre realidad humana, son cada vez menos consideradas por los eruditos de nuestro tiempo; existe una tendencia a pensar que ese Rey de gloria, no es más que una figura literaria o un personaje de fantasía que brota de la religiosidad popular; incluso, se acusa a los creyentes de profesar una fe infantil por esperar la realización de las promesas salvíficas.

La pregunta, para quienes consideran una fantasía el regreso glorioso del Señor, sería entonces: ¿cómo dar razón de la esperanza, si ésta está puesta únicamente en las escasas fuerzas humanas para vencer? Sólo Dios puede salvarnos del mal que existe en el mundo, únicamente bajo la inspiración de su Santo Espíritu y guiados por el mensaje salvador del Evangelio, podemos encontrar las respuestas necesarias para todas las situaciones difíciles e inexplicables por las que el mundo ha atravesado y sigue atravesando.

La restauración de la Creación entera sólo es posible bajo el reinado absoluto de Dios y es nuestro deber, como cristianos, buscar la justicia social y la felicidad de todo ser humano; sin embargo, queda la pregunta de si es posible encontrar la plenitud del Reino de Dios en esta existencia terrenal.

En el Evangelio de este domingo, María es ejemplo de diligencia y servicio: “va a prisa”, las necesidades no dan espera, la distancia no es una excusa, las limitaciones humanas –está en cinta de seis meses– no la detienen; se requiere un gran esfuerzo, pero es más grande el deseo de servir, y en ese Espíritu de disposición y apertura, el cielo y la tierra se encuentran, no sólo en María, sino también entre Cristo aún no nacido y en Juan el Bautista, su precursor, también por nacer. La gloria de Dios se manifiesta en este encuentro que exalta el poder del Altísimo en lo humano, pero también en lo Divino; en lo inmediato, pero también en lo futuro; en la ayuda material, pero también en la espiritual; en lo práctico, pero también en lo místico.   

La fe involucra todas las esferas y dimensiones de nuestra humanidad; creemos en el poder de un Dios que nos acompaña en nuestro diario vivir, que nos inspira y cuida, que nos anima a través de los triunfos y nos corrige para nuestro bien cuando las cosas no salen como lo esperábamos; un Dios que camina con nosotros y que actúa en nuestro favor en todo momento y en todas las circunstancias. Es por eso por lo que nuestro reto es descubrir su plan salvífico en todas las situaciones de nuestra historia. En Lucas leímos que el Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; en efecto, deseamos ardientemente que el pobre, enfermo, oprimido y perseguido, obtenga bienestar, paz, salud, libertad, igualdad, entre otras bendiciones. Como bautizados, estamos llamados a sembrar semillas de justicia social para todos; sin embargo, la fe también tiene un profundo significado espiritual y un invaluable contenido trascendente que escapa a las limitaciones de nuestro entendimiento; es por eso que debemos aprender cada día a bajar la cabeza en oración cuando las realidades temporales de nuestro mundo nos sobrepasan y abruman, y aprender a colocarnos de rodillas ante el misterio de Dios-con-Nosotros.

Pretender encontrar la felicidad en medio de esta creación atravesada por el pecado, es mucho más utópico que esperar en las promesas de un mundo futuro más allá de nuestro tiempo y espacio; necesitamos confiar en que esta creación, ya redimida, será totalmente restaurada y glorificada en Cristo, cuando Él regrese; por eso, mientras esperamos, trabajamos incansablemente por hacer realidad ese Reino que, como Jesús nos enseñó, ya está en medio de nosotros, pero que muchas veces no manifestamos y no vemos aunque se nos revele en los milagros de la vida diaria. Vivir cristianamente es un reto permanente en un mundo en el que los seres humanos centramos nuestra atención en nosotros mismos, en nuestros intereses particulares y en el deseo de éxito, reconocimiento, fama y poder.

La carta a los Hebreos, en la segunda lectura, nos muestra un Jesús que pone su vida en manos del Padre y al servicio de la humanidad para la construcción de una nueva creación; en Él se establece un nuevo pacto, sellado de manera imborrable con la entrega de su propia vida, no sólo en el pesebre de Belén o en el madero de la Cruz, sino en todas las dimensiones que implica un Dios hecho humano, que viene a buscar lo que se había perdido a causa del pecado; este nuevo pacto es eterno, comprende esta vida y la futura, hasta la eternidad.

El compendio de las Sagradas Escrituras cierra con un nuevo comienzo, en el libro del Apocalipsis, que compromete nuestra existencia a mantenernos en una nueva esperanza y a trabajar cada día por un mundo mejor sin perder de vista el cielo prometido: “Maranatha”, ¡Ven, Señor Jesús!

El Rvdo. Ricardo Antonio Betancur Ortiz, es Abogado de profesión y Presbítero en la Iglesia del Espíritu Santo de la ciudad de Soacha, en la Republica Colombia, donde ha ejercido el ministerio ordenado por los últimos 3 años, ha practicado la docencia en temas de Anglicanismo y estudio del Libro de Oración Común en el Centro de Estudios Teológicos de la Diócesis. Profesó votos monásticos Benedictinos de Obediencia, Estabilidad y Conversión de vida el 16 de octubre de 2020 y actualmente es el Prior de la Fraternidad Anglicana de San Benito.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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