Adviento 2 (C) – 5 de diciembre de 2021
December 05, 2021
LCR: Baruc 5:1-9; Lucas 1:68-79 (Benedictus Dominus Deus); Filipenses 1:3-11; San Lucas 3:1–6.
Estamos en el segundo domingo de Adviento, un tiempo de preparación y espera de la venida de Cristo. Así como una familia se prepara con ansias y hace todos los arreglos necesarios para esperar la llegada de un bebé que pronto nacerá, el Evangelio nos prepara para anhelar al Redentor del mundo. Y, como en toda preparación festiva, hay alegría, cánticos, bendiciones, acciones de gracias, memoria de las promesas de Dios en la historia de la salvación y, sobre todo, esperanza en las obras que Dios realizará a través de su amado Hijo. Con el profeta Baruc, se nos invita a ponernos de pie y marchar con seguridad, despojarnos del luto y la tristeza, vestirnos con las ropas festivas de la gloria de Dios y envolvernos en el manto de su justicia, “porque él guiará a Israel con alegría, a la luz de su gloria, y le mostrará su amor y su justicia”.
Por su parte, la familia judía de María y José de Nazareth, comparten la ilusión del hijo por llegar con su prima Elizabet y su esposo, el sacerdote Zacarías. Éstos vivían en una ciudad cercana a Jerusalén y, siendo ya de edad avanzada, no habían logrado tener descendencia a causa de su esterilidad. Pero también -nos narra el evangelista Lucas- ellos tienen una gran noticia que comunicar: esperan el nacimiento de un hijo, tal como les había anunciado el ángel Gabriel. Su hijo, que nacerá con unos seis meses de diferencia de Jesús, será llamado Juan, hijo de Zacarías, y reconocido en su adultez como “Juan el Bautista”. Por ello es grande la alegría de Zacarías, quien se une al ambiente festivo del evangelio lucano con un cántico de bendición: Dios es bendito porque visita y redime a su pueblo; porque ha levantado a un Salvador, el cual nos liberará de los enemigos; este Salvador va a encarnar la misericordia de Dios y a realizar sus promesas; él traerá luz a los que viven en la más profunda oscuridad y guiará nuestros pasos por caminos de paz.
Pero no sólo hay alegría y expectación: también hay mucho por hacer. Toda llegada de un nuevo bebé a nuestras familias exige cambios y sacrificios. Se requiere arreglar la casa, desempolvar y limpiar, quizá renovar la habitación donde el pequeño será acogido, como exigencias mínimas de la espera. Asimismo, la venida de Cristo nos exige un permanente cambio y conversión de vida para poder acoger al Señor que viene a habitar en nuestros corazones. Son tareas de preparación y transformación para “enderezar lo torcido” y “alisar el camino”. Muchas veces los profetas de Israel asumieron esa voz de incómodo llamado a la transformación y conversión y, por eso, fueron rechazados y repudiados más de una vez. ¡No nos gusta que nos recuerden lo que tenemos que hacer, mucho menos si nos hacen caer en cuenta nuestros errores, falencias y pecados! Y ese papel lo asumió Juan, el protagonista de este segundo domingo de Adviento, llamado también el precursor que prepara el camino para el ministerio público de Jesús. ¿Qué sabemos de Juan?
El evangelista inicia este tercer capítulo dándonos una clase de historia en la que pone de trasfondo el reinado del emperador Tiberio, de los gobernadores y sumos sacerdotes, lo que nos ayuda a ubicar los acontecimientos alrededor del año 29 d.C. Nos preguntamos, ¿qué pretende Lucas con esto? El evangelista quiere afirmar que toda la actuación de Dios ocurre dentro de la historia humana; que lo que sucede en el mundo y en las sociedades – ¡aún lo relativo a los gobernantes! – no escapa al conocimiento de Dios; que la historia humana es “historia de la salvación”. Por otra parte, implica que el acontecimiento Jesús no es un mito, ni una narrativa de personas crédulas, sino que verdaderamente tuvo lugar en un tiempo y lugar determinado de la historia. Flavio Josefo también apuntala esta mirada histórica al escribir lo que sucedería en la vida de Juan. Escribe este historiador judeo-romano: “Algunos judíos pensaron (…) que el rey Herodes había sido justamente castigado por la ejecución de Juan, llamado ‘el Bautista’ (…) hombre bueno que exhortaba a los judíos a llevar una vida honrada, tratándose con justicia unos a otros, sometiéndose religiosamente a Dios y participando en un bautismo.” (Antigüedades judías, XVIII, 5.2). Como narra Lucas: “Juan pasó por todos los lugares junto al río Jordán, diciendo a la gente que ellos debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados”.
El Evangelio también nos dice que este profeta y “hombre bueno” fue receptáculo de la revelación de Dios, pues “vino palabra de Dios a Juan”, o como traducen otras versiones, “Dios habló a Juan”. Esa palabra dada por Dios indica que la predicación de Juan el Bautista inaugura un nuevo acontecer de Dios en la historia, en Cristo, pero no de manera aislada: Juan es el puente que une el Primer Testamento con el Evangelio, o “Buena noticia”, predicada por Jesús.
Juan escuchó la voz de Dios, en otras palabras, fue sensible a lo que pasaba en su tiempo. Tuvo la sabiduría de identificar la perversión de los sacerdotes del templo plegados al poder imperial, el rigorismo insensible de los maestros de la ley, la exclusión de los pobres, la injusticia, el olvido de Dios y del hermano y hermana. Por eso, llama a volverse a la fe primigenia y más básica, y predica la conversión, el cambio de prioridades, la novedad de vida en Dios.
Nuestro tiempo repite las oscuridades, la frivolidad y el sinsentido de la época de Juan el Bautista. El profeta nos invita a discernir hacia donde apunta el plan de Dios para esta humanidad y a buscar su justicia para un nuevo Kairós, un nuevo tiempo del advenimiento de Dios. Haciendo eco del gran profeta Isaías, Juan es esa “voz que clama en el desierto”, que nos anuncia la fiesta de la salvación en Jesucristo, pero no sin antes pasar por un bautismo de arrepentimiento, no de palabras de cumplimiento formal de preceptos, sino de hechos concretos; nos llama a rectificar el camino de la injusticia cometida, a enderezar las sendas en las que nos hemos deshumanizado y olvidado del desvalido.
Hagamos en este domingo una renovación de nuestros votos bautismales en nuestros corazones, para prepararnos para la fiesta de la venida de Dios, con el compromiso de mejorar nuestras relaciones familiares, vecinales, laborales; de hacer el bien al necesitado, al pobre y al habitante de la calle; y de reconciliarnos con la creación a la que hemos lastimado. Reafirmemos nuestra renuncia al mal y renovemos nuestra entrega a Jesucristo, suplicándole:
¡Ven Señor Jesús!, sácanos de la oscuridad de la indiferencia;
¡Ven Señor Jesús!, muévenos a hacer tu justicia;
¡Ven Señor Jesús!, haz que nuestros corazones, mentes y actos, se conviertan a ti. Amén
La Rev. Ph.D. Loida Sardiñas Iglesias es Presbítera de la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio en la Misión San Juan Evangelista. Es profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Sus áreas de interés son Teología Sistemática, Ecumenismo y Ética.
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