Pentecostés 16 (B) – 12 de septiembre de 2021
September 12, 2021
LCR: Isaías 50:4–9a; Salmo 116:1–9 (= 116:1–8 LOC); Santiago 3:1–12; San Marcos 8:27–38
El discernimiento es Fuente para las buenas decisiones
Instrúyenos, oh, Señor,
y danos el entendimiento
para responder generosamente
a los desafíos de este tiempo.
En el nombre del padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.
En la primera lectura, tomada del libro de Isaías, el profeta da a conocer que Dios le ha instruido, que le ha dado entendimiento, y que él, Isaías, no se ha resistido. En el contexto bíblico, el entendimiento está íntimamente asociado con la sabiduría. La sabiduría es materia prima para el buen discernimiento. El buen discernimiento nos guía a las buenas decisiones y nos ayuda a distinguir el bien del mal.
Entendimiento y sabiduría para dirigir a su pueblo. Ésta es la única petición que hace el rey Salomón a Dios cuando en sueños le dijo: “pídeme lo que quieras y yo te lo daré.” La respuesta de Salomón entusiasma tanto a Dios, que no sólo le concede ese deseo, sino que le promete prosperidad, honor y una larga vida, cosas que Salomón no pidió. El problema de Salomón es que, aun habiendo recibido el don del buen discernir, no lo usa bien; sus acciones tiránicas y malos juicios, debido, en gran proporción, a los malos consejeros, se convirtieron en la causa principal de la división del reino de Israel que ocurre poco después de su muerte, cuando diez de las doce tribus que conformaban el reino se levantaron contra su hijo. Eso deja como resultado el surgimiento de dos reinos separados, Israel y Judá; Ambos reinos eventualmente sucumbieron ante el embiste de las fuerzas asirias y las babilónicas, respectivamente.
Vivimos en tiempos complejos, en un mundo complejo. Cada vez se nos hace más difícil tomar las decisiones correctas, en parte, por la inmensa cantidad de información que recibimos, o porque cada vez tenemos menos tiempo para procesar y discernir con cuidado las cosas importantes sobres las que tenemos que decidir. Las malas decisiones están a la orden del día; las toman, desde personas de alta investidura como presidentes, hasta los miembros de las familias más humildes. Cada decisión mal tomada tiene el potencial de provocar daños terribles e irreversibles.
Ése es el caso de lo sucedido con los israelitas después de la muerte del rey Salomón: nunca pudieron restablecer la unidad, ni recobrar la gloria que una vez tuvieron. Es que las malas decisiones y el mal actuar pesan y afectan, no solamente a las personas que se las toman, sino a las generaciones que vienen después. Miremos algunos ejemplos.
La hermana nación caribeña de Haití, en su profundo estado de pobreza e inestabilidad social en las que los malos juicios de su clase dirigencial les ha hundido; precisamente la primera nación negra en liberarse de la esclavitud en todo el mundo. ¡Cómo es posible que después de recibir trece billones de dólares para su recuperación tras los daños sufridos por el terremoto de 2010, otro terremoto azote la media isla, once años después, y encuentre las infraestructuras afectadas -por el primer fenómeno sísmico- en situación deplorable! Y todo esto en momentos en que la nación haitiana trata de recuperarse del caos provocado por el reciente asesinato de su presidente.
O el caso de Venezuela y su caída estrepitosa. La forma en que las malas decisiones de sus líderes políticos la han llevado a una pobreza extrema y han provocado el mayor éxodo de venezolanos en toda su historia, separando familias y desestabilizando a millones.
O Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo, a la cual la diseminación de mala información, la politización de la pandemia y las malas decisiones de sus líderes políticos le han puesto de rodillas ante el Coronavirus.
En cada uno de estos casos, las ramificaciones negativas no son, para nada, de corto plazo. Se necesitarán muchos años para resarcir los daños. Lo mismo puede ocurrir con las decisiones personales o familiares que tomamos; si no las discernimos bien nos pueden perseguir como fantasmas por años sin término.
Lo anterior puede representar, para algunos, un panorama oscuro, algo tétrico, una especie de mal presagio. Pero hay una buena noticia que encontramos en las palabras de Isaías y en el evangelio de Marcos que hemos escuchado en el día de hoy; son una especie de claves, y necesitamos entenderlas para descubrir la guía que nos ofrecen y así aprender a decidir con juicio y discernir bien.
La primera clave la encontramos en Isaías, cuando dice: “El Señor me ha instruido […] me ha dado entendimiento”. El hablar del profeta, en estas dos frases, no es fruto de la especulación sino de la experiencia; Isaías dice lo que experimenta, sabe que Dios guía sus pensamientos y lo sabe porque no se resiste, se deja adentrar por Dios en el campo de lo místico; ese lugar donde se aísla el mundo y la materia, y se queda uno con Dios en la atmósfera de lo espiritual. En ese estadio, conoce Isaías el pensamiento de Dios y entiende sus decretos. Esa acción de estar y escuchar, guía la voz del profeta, mueve sus labios al hablar y conduce sus pasos. Así, cuando Isaías habla al pueblo de Dios, en su nombre, el pueblo escucha, cree y se mueve. Hablar con palabras sabias es lo que da autoridad a la voz del profeta, y esa autoridad le viene de Dios, a quien el profeta escucha.
Como cristianos, nosotros necesitamos aprender a escuchar a Dios, a entrar en esa atmósfera espiritual que deleita, que ensancha los horizontes de nuestro entendimiento y discernimiento. Cuando escuchamos a Dios somos menos propensos a prestar atención a las voces que distraen, confunden y empujan a los malos juicios y decisiones que, no solo nos perjudican a nosotros, sino que hacen daño a quienes nos rodean. Imaginemos la cantidad de vidas que hubiésemos podido salvar si, desde el inicio de esta pandemia, prestamos atención a las voces científicas autorizadas que nos hablaban del cómo protegernos y proteger a otros.
La segunda clave la encontramos en el evangelio de Marcos. Jesús hace a sus discípulos una pregunta que es fundamental para el seguimiento: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”; a lo que Pedro responde: “Tú eres el Mesías.” Conocer bien a quien seguimos es esencial para ser una buena discípula o un buen discípulo. La respuesta de Pedro refleja conocimiento de que en Jesús hay verdad y que en ella se fundamenta el ministerio de Jesús, lo que hace de Pedro un seguidor de la verdad, un discípulo que en cada situación se pregunta qué hubiese dicho o hecho el Maestro.
Como seguidores de Jesús, nosotros nos debemos al Maestro; por tanto, a él debemos acudir en tiempo de discernimiento, para buscar la verdad y no lo que nos conviene o acomoda, o lo que alimenta el ego de aquellos que, con sus opiniones, nos confunden. Solamente así nos ponemos en la posición de discernir entre lo que es especulación y lo que es verdadero. A Jesús podemos ir con la pregunta que nos puede conducir a la verdad. En diálogo con Jesús, nuestro verdadero maestro, somos instruidos; en él encontramos el entendimiento que nos guía para discernir.
El mundo necesita de nosotros, somos el cuerpo de Cristo. Para poder servirle y ayudarle necesitamos escuchar y dejarnos instruir por Dios. Hoy es el mejor tiempo y es la mejor hora. Empecemos ya, porque luego será muy tarde.
El Rvdo. Simón Bautista es canónigo misionero para la Iglesia Catedral de Cristo, en Houston, Texas.
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