Pentecostés 9 (B) – 25 de julio de 2021
July 25, 2021
LCR: 2 Reyes 4:42–44; Salmo 145:10–18 (= 145:10–19 LOC); Efesios 3:14–21; San Juan 6:1–21
Amados hermanos y hermanas, ¡cuántas veces nos hemos visto afectados ante imágenes terribles de personas y niños acosados por hambrunas catastróficas o por las situaciones de precariedad que azotan a cada vez más familias en nuestras sociedades! La situación de inseguridad alimentaria y crisis nutricional se ha agravado en muchos países a causa del cambio climático con la producción de sequías cada vez más extensas, las políticas alimentarias excluyentes y los efectos de la pandemia del Coronavirus. La liturgia de hoy nos ilumina en la reflexión de estas situaciones, a fin de discernir el querer de Dios para nosotros.
Hay una evidente relación entre la primera lectura y el texto del Evangelio. Como en el mundo actual, en épocas del profeta Eliseo también ocurría “una gran hambruna”. Escuchamos que un hombre trae al profeta veinte panes de cebada, los cuales deben repartirse entre cien comensales. Un problema que hemos experimentado la mayoría de las mujeres -y cada vez más hombres- en la cocina: cuando la cena está lista y aparecen de pronto más bocas a alimentar, decimos que es necesario “echarle agua a la sopa” o que “donde comen seis comen diez”. Parecería un recurso de experticia culinaria y aritmética. Y tal como acontece en nuestras cocinas y mesas, los panes del profeta son compartidos y alcanzan para todos. De tal manera que al final podemos agradecer junto al salmista, pues, “El Señor (…) levanta a los que desfallecen (…) les da su comida a su tiempo”. La diferencia con el Evangelio, sin embargo, no radica en el milagro material o físico acontecido, sino en el milagro de la transformación significativa a la que nos llama Jesús.
El texto de “la cuarta señal en Galilea”, constituye uno de los relatos clásicos en el debate exegético y teológico del Evangelio de Juan. En la ambientación inicial se informa que Jesús estaba enseñando en una colina, como era la costumbre rabínica; que se celebraba la Pascua, una de las fiestas judías más importantes; y que mucha gente le seguía en busca de señales milagrosas. Pero Jesús, más de una vez, se ha negado a darle a sus oyentes el tipo de “señales” mágicas que ellos esperan. Muchos de estos seguidores son apenas espectadores curiosos, “mirones” en busca de prodigios y señales religiosas del poder de una divinidad milagrera; difícilmente se interesen por adherir a las enseñanzas de Jesús o asumir los desafíos y riesgos que implica su mensaje liberador. Por eso, Jesús no da “señales” milagrosas, sino que persiste con paciencia en enseñar a vivir en la perspectiva del Reino de Dios y su justicia.
La narración alcanza su momento culmen cuando aparece el hambre en la multitud. Los discípulos intentan buscar soluciones, aunque la cuestión no es de simple aritmética aquí. Felipe hace un cálculo: el equivalente al salario de medio año de un jornalero no sería suficiente para que cada uno reciba un trozo de pan de cebada, la comida común entre los pobres, por ser más barato que el de trigo. Andrés trae a un chico que tiene cinco de estos panes y dos peces pequeños, muy probablemente pescados secos para comer con el pan. El propio Andrés se pregunta: “¿qué es esto para tantos?” Algunos podrán pensar que Andrés tenía una mirada pesimista, o que quizás era un realista extremo, pues el desafío era insuperable.
Es entonces cuando Jesús muestra los signos transformadores del Reinado de Dios. Veamos tres de estos signos. Jesús enseña a construir comunidad. Jesús pide hacer sentar a las personas allí reunidas. Aunque hay presencia de unas cinco mil personas, el sentarse y acomodarse en la hierba implica que se formen pequeños grupos, lo que crea cercanía, familiaridad, relación de intimidad, comunidad, capacidad de apertura al otro y la otra. El participar comunitariamente de la comensalidad, el compartir en grupos el pan de vida, nos humaniza. Nos dice el teólogo Leonardo Boff: “Nutrirse nunca es un acto biológico individual mecánico. Consumir comensalmente es comulgar con los que comen con nosotros, comulgar con las energías cósmicas que subyacen a los alimentos”.
Jesús nos enseña a ser agradecidos. Dice el texto que, tomando los panes, dio gracias. Pareciera que no tiene mucho sentido dar gracias por tal insignificancia de alimento. Pero justo donde los discípulos y nosotros sólo vemos unos escasos panes y peces, Jesús contempla el poder y la provisión amorosa de Dios. Nos enseña a dar siempre gracias, aun por las cosas pequeñas; a trascender y ver más allá de lo evidente. Abrirnos a la gratuidad, la gracia, el reconocimiento y la donación de sentido, nos permite adquirir fuerzas para enfrentar las dificultades y sufrimientos, y ser capaces de ver la vida desde la esperanza.
Jesús nos enseña el poder del compartir. Jesús reparte el alimento e invita también a sus discípulos y a todos, a hacer lo mismo. Se comparte comunitariamente entre todos. El maestro muestra que la lógica individualista que nos divide y distancia en nuestras sociedades no es la del Reino. Sólo se produce la multiplicación del alimento si se comparte y reparte entre todos: los panes y peces se multiplican al dividirse solidariamente. El compartir multiplica. Es necesario salir del individualismo en el que nos hemos encerrado, pues sólo cuando somos capaces de compartir y darnos a los demás -nuestro tiempo, capacidades, conocimientos, afecto, recursos, dinero-, crecemos nosotros y crecemos todos, como seres humanos. La solidaridad nos humaniza a todos. Nadie se humaniza solo o aislado, pues humanidad es fraternidad. Los panes y peces fueron compartidos sin que quedara nadie sin comer; en un verdadero banquete de amor y alegría en el cual, incluso, sobran alimentos.
Jesús nos sigue invitando a compartir el pan de vida, el pan material y el pan espiritual en el banquete del Reino, cuya primicia es la comensalidad Eucarística. Aunque nuestro mundo tiene capacidad de producir alimentos para todos, no hemos podido erradicar el hambre en el mundo a causa de estructuras de injusticia, pero también a causa de nuestro individualismo e incapacidad para compartir con otros. Mientras no logremos superar esta situación, no tendrá lugar un pleno banquete del Reino, pues la sacramentalidad de nuestras Eucaristías seguirá estando enturbiada por los mil millones de personas que continúan estando de pie –no sentados, ni invitados a la fiesta– esperando poder saciar su hambre corporal, como posibilidad de vivir su espiritualidad de modo menos angustioso.
Jesús nos llama hoy a transformarnos en verdaderos discípulos y discípulas constructores de comunidad y capaces de compartir con otros, en la dimensión de la gratuidad y la humanización, para llegar a “comprender con todo el pueblo santo [como el Apóstol Pablo] cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo”. Amén.
La Rev. Ph.D. Loida Sardiñas Iglesias es Presbítera de la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio en la Misión San Juan Evangelista. Es profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Sus áreas de interés son Teología Sistemática, Ecumenismo, Ética.
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