Sermones que Iluminan

Pascua 2 (B) – 11 de abril de 2021

July 02, 2024

LCR: Hechos 4:32–35 Salmo 133 1 Juan 1:1–2:2 San Juan 20:19–31

En este segundo domingo de Pascua, el Evangelio de San Juan nos trae como principal intención poner paz en nuestros corazones y llenarnos de alegría, acompañados del gozo que produce la celebración de la resurrección del Señor.

Jesús aparece a sus discípulos y los encuentra en medio de la confusión y el miedo; llega para apaciguar los conflictos por lo que estaban pasando sus amigos. Se presenta con un saludo de paz tan extraordinario, que inmediatamente produce en ellos esa sensación de júbilo que se siente al percibir la presencia de lo divino en medio de lo humano.

La Iglesia sigue celebrando la alegría del resucitado, con este mensaje: ¡La Paz sea con Ustedes! En verdad, Jesús conoce el corazón de los humanos y la necesidad en medio de la desesperanza y el miedo. Así, nuestro Señor sabe que este mundo, y también la Iglesia, necesitan de esa paz que se convierte en armonía y tranquilidad cuando entendemos la obra del amor de Dios entre nosotros.

Y en medio de la alegría que produce su presencia, Jesús envía a los discípulos, llenos del poder del Espíritu Santo, a compartir un mensaje de perfecto amor, perdón y reconciliación. Igualmente, el creyente puede tener la seguridad que, todo el que ha aceptado por fe el mensaje del Evangelio, ha recibido por gracia, el perdón de sus pecados.

Recibir el Espíritu Santo, es reconocer abiertamente que cualquier habilidad, don o talento que podamos poseer, depende enteramente de Dios y es para el beneficio de la comunidad. El Espíritu Santo representa la pureza de vida y señala el camino correcto, renovando la esperanza en las promesas de Dios a la luz de la llegada de cada nuevo día.

El testimonio de fe que necesita el mundo de hoy está en manos de los creyentes. Como señala el libro de los Hechos de los Apóstoles, la comunidad de los seguidores de Jesús tenía una misma manera de pensar y de sentir, y todo lo compartían; ésta era, y sigue siendo, la muestra más clara de lo que significa que Jesús ha resucitado en el corazón del creyente, la muestra de fe más real que podemos compartir.

En la singular escena, del capítulo 20 del Evangelio de San Juan, aparece Tomás, uno de los doce discípulos, quien no estaba presente la primera vez que el Maestro apareció resucitado en medio de ellos y, aunque había suficiente evidencia para que él creyera, se resistió a hacerlo. Así también puede pasar a muchos creyentes. ¡Cuántos cristianos en la actualidad se identifican con el incrédulo Tomás, que expresó libremente: “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer”! ¡Cuántos cristianos llevamos dentro un Tomás invisible, que aun estando en la Iglesia, no hemos dado muestra de creer verdaderamente en el Cristo resucitado, porque nuestra fe se basa sólo en lo que podemos ver! La duda de Tomás no quiere decir que no amaba al Maestro, sino que su corazón estaba endurecido hacia la verdad y no estaba dispuesto a caminar por fe, como sus compañeros.

De repente, algo sorprende a todos los discípulos. De nuevo la presencia del Maestro está entre ellos y el corazón de Tomás se llena de alegría, y la duda se convierte en la confesión de fe más completa y sincera registrada entre los discípulos: “¡Mi Señor y mi Dios!”. El Apóstol Juan, enseña que el carácter de Dios lo podemos ver a través de Cristo, y eso debe determinar la vida espiritual y el comportamiento de todo creyente, que se expresa en una vida de santidad a través de la práctica de los mandamientos de Dios.

Jesucristo, ante sus amigos, no regresa como vengador ni ajustador de cuentas, sino ofreciendo su paz; allí estaba quien lo había negado y quienes lo habían dejado solo. Aun así, vino a traerles tranquilidad. Jesús nos enseña, una y otra vez, que en la reconciliación está la señal de la paz y el amor que necesita la comunidad cristiana en todo su caminar. 

La pandemia del COVID-19 nos ha tocado a todos y ha dejado un mensaje que pocos aún entienden. Debemos tomar conciencia de que todo lo que acontece a nuestro alrededor, cerca o lejos, nos puede afectar. Dios sigue hablando a través de la naturaleza. Los estragos del virus siguen presentes, pero igual, la resurrección del Señor es motivo de paz; la esperanza cristiana es que el mundo volverá a sentir la alegría de un nuevo amanecer. La alegría que celebramos y compartimos en esta solemnidad de la Pascua de resurrección, no se queda solamente en nosotros y en el templo; cada día que salimos al mundo a hablar con otros de las maravillas de Dios, celebramos la Pascua.

La Iglesia es el lugar que Dios ha dejado en el mundo para bendecirnos, y es donde podemos comportarnos como verdadera familia, honrando la Palabra de Dios, viviendo en la reconciliación y el amor; ésa es la forma de identificarnos como discípulos de Cristo resucitado. Justamente la porción del evangelio de San Juan, asignada a este domingo, marca el camino para entender el descubrimiento de los alcances de la resurrección de Jesús, viviendo a través de la fe y sintiéndonos dichosos y felices por estar en el grupo de los que creen sin haber visto.

La Iglesia es la boca por donde Jesús debe enviar su mensaje, los pies que buscan a la oveja perdida y a la que no tiene rebaño; somos las manos que deben ayudar a reconstruir el edificio de la vida de muchos que aún está en ruinas, ofreciéndoles el encuentro con el resucitado como el camino de una vida plena. Jesús vino a traer paz a todos los pueblos, razas, naciones, religiones y familias. Y naturalmente sabemos que un mundo en paz es la evidencia real de que el reino de Dios está entre nosotros.

Jesús resucitó para validar nuestra fe, para motivar una predicación eficaz, para dar poder a la Iglesia de anunciar el perdón de los pecados y para buscar la paz entre todos los pueblos y personas. No olvidemos que la Palabra de Dios está escrita para que tengamos la seguridad de que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que creyendo en Él tenemos vida eterna. Amén.

La Rvda. Marivel Milien, es encargada de la Iglesia Santísima Trinidad, Diócesis Southeast Florida, donde ha ejercido su ministerio durante los últimos 12 años.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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