Cuaresma 1 (B) – 21 de febrero de 2021
February 21, 2021
[RCL]: Génesis 9:8–17; Salmo 25:1–10 (= 25:1–9 LOC); 1 San Pedro 3:18–22; San Marcos 1:9–15
Alabemos y bendigamos al Señor al inicio de este tiempo santo de cuaresma. Desde el miércoles pasado, con el signo de la ceniza, dijimos a nosotros mismos y a nuestros hermanos que vamos a hacer todo cuanto nos sea posible para rechazar lo contrario al plan de amor en nosotros. Sabemos que somos polvo y polvo volveremos a ser. Sin embargo, cuando volvamos a Él, no seremos simplemente polvo, seremos una nueva creación resucitada por Él y para Él. Somos polvo, pero su soplo de vida eterna nos inmortalizará. Roguemos al Señor que en este tiempo de cuaresma prepare nuestro corazón para que le podamos recibir vivo y resucitado en nuestra vida. Él nos dé la fuerza, esperanza y entereza para continuar adelante.
Reiteremos con actos de amor, justicia y hermandad, que queremos ser fieles a su alianza como lo fueron Noé y sus hijos, quienes, a pesar de la incertidumbre vivida en el arca, al final vieron el arco iris de la alianza. En estos momentos de encierro, dificultad, crisis, miedos de salir y ver por la ventana “un mundo devastado”, debemos mantenernos firmes en esa alianza que sellamos en nuestro bautismo. Pronto veremos el arco iris, pasará la tormenta, todo volverá a la normalidad. No perdamos la esperanza, Dios nos llevará a un lugar seguro: “Guíame, encamíname en tu verdad, pues tú eres mi Dios y Salvador”, clama bella y confiadamente el salmista.
Leamos el evangelio que nos propone la liturgia, en clave de alianza, bautismo y fidelidad. Hoy Jesús viene de Nazaret y llega al Jordán para ser bautizado por Juan. A aquel que no se sentía digno de desatarle la correa de la sandalia, se le encomienda la misión de bautizarlo. A veces nosotros no nos sentimos dignos de la misión que Dios nos ha encomendado. La cuestión no es de dignidad sino de fidelidad combinada con el tomar riesgos en nombre de Dios. Aquí el evangelio nos ofrece dos signos claros que nos revelan la dignidad e identidad de Jesús, dos signos que están estrechamente conectados con dos dimensiones comunicativas humanas: “ver” y “oír”.
“Vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma”. Con frecuencia la liturgia del adviento, que celebramos hace unas semanas, nos trae la expresión “abrir los cielos y bajar”, refiriéndose explícitamente a la salvación de Dios en la figura del Mesías. Hoy el evangelio de Marcos indica la presencia del Espíritu Santo que desciende. A continuación, se oye una voz: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido”. Se trata de un momento sublime. Un clímax Trinitario. Uno es el bautizado, tres son los presentes: El Espíritu Santo desciende santificando, el Padre habla reconociendo su paternidad y el Hijo recibe el amor y la fuerza que lo lanzan a la misión. Esto nos debería dar la certeza que en todo momento clave de nuestra vida están presentes los Tres, Comunidad de amor, enseñándonos cómo se vive profundamente la realidad comunitaria.
Aún resonaban las amorosas palabras del Padre en sus oídos: “Tú eres mi Hijo amado”, cuando el mismo Espíritu que lo había ungido lo condujo al desierto. ¡Qué experiencia tan fuerte y aparentemente contradictoria! En todo momento Jesús será probado, no sólo en el desierto. De igual manera, nosotros en todo momento somos probados; nuestra fidelidad y adhesión a Jesús debe ser ratificada contantemente, así la tentación sea algo que mueva muchas fibras de nuestro corazón. Al final tendremos que optar. De ahí la oración que Jesús nos enseñó: “No nos dejes caer en tentación”, en otras palabras, “mantennos firmes” en esos momentos de confrontación íntima.
El desierto es el espacio de maduración, formación y escucha: ¡No le tengamos miedo al desierto! Curiosamente el Espíritu no lo ha conducido inmediatamente a la misión, sino antes de todo, a la confrontación entre el querer de Dios y el querer meramente humano. Todos somos confrontados en todo tiempo y es allí donde debemos vencer la tentación. ¿Cómo? ¡Orando! Es decir: en la medida que estemos en mayor intimidad con Dios, la tentación es vencida. Por el contrario, en la medida que estemos más alejados de Dios, más fácil caemos en la tentación. ¿Qué tan cerca nos sentimos de Dios hoy? A partir de la respuesta, podremos decir qué tan preparados estamos para ese “combate espiritual”. Precisamente, en este tiempo de cuaresma se nos invita a intensificar la oración; estamos en nuestros 40 días de desierto.
Las tentaciones atraviesan la vida de Jesús y también atraviesan toda nuestra vida. En ellas, Jesús constantemente renueva su “sí” al proyecto del Padre; en nosotros debería suceder lo mismo. También el discípulo y el misionero pasarán por las pruebas de su Maestro. Toda tentación es negación del camino de la fe, un claudicar del “Camino del Señor”. Comprendamos que seguir a Jesús supondrá pruebas que vienen de muchos lados, las cuales sólo serán vencidas si asumimos radicalmente nuestra alianza bautismal que es signo de sumergirnos en el misterio pascual.
Ir a la misión es consecuencia de una madurez producto de la adhesión incondicional al Padre. Jesús ha probado su fidelidad, ahora va a la misión. Allí seguirá siendo tentado, pero a la vez, la misma misión le fortalecerá cada vez más para vencer esas tentaciones. Es una dinámica permanente, en Jesús y nosotros. No existe misión sin tentación, pero en la misión se vence la tentación. Todos tenemos una misión, un propósito: hemos sido llamados. ¡Creámoslo y asumámoslo!
A diferencia de la predicación que ya se le escuchó a Juan, la de Jesús es llamada desde el principio “Buena Noticia”, no hay otra superior ni mejor que ésta. La noticia es “buena” porque nos aporta lo que necesitamos para ser felices, para que nuestra alegría sea real, de fondo y duradera. Ella es fuente de gozo. Quien acoge la Buena Nueva, tomándosela en serio, se coloca enseguida en terreno firme: conoce la cercanía salvífica, poderosa y segura de Dios que le trae paz, solidez y gozo a su vida.
Todo se sintetiza en la expresión “Reino de Dios”. Aunque en principio es una metáfora que alude a la antigua institución monárquica de Israel, hay que tener presente que su contenido es un eco de la confesión de fe más importante de la Biblia. Pues bien, en Jesús, Dios está ocupándose responsable y poderosamente de sus criaturas. Por eso los signos del Reino serán todos signos de liberación, vida, plenitud. Con hechos concretos Jesús mostrará el centro de su mensaje: “¡Dios es el Señor! ¡Este Señor está cercano!” Es necesario convertirse y creer. La conversión es ante todo retornar al punto inicial del cual se ha partido y de donde se ha alejado. Nuestro punto de partida es Dios: de él venimos y a él debemos todo. Conversión es orientarse de nuevo hacia él, regresar a él. Ése es el propósito de la cuaresma. Reorientarnos hacia el punto de partida.
Por último, creer es reconocer la verdad y la validez de lo que se comunica en la Buena Nueva. Creer es un acto de confianza total que lleva a la adhesión a la persona de Jesús y su mensaje. Es aceptar y tomar en serio a Cristo y hacer de su mensaje sobre el señorío de Dios y su cercanía, el fundamento de la propia vida. Esto lo debemos interiorizar en esta cuaresma para poderlo celebrar en la pascual que se aproxima. Estamos en cuarenta días de desierto, de maduración, de interiorización, de adhesión fundamental.
Que ésta no sea una cuaresma más de tantas que hemos vivido: ¡la cuaresma del año 2021 debe marcar nuestro itinerario hacia la santidad!
El Rvdo. Pablo Velázquez Abreu es profesor de Sagrada Escritura y Teología. Predicador de retiros, congresos y seminarios. Apoya su labor ministerial por medio de Tecnologías de Información y Comunicación (Tic’s) de las cuales es asesor. Actualmente acompaña procesos formativos, comunicaciones y evangelizadores en la Diócesis de Colombia.
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