Pascua 3 (A) – 2020
April 26, 2020
Nos encontramos todavía en el tiempo glorioso de Pascua. No en el de la antigua pascua de los judíos, sino en el de la nueva Pascua de Resurrección llevada a cabo por nuestro salvador Jesucristo.
En este tiempo pascual vamos a seguir las lecturas de tres libros. La primera siempre será tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, la segunda de la Primera carta de san Pedro y, finalmente, después del pasaje evangélico de hoy tomado Lucas, los evangelios del resto de los domingos se tomarán de san Juan.
La primera pregunta que podríamos hacernos es ¿Por qué vamos a estar hablando de la resurrección de Cristo durante siete semanas? Eso es lo que dura el ciclo pascual. La razón es sencilla. La resurrección de Cristo es fundamental en nuestra fe. Es lo que da consistencia a nuestra fe y a nuestro vivir. Las historias de la resurrección también confirman la vida y enseñanzas de Jesús. Por eso los discípulos exclamaban: ¡ahora creemos!
Es conveniente que nos traslademos en el tiempo al ambiente en que se encontraban los apóstoles y discípulos de Jesús. Habían convivido con él durante unos tres años; habían sido testigos de su amor, de su misericordia, de su compasión hacia todos, especialmente hacia los más pobres y humillados; habían predicado una religión de sinceridad, de apertura, de amor hacia todos sin exclusiones; en su abrazo amoroso cabían todos: judíos, romanos, griegos, sirios; en definitiva, habían obrado el bien con todos. Para Jesús todos eran hijos de Dios. La fama de su bondad se había extendido por doquier. Y he aquí, a pesar de tanto bien, el final de su vida fue de lo más vergonzoso que pudiéramos imaginar. Termina crucificado en una cruz como los peores criminales y revoltosos de su tiempo. Por eso, ahora los apóstoles no se cansan de repetir la historia de Jesús y concluir diciendo: ¡está vivo, ha resucitado!
Hoy se habla mucho de la “memoria histórica”. Es decir, los pueblos tienen que recordar los acontecimientos de su historia para aprender de ellos y convencer a todo el mundo de que los hechos narrados fueron una realidad y no una invención. Hemos visto cómo, de vez en cuando, surgen personas que se atreven a negar el holocausto perpetrado por los nazis contra el pueblo judío. ¿Cómo se podría ocultar que millones de personas fueron asesinadas por un sistema diabólico? Por ello, ha sido necesario plasmarlo en películas y documentales, para que todo el mundo sea testigo de un crimen de proporciones gigantescas. De esa manera podemos aprender a evitar algo semejante.
Los apóstoles de Jesús usan la misma estrategia. En todos los discursos repiten brevemente la vida de Jesús. En la lectura de los Hechos de los Apóstoles, Pedro pide la atención de todos de esta manera: “Judíos y todos los que viven en Jerusalén, sepan ustedes esto y oigan bien lo que les voy a decir… Como ustedes saben muy bien, Dios demostró ante ustedes la autoridad de Jesús de Nazaret, haciendo por medio de él grandes maravillas, milagros y señales. Y a ese hombre, que conforme a los planes y propósitos de Dios fue entregado, ustedes lo mataron, crucificándolo… Sepa todo el pueblo de Israel, con toda seguridad, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías”. Mensaje breve, sencillo, pero al grano. En poquísimas palabras dice lo esencial para que todos lo aprendan y transmitan hasta los confines de la tierra.
El evangelio presenta la historia de los dos peregrinos que caminan hacia Emaús. Un pasaje que rebosa encanto y frescura, muy típico de san Lucas. Su arte de narrar se convierte en el mejor sistema de enseñanza. Coloca la historia en un camino que probablemente los discípulos recorrieron con frecuencia. Un camino familiar. Y luego, pasa a enumerar elementos ya muy familiares a los apóstoles. Esta historia la escribe Lucas para convencer no a los apóstoles que ya no dudaban, sino a los primeros conversos que no habían conocido a Jesús. A alguien como nosotros. Por eso, repite los mismos elementos históricos: se trata, dice, de “Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran”. Ahora quedaba una duda, ¿qué habrá sido de él, pues algunas mujeres del grupo fueron al sepulcro y no lo encontraron? ¿Dónde estará? Por eso, estos dos discípulos estaban abrumados por la duda. Sus sueños y esperanzas se habían desvanecido.
A partir de este momento, comienza la segunda parte de este precioso relato. Jesús, que se les aparece como un forastero, empieza a explicarles que según las escrituras el Mesías tenía que padecer antes de entrar en su gloria. Más tarde, sentado a la mesa con ellos, “tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio”. Ésa era la muy conocida costumbre practicada por Jesús durante su vida siempre que compartía una cena con alguien. Entonces “se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús”.
Ante una experiencia tan profunda, ante un acontecimiento que les devolvía la esperanza y la alegría, no les quedaba otra opción que compartirla con los apóstoles. Así, se pusieron en camino de regreso a Jerusalén para contar lo acaecido a los demás apóstoles y a los demás compañeros. Cuando entraron en la sala escucharon este estribillo: “De veras ha resucitado el Señor, y se le ha aparecido a Simón”. Ya no cabía la duda. La aparición de Jesús a los de Emaús vino a confirmar a todos en su fe.
En este pasaje del evangelio se nos presentan elementos muy importantes para nuestra fe. Tenemos que recordar constantemente la vida de Jesús y lo que hizo por nosotros. Tenemos que aceptar el hecho de que todo discípulo de Jesús, a imitación de él mismo, ha de sufrir en esta vida antes de entrar en la eterna. Tenemos que ver en las Sagradas Escrituras un tesoro espiritual de reflexión y meditación que siempre nos conducirá a Jesús. Y, finalmente, tenemos que la “fracción del pan” es la prenda de la presencia del Resucitado. Al partir el pan reconocieron a Jesús.
Estos elementos no se pueden desligar ni separar; caminan unidos, entrelazados y culminan en la Eucaristía. Es en torno a la mesa donde pasamos los mejores momentos cuando estamos en familia. Es en torno a la mesa del Señor cuando, como hermanos, compartimos su mensaje divino de salvación.
Finalmente, el evangelio de hoy nos recuerda nuestra condición de peregrinos. La fe es un encuentro con Jesús que se manifiesta en el camino de la vida ordinaria. Tenemos que caminar en la vida por sendas de rectitud y con atención porque Jesús se nos puede hacer presente en cualquier momento.
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