Día de Todos los Santos (A) – 2020
November 01, 2020
[RCL]: Revelación 7:9–17; Salmo 34:1–10, 22; 1 San Juan 3:1–3; San Mateo 5:1–12
“Una Gran Nube de Testigos”
Hoy celebramos una gran fiesta: el día de todos los santos. Se trata de una fiesta de mucha importancia para nuestras vidas, la Iglesia y el mundo. No sólo recordamos a personas que han tenido una vida ejemplar y que la iglesia ha reconocido como santos y santas, también hacemos memoria de los santos de nuestra admiración, nuestros santos amigos y aliados y, al mismo tiempo, renovamos el llamado que Dios nos hace a vivir una vida ejemplar de santidad.
La Iglesia Episcopal, en Convención General del año 2003, aprobó experimentalmente un nuevo calendario anual de los santos. Es un calendario que incluye nuevos y diferentes santos, más cercanos a las iglesias y comunidades locales. A este nuevo calendario se le tituló: “Una Gran Nube de Testigos.” Esta frase, “nube de testigos”, está tomada del Libro de los Hebreos, en el capítulo doce. ¡Qué frase tan bonita! Imaginemos la importancia de las nubes: refrescan el ambiente, cubren parcialmente la luz del sol, bajan el calor y envían la lluvia que fertiliza y da vida a nuestras tierras y cultivos. Las nubes son también símbolo de la presencia de Dios: recordemos cómo, en forma de nube, Dios guiaba al pueblo de Israel en su camino de la esclavitud a la libertad, de Egipto a la tierra de Canaán, de ser un pueblo esclavo a uno libre, con tierra propia, gobernados por ellos mismos y con estatutos que garantizaban la vida y la libertad. Dios, en figura de nube, los guiaba para que no se perdieran en esta búsqueda larga y difícil de encontrar la tierra de la promesa. Él caminaba con el pueblo y el pueblo lo seguía.
Los santos son para nosotros como una nube espiritual que señala el sendero para que no nos perdamos en el camino de la fe y sigamos creyendo a pesar del dolor y las dificultades. Ellos nos inspiran a ser cada vez mejores, a amar a pesar del odio, a perdonar a pesar del rencor y a dar nuestras vidas por lo que verdaderamente vale la pena. Los santos son aquéllos, mujeres y hombres, que nos impulsan en la lucha diaria por no dejar pisotear la dignidad que nos confiere el ser hijos y e hijas muy amados de Dios, como nos lo señala la segunda lectura de hoy. Estas nubes deben ser abundantes, como lo son las nubes que nos envían la lluvia pues, como dice el dicho: “una sola nube no llama agua.” El mundo ha necesitado y sigue necesitando de muchas señales y testigos del amor de Dios en el mundo.
La primera lectura de hoy nos habla de una multitud enorme. Por supuesto que se trata de una multitud más grande que la de nuestros estadios de fútbol o la que se une a las marchas de los pueblos por la dignidad de la vida de cada ser humano, como cuando reclamamos respeto por las razas negra y latina; mayor aún que los pueblos que se desplazan de país en país arriesgando sus vidas para encontrar trabajo, educación y seguridad para sus hijos quienes tienen el derecho a vivir libres de violencia, hambre y desaparición forzosa.
El libro de la Revelación nos dice: “Miré y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos…y eran tantos que nadie podía contarlos.” Si a cada uno se les asignara un día para hacerle memoria, esta gran multitud no cabría en los trescientos sesenta y cinco días del año. Por eso hoy les recordamos y celebramos a todos en una sola y grandiosa fiesta. ¡Qué alegría nos da el saber que hay muchos santos y santas tan queridos por todos nosotros! Ellos y ellas no son de una religión determinada, no son sólo cristianos; son de todos los lugares, procedencias y religiones del planeta. Aquéllos son los valientes que han aceptado la llamada universal de Dios, a ser perfectos, virtuosos, arriesgados y pacientes. Ellos y ellas han sido santos antes o durante o después de Cristo; antes, durante o después de la cristianización del hoy continente americano, las Américas y el Caribe; santos de muy lejos y de cerca, de diferentes razas, colores y lenguas.
Qué jubilo pensar que, entre esta gran nube de testigos, están nuestras abuelas y abuelos olvidados, nuestros familiares y vecinos, los muertos en las fronteras que se han ahogado en los ríos y mares tratando de conquistar su sueño, los muertos de sed y calor del desierto. En esta gran muchedumbre están las víctimas de la violencia indiscriminada, del hambre y la pobreza; las víctimas del tráfico de drogas y de la trata de personas donde niñas muy jóvenes han caído en esta terrible industria de muerte. Ahí están también los esclavos, aquéllos que hace cuatrocientos años eran enlazados como animales en África para ser vendidos como esclavos a los blancos en estas tierras de cristianos. Están también, los que han sido sepultados en las montañas y arrojados en los ríos para desaparecerlos en la guerra de las drogas y la corrupción de nuestros gobiernos. Nos consuela saber que ellos, ante los ojos de Dios, no han desaparecido, sino que son parte de esta gran nube de testigos fieles que se han unido a muchos líderes sociales y religiosos que hoy siguen viviendo eternamente en la memoria de nuestros pueblos y en el corazón de Dios.
¿Quién más puede estar ahí, en esta incontable muchedumbre? Las víctimas del coronavirus, los que no pudieron despedirse de sus seres queridos, los que no tuvieron acceso a un sistema de salud adecuado que los librara de la muerte y los que agonizaron esperando una máquina de oxígeno, una medicina, un hospital. Aquí también incluimos al personal médico y de enfermeras que se contagiaron haciendo esta noble labor esencial. A ellos, a todos ellos, hoy también los recordamos en esta fiesta de los santos.
Y es precisamente a todos ellos a quienes Dios los llama los bienaventurados. Ellos son nuestros aliados y aliados de Dios que desde las nubes del cielo nos siguen viendo, guiando y señalando el camino hacia la eterna presencia de Dios.
Gracias ¡oh, Dios! por llamarlos y llamarnos a compartir tu casa para siempre. Amén.
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