Cuaresma 5 (B) – 2018
March 19, 2018
Hoy celebramos el quinto domingo de Cuaresma. El mensaje central de las lecturas de este día es la Nueva Alianza. No cabe duda de que en los profetas se da una nueva experiencia de Dios. En la Biblia se nos describe la relación del hombre con Dios como una alianza. La primera alianza de Dios con su pueblo tiene lugar en el desierto en torno al Sinaí, en medio de una teofanía o manifestación espectacular de Dios a través de su ángel y se escribe en tablas de piedra. Esta alianza se inscribe en un estado de la experiencia humana con relación a Dios muy ligada a fenómenos de la naturaleza.
La nueva alianza, nos dice el profeta Jeremías será diferente: “Pondré mi ley en su corazón y, la escribiré en su mente. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Yo el Señor lo afirmo. Ya no será necesario que unos a otros, amigos y parientes, tengan que instruirse para que me conozcan, porque todos, desde el más grande hasta el más pequeño, me conocerán.”
La nueva alianza, nos dice el profeta, se escribe en los corazones, se interioriza. Se necesitó el paso de la historia y graves acontecimientos para que tomara forma la nueva experiencia de Dios. Uno de esos graves acontecimientos fue el destierro. La nueva alianza pasa, en primer lugar, por un corazón puro. Así lo proclama el Salmo responsorial: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu firme dentro de mí. No me apartes de tu presencia ni me quites tu Santo Espíritu.” El Dios “trueno” del Sinaí se ha convertido en el Dios “susurro” de Elías. El profeta medita en su corazón la ley del Señor y descubre que Dios prefiere el “Corazón quebrantado y humillado” a los sacrificios y holocaustos.
Corazón puro y quebrantado. Interiorización y dolor o prueba es ahora el camino del siervo de Dios. La nueva alianza es interior, personal, de corazón, y probada por el dolor. Esta alianza apunta ya decididamente a la última y definitiva alianza del hombre con Dios en Jesús.
El autor de la carta a los hebreos nos presenta a Jesús el autor de la nueva alianza o relación del hombre con Dios en medio de angustia, gritos y lágrimas, diciendo: “Él, a pesar de ser hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.” La obediencia de Jesús al Padre pasa por la cruz. En su momento de oración y agonía en Getsemaní, Jesús se dirige al Padre diciendo: “Padre, si quieres, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.” La entrega personal es el nuevo culto a Dios, y Jesús abre el camino. Es la nueva alianza o experiencia de Dios.
El Evangelio de hoy nos presenta a unos gentiles, posiblemente griegos, que habían llegado a Jerusalén para celebrar la fiesta. Se acercan al apóstol Felipe para decirle que quieren ver a Jesús. Sin duda estos gentiles o paganos buscan a Dios y piensan que Jesús es un buen camino para ello.
A propósito, es justo decir, que muchos hombres y mujeres de todos los tiempos le han seguido en esta búsqueda. También en nuestros días, en medio de una crecida de la falta de creencias religiosas, sigue habiendo muchas personas que buscan a Dios por medio de Jesús. Pero a estos que le buscaban usando como intermediario a Felipe y a Andrés, Jesús le contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el hijo del hombre.” La hora de Jesús, según el evangelista Juan, pasa por la cruz, que paradójicamente es el momento de su exaltación y su gloria.
Este es el momento estelar, así lo resalta Jesús. Ha llegado la hora de la gloria, de la agonía y del juicio. Con la presencia de estos griegos que lo querían ver, Jesús ha acabado con la distinción entre judíos y griegos, ahora uno sólo es el rebaño y uno sólo el pastor. La hora de la gloria, como el término es equivoco, es decir, se puede interpretar en varios sentidos, Jesús se dispone a deshacer el equívoco. La gloria germina en la muerte; el triunfo en la derrota; la conservación de la vida, en el desapego a ella. Paradoja total y radical. Es la misma para el Señor Jesús y también para sus seguidores, los discípulos.
La hora de la agonía. Agonía no como antesala de la muerte, sino como combate, como drama. Dos veces se dirige al Padre. El combatiente no está solo. Es y se experimenta Hijo. En la última instancia, es una causa común con el Padre y el Padre en persona le presta todo su apoyo.
La hora del juicio. En Juan ya Jesús había afirmado: “Yo he venido a este mundo para hacer justicia, para que los ciegos vean y para que los que vean se vuelvan ciegos.” Ha llegado el momento de hacer esa justicia y de pronunciar el veredicto contra quienes son incapaces de distinguir al Padre a pesar de presumir de conocerlo. La cruz es el momento supremo de la verdad de Dios y cuando la mentira quedará desenmascarada para siempre.
La muerte en la cruz puede parecer una derrota de Jesús, pero no es así porque con ella Jesús cumple finalmente su misión en obediencia al Padre. Ahora es la hora de la gloria. Gloria porque Jesús es escuchado en su prueba y Dios lo exalta con la resurrección. “Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.” La hora de Jesús se condensa principalmente en su muerte y en su resurrección, núcleo inicial de toda catequesis cristiana. La hora de Jesús es la hora de Dios porque con su obediencia, se manifiesta de alguna manera el reconocimiento y triunfo de Dios y es echado fuera el príncipe de este mundo.
Dios se revela a través de Jesús, que es tanto como decir a través del dolor y la humillación. Y para que el sufrimiento de Jesús no se quede en pura teoría y llegue hasta la vida se nos pone el ejemplo del grano de trigo. El grano de trigo para dar vida tiene que podrirse en la tierra. La vida de Jesús, que es la parábola de Dios, se expresa perfectamente en esta breve parábola. Lo mismo que el discípulo de Jesús. Si quiere ganar su vida la tiene que perder. El que egoístamente vive su vida, la pierde. El que entrega su vida generosamente por Dios y por los hermanos, la gana. Como el grano de trigo. La vida y la muerte, la cruz y la gloria, también van aquí unidos como en Jesús. La última experiencia o alianza del hombre con Dios que pasa por Jesús se manifiesta en su muerte y resurrección en la cruz y la gloria.
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