Cuaresma 4 (B) – 2015
March 16, 2015
Todas las lecturas que nos entrega la Iglesia en este día, nos hablan del amor del Señor Jesucristo por nosotros sus hijos. San Juan en el Evangelio dice: “Pues Dios amo tanto al mundo, que dio a su hijo único, para que todo aquel que crea en el no muera, sino que tenga vida eterna”(Juan 3:16), San Pablo en la Epístola a los Efesios dice: “Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos por nuestros pecados” (Efesios 2:4-5), en el Salmo 107 leemos: “ Den gracias al Señor, porque él es bueno, porque su amor es eterno; den gracias al Señor , por lo que hace a favor de los hombres”(Salmo 107:1. 21). Y en la primera lectura del libro de los Números al pueblo rebelde, Dios le da una señal de sanación y salvación a través de Moisés: “Haz una serpiente como esa y ponla en el asta de una bandera. Cuando alguien sea mordido por una serpiente, que mire la serpiente del asta y se salvara” (Números 21:8).
El tema central del mensaje de la palabra de Dios hoy es la fe en el amor que Dios nos tiene y que ha sido manifestado por medio de Jesucristo. “Pero aquí se trata de una fe especial; no la fe de un simple consentimiento del intelecto a una verdad. Es otra cosa. Es la fe asombro, la fe incrédula (¡paradójicamente!): la fe que no entiende lo que cree, aunque lo cree” (Cantalamesa Raniero: Predicamos a un Cristo Crucificado, Grupo editorial Lumen, Buenos Aires- México, 1997).
En la primera lectura, vemos como el pueblo de Israel, ante las dificultades del desierto, olvida todos los signos de amor que Dios le había mostrado desde que los sacó de Egipto para llevarlo a la tierra prometida. Este pueblo pensó a su manera, no permaneció en la fe y el amor del Dios que los estaba guiando a la salvación: “En el camino la gente perdió la paciencia y empezó a hablar contra Dios y contra Moisés. ¿Para qué nos sacaron ustedes de Egipto? ¿Para hacernos morir de hambre en el desierto? No tenemos ni agua ni comida. Ya estamos cansados de esta comida miserable” (Números 21:5).
La consecuencia de esta falta de fe y confianza, fue el castigo: “El Señor envió serpientes venenosas que los mordieron y muchos israelitas murieron” (Números 21:6). Pero después el pueblo reconoce su pecado, se arrepiente y Dios, por mediación de Moisés, le devuelve la salud. Dios le dijo a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera en un asta de una bandera, para que todos los que habían sido mordidos por las serpientes venenosas la miraran con fe y quedaran sanados.
San Juan en el Evangelio retoma este ejemplo de la serpiente de bronce levantada en el desierto y lo compara con el sacrificio de Cristo en la cruz, para sacarnos del pecado, y llevarnos a la tierra prometida, es decir, a su reino de amor: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del Hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” (Juan 3:14).
Cuando Juan habla de que Jesús tenía que ser levantado, se refiere por un lado a la muerte que sufriría en la cruz, “éste es el momento en que el mundo va a ser juzgado, y ahora será expulsado el que manda en este mundo. Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo. Con esto daba a entender de qué forma había de morir” (Juan 12: 32-33). En otro sentido, el ser levantado hace alusión a la resurrección de Cristo, a través de la cual obtendría para su pueblo la victoria sobre la muerte y Satanás.
Dios envió a su Hijo al mundo para ofrecernos la salvación y la liberación de todo tipo de esclavitud a través del amor. El amor que hace milagros; el amor que engendra la vida verdadera, la vida eterna. El creer en Jesucristo, como Mesías y Señor, es clave para nuestra salvación; pero nuestra fe para que sea auténtica, tiene que manifestarse por medio del amor, que presupone la paciencia y el sacrificio por el amado.
San Pablo en la Primera Carta a los Corintios nos habla de la primacía del amor por encima de todas las demás virtudes teologales y de todos los dones espirituales: “Si yo hablo las lenguas de los hombres y aun de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Y si tengo el don de profecía, y entiendo todos los designios secretos de Dios, y se todas las cosas, y si tengo la fe necesaria para mover montañas, pero no tengo amor, no soy nada” (1 Corintios 13: 1-4).
El amor que Dios nos ofrece es gratuito. Él ha decidido amarnos no porque seamos buenos, sino porque él es bueno. El Apóstol San Pablo nos dice: “Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados. Por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación” (Efesios 24-5). La iniciativa ha sido de él; a nosotros nos toca responder positivamente a tan gran amor, reconociendo nuestros pecados, sintiendo dolor por el mal que hemos hecho y acercándonos a él con confianza como un niño en los brazos de su padre y poniendo nuestra esperanza. “Ninguna medicina común ni ningún médico ayudará a un paciente sin esperanzas. Hay un solo médico que puede ayudar a un paciente muerto y es Dios. Y su medicina es el amor. Él está listo para derramar su gracia y su misericordia sobre el pecador” (Hale Thom y Thorson Stephen, Apliquemos la Palabra, Un Comentario Practico del Nuevo Testamento, d. Avance Evangelio Latino, NJ, Usa, 2006).
La salvación que Dios nos ofrece, no depende de nuestras obras, pero una vez que aceptamos a Jesucristo, nuestras vidas tienen que comenzar a dar frutos; “pues Dios es quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos ha preparado de antemano” (Efesios 2: 10).
A nuestro mundo le falta el conocimiento del amor de Dios, está cayendo es un nihilismo. Hay muchas personas que están heridas, por egoísmo, traiciones y desilusiones. El que ha sido herido, hiere a los demás, desconfía de todo y se le hace difícil creer y aceptar el amor de Jesucristo. De ahí la necesidad imperante de que los que profesamos la fe en Cristo crucificado salgamos de la sacristía y vayamos a proclamar el evangelio del amor de Dios , no con palabras vacías de contenido y slogans preconcebidos, sino con las señales de la fe que son el amor y la unidad.
En las últimas instrucciones dirigidas a sus discípulos, antes de salir de este mundo, Jesús les dijo: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes unos a otros. Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos” (Juan 13: 34-35). El amor de Cristo no es un romanticismo, es un amor sacrificado. De la misma manera que los israelitas no pudieron llegar a la tierra prometida sin pasar por el desierto, nosotros tampoco podemos llegar al reino de Dios sin pasar por el sufrimiento. No hay otro camino para llegar al cielo que el camino de la cruz.
San Juan de la Cruz, que vivió intensamente la fuerza transformadora del amor de Dios aunque tuvo su noche oscura, decía: ama hasta convertirte en lo amado, porque “al final de la tarde, nos examinaran en el amor”.
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