Pascua 2 (B) – 2015
April 13, 2015
Celebramos el segundo domingo de pascua. La figura central del mensaje del evangelio de hoy es Tomás, y el tema es la fe. Seguimos haciendo fiesta, celebrando la pascua, porque la certeza de la resurrección es tan profunda que no se agota nunca, sino que debe llenar nuestra vida de cristianos.
La parte central de la oración colecta de este segundo domingo de Pascua dice: “Concede a todos los que nacen de nuevo en la comunión del cuerpo de Cristo que manifiesten en sus vidas lo que por fe profesan. Que en resumen es lo mismo decir: “El Espíritu nos ha hecho renacer, nos ha dado una nueva vida.
Este era el mensaje que Jesús resucitado y la comunidad de los apóstoles querían contagiar a Tomás. Así lo escribe Juan en su evangelio: “Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo” (Juan 20:22).
Jesús regala en abundancia el don que él ha recibido, el del Espíritu. Los apóstoles se abren, lo experimentan y quieren contagiarlo gozosamente. Pero Tomás no se atreve a creer algo tan maravilloso y se cierra poniendo condiciones para creer. No estaba preparado para las grandes sorpresas de Dios.
Casi todos caemos en la misma falta de fe. Nuestro pobre yo profundo, averiado muchas veces por errores y traumas, le deja poco espacio a la verdadera imagen de Dios. Lo reduce, lo filtra y lo adapta. Llama Dios a lo humano. Pero tenemos que entender que Pascua en un estallido de vida insondable y de amor al ser humano. Para creerlo nos hace falta mucha valentía y optimismo.
Los apóstoles no supieron qué hacer con Tomás. Jesús, en cambio, actúo como un experto en terapia. Accedió a sus condiciones pero haciéndole pagar un precio; una semana de silencio en el que pudo reflexionar sobre su envidia y su soledad, así tomó conciencia de dónde estaba él, dónde estaban sus hermanos y quién era Jesús.
Toda crisis requiere un tratamiento adecuado para que nos haga crecer. En su situación Tomás no sabía hasta dónde llegaba su orgullo. Jesús fue muy comprensivo con él porque era normal que cayera en la duda y se cerrara a tanta luz y vida.
Esta situación también nos puede tocar a nosotros que nos cerremos a la verdadera libertad, cuando sólo hemos conocido las esclavitudes que se disfrazan de libertad. Seamos comprensivos con nosotros mismos y perdonémonos los errores, pero que sean motivo y camino de mayor sabiduría. Tal como trató Jesús el error de cálculo cometido por Tomás.
Tomás al ver al Señor resucitado exclamo: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20:28). Así formula el evangelista el momento glorioso del encuentro, no ocurre a una hora ni en un lugar, sino que coincide entre una actitud nuestra y la manifestación epifánica del Señor. Nosotros llegamos a esta actitud después de muchos pasos dudosos a ritmo personal; su gloria aparece puntual adaptada a nuestro ritmo de crecimiento.
Al darse el encuentro, el mundo se encierra en un arco iris y el corazón se abre admirado ante la belleza. No quedan palabras validas, y es como si volviéramos atrás a la infancia ingenua e inocente. Entonces damos un paso de progreso en la sabia madurez del que ha visto a Dios muy cerca y le confiesa rendido. Es un acto de adoración libre, gozosa, gratuita y eficaz.
Tomás se quedó sin manos, sin dedos, sin voluntad, rendido sin condiciones. Jesús le ofrece el santuario de su costado abierto y el apóstol entra en él sin tocarlo, en alas de la fe. Así son los dones de Dios, sobrepasan todo cuanto nosotros podemos desear o imaginar. ¿Cuándo aprenderemos a confiar y abandonarnos a sus planes?
Cuando hemos superado una crisis como la de Tomás, brota la salud del fondo de la persona salvada. Es fácil ahora creer sin haber visto. No se ponen condiciones a Dios, ni rebaja a la entrega. Entonces, surge así alegre y espontáneo el compromiso real.
Es como decir, no se siente el peso de la cruz; brotan alas en los pies y se renueva la juventud del Espíritu. Todo canta el amor de Dios y la vida se convierte en una empresa bella que vale la pena. Esta es la experiencia pascual de la vida nueva que Jesús resucitado provoca.
Jesús le dijo a Tomás: “Trae tu mano y métala en mi costado. No seas incrédulo” (Juan 20: 27). Este es el realismo de lo humano, transformado por la presencia de Jesús resucitado. El signo con toda su humanidad glorificada por el Espíritu que le resucito de entre los muertos. La resurrección continúa porque él quiere incorporar a su gloria nuestra vida de peregrinos.
Cuando Jesús le dice a Tomás: “Trae tu mano”, también nos lo dice a nosotros. Cuando por la fe y el amor conseguimos establecer contacto con él, nuestros motivos para vivir y nuestras obras serán transformadas. Hemos de dar pasos de crecimiento interior para entrar en el Reino de Dios, convertirnos y dejarnos convertir por él. Por eso nos dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Juan 20:22), con su aliento y como signo de transformación.
Y Jesús dice algo más a Tomás: “Mete aquí tu dedo, y mira mis manos” (Juan 20:27). Es decir, todo lo humano, lo real, la vida concreta, los problemas, el camino de cada uno. En ellos resplandece la presencia salvadora de Jesús resucitado. Con tal que no pongamos condiciones ni nos cerremos.
El evangelista deja aquí también su testimonio diciéndonos: “Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, y para que creyendo tengan vida por medio de él” (Juan 20: 30-31).
Este testimonio toca directamente nuestra fe. Los nuevos libros nos corresponden a nosotros redactarlos y proclamarlos al mundo para que descubramos la vida nueva que Jesús resucitado ha venido a traernos cada creyente y cada comunidad tenemos en estas palabras un reto a nuestra creatividad. Hemos de enterar al mundo de la alternativa de Jesús. Hemos de adaptar a la sensibilidad de hoy los signos de la vida y del amor.
La alegría de vivir y el servicio a los más necesitados romperán el sueño o el egoísmo de los inconscientes. Falta esperanza y amor y esta carencia es tan grande que muchos hemos dejado de creer en la vida. Vivimos muertos a conciencia y desesperados para siempre. Hemos descendido espiritualmente a nuestro nivel más bajo. ¿Quién nos devolverá nuestra fe perdida? ¿Y de qué manera?
Pero, no olvidemos lo que dice al final Juan: “Los evangelios han sido escritos: para que creamos” (Juan 20:31), no para que sepamos. Son textos escritos desde la fe y para fortalecer nuestra fe. Tomar los evangelios como si fueran textos periodísticos, históricos, que nos permiten “saber cosas”, datos, historia del tiempo de Jesús, es tomarlos por lo que no son. Juan lo ha dicho claramente.
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