Sermones que Iluminan

Fiesta del Santo Nombre – 2012

January 02, 2012


“Al octavo día, al tiempo de circuncidarlo, le pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de que fuera concebido” (Lc. 2:21).

Hoy celebramos en la Iglesia el santo nombre de Jesús, este nombre en si mismo significa “el que salva”. En la Biblia encontramos que Jesús tiene varios nombres o títulos: Hijo del Hombre, Hijo de David, Cristo, Mesías, el Hijo de Dios etc… pero en definitiva todos hacen alusión a lo mismo, Jesucristo ha sido ungido para una misión o servicio. Él mismo nos dice cuál es esa misión para la que se le ha ungido y consagrado: “El Espíritu del Señor está sobre mi, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres; me ha enviado anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de la gracia del señor”. (Lucas 4:18-19).

Este nombre Jesús, se lo había indicado el ángel Gabriel a María en la anunciación: “Concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús”. (Lucas 1:31). A los ocho días de nacido el niño, sus padres siguiendo las costumbres y tradiciones de su pueblo fueron a presentarlo y a circuncidarlo en el templo. María y José aprovechando la ocasión y en obediencia a las palabras del Señor dadas por el ángel antes de la concepción le ponen por nombre Jesús. Según la ley judia la circuncisión se hacía ocho días después del nacimiento y en esta ceremonia se le ponía el nombre al niño. La circuncisión era una marca o señal de que el niño pertenecía al pueblo de la alianza y de la promesa.

Aunque el evangelista san Lucas al narrar el hecho de la circuncisión y presentación del niño no se le escapa ningún detalle religioso o social de la cultura Judía, su pretensión va más allá de presentar a María y José cumpliendo unos preceptos religioso o de demostrar que Jesús con la marca de la circuncisión entró a formar parte del pueblo de la alianza. Su centro de atención y proyección es destacar la obra salvadora de Jesús, la misión que ese Dios encarnado venia a realizar. El nombre del niño (Jesús) será el elemento esencial y característico de su naturaleza y su personalidad. Este nombre es signo de poder.

En el Antiguo Testamento Dios era conocido por el nombre de Yahvé, y había la creencia que donde se invocaba este nombre, allí estaba la presencia y el poder de Dios. El profeta Jeremías intercediendo por su pueblo decía: “Porque tú Yahvé estás en medio de nosotros y tu nombre ha sido invocado sobre nosotros.. no nos desampares”. (Jeremías 14:9). El triunfo o la derrota de Israel era cuestión de fe; cuando confiaba en Dios e invocaba su nombre, Israel vencía, si dudaba y se olvidaba de aclamarlo perdía la batalla. Invocar el nombre de Yahvé era contar con su protección y su bendición. En el antiguo pacto el sacerdote tenía la misión de invocar el nombre de Dios sobre su pueblo. “Dijo Dios a Moisés: “Di Aaron y a sus hijos: así bendecirán a los israelitas: El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti, el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré”. (Números 6:22-27). En este sentido, el sacerdote de la antigua alianza era un mediador entre Dios y los hombres, un intercesor.

En el Nuevo Testamento el nombre de Jesús es exaltado sobre todo nombre. Aunque nace y vive entre los pobres, aunque fue humillado en la cruz. Por su resurrección ha sido constituido Mesías, Rey y Señor. Dice el Apóstol san Pablo que “Dios lo exaltó y le concedió el nombre sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en el abismo; y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es Señor! para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2:9-11).

Toda la obra evangelizadora de la Iglesia se realiza en Cristo, por él y en él, a través de la acción del Espíritu Santo: Solo en el nombre de Jesús hay salvación y vida eterna ya que “no se ha dado a los humanos sobre la tierra otro nombre por el cual podamos ser salvados”. (Hechos 4:12). En el nombre de Jesús se predica el evangelio, se liberan los oprimidos por el demonio, se perdonan los pecados, se resucitan los muertos y recibimos la salvación.

En los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos habla de la sanación de un tullido cuando Pedro y Juan invocan el nombre de Jesús sobre él, Pedro le dijo: “No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo; en nombre de Jesucristo, el Nazareno levántate y camina, y tomándolo de la mano derecha lo levantó: de inmediato se le robustecieron los pies y los tobillos, se levantó de un salto, comenzó a caminar y entró con ellos en el templo, paseándose, saltando y alabando a Dios”. (Hechos 3:6-8).

Pero no basta invocar el nombre de Jesús para recibir poder y bendiciones, es preciso tener fe en su nombre, creerle y obedecerle. Para que el tullido fuera sanado no fue suficiente la aclamación de Pedro, fue necesario también la fe de este, “Porque ha creído en su nombre , este que ustedes están viendo ha recibido de ese Nombre vigor y la fe que proviene de él le ha dado salud completa en presencia de todos ustedes”(Hechos 3:16), le dijo Pedro a la multitud asombrada por el milagro.

También las autoridades judías cuestionaron a los apóstoles Pedro y Juan sobre dicha sanación, les preguntaron: “Con qué poder o en nombre de quién han hecho eso?” Le hicieron esta pregunta porque una persona podía actuar en nombre y representación de otra, es decir, usando sus propios poderes. La respuesta de los Apóstoles a su pregunta fue, “Este hombre ha sido sanado en el nombre de Jesucristo, el Nazareno a quien ustedes crucificaron y Dios lo resucitó de la muerte; gracias a él, este hombre está sano en presencia de ustedes”. (Hechos 3:10).

Al celebrar hoy el santo nombre de Jesús, acerquémonos a él con una confianza absoluta como lo hace un hijo en los brazos de su padre, ya que por medio de él hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios y herederos de su reino. “Como sois hijos, Dios envió a nuestro corazones el Espíritu de su hijo, que clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”. ( Gálatas 4:6-7).

Con la alegría de ser hijo en el Hijo, bendigamos y glorifiquemos a Dios cantando con el salmista: “ Señor dueño nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra”. (Salmo 8:1).

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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