Cuaresma 4 (B) – 2012
March 19, 2012
En la lectura de Números encontramos al pueblo israelita en un peregrinaje por el desierto después de haber sido liberados de su esclavitud en Egipto. La trayectoria por el desierto estuvo llena de dificultades: falta de alimentos, escasez de agua y, como nos cuenta la lectura de hoy, las serpientes venenosas representaban otra amenaza más de sobrevivencia. Atrapados por la ansiedad, empezaron a reclamarle a Moisés. “¿Por qué nos has sacado de Egipto para que muramos en el desierto?” Como es de suponer, las dificultades encontradas en el camino hicieron que se olvidaran del don de la libertad y la promesa de la tierra prometida. El pueblo había perdido de vista el propósito y sentido de su peregrinaje. Moisés intercede una vez más por su pueblo. Dios no remueve las serpientes, pero provee al pueblo de una forma de librarse de su poder mortal. Las vicisitudes en el desierto fueron un reto que les creó una gran incertidumbre sobre el futuro y en varias ocasiones perdieron la confianza en Dios.
Aunque no estemos en la desolación del desierto, muchas personas y nosotros, como pueblo de Dios, no somos ajenos a la experiencia de la incertidumbre que nos abruma en tiempos difíciles. La incertidumbre, desesperanza e inquietud sobre el futuro muchas veces ponen a prueba nuestra fe en Dios. La crisis económica y la condición humana de nuestro mundo en general es para muchos una experiencia ante la que reaccionamos de forma similar a la del antiguo pueblo de Israel. Millones de personas, incluyendo miembros de nuestras iglesias, han perdido el trabajo y medios de proveer el sostenimiento de sus familias. Nadie sabe con certeza si el gobierno o la economía podrán cambiar el curso de esta crisis en una dirección de recuperación. La ansiedad nos está impactando emocional y físicamente. Aquellas personas que tienden a ver su identidad en relación a su profesión, se sienten desorientadas y otras en estado de depresión. Al igual que el antiguo pueblo israelita, es muy fácil para nosotros perder la esperanza y vivir en una constante incertidumbre sobre el futuro. Es precisamente en tiempos como el presente cuando más necesitamos de la luz de Dios para recuperar una visión del futuro en medio de la desolación que nos abruma.
En la carta a los efesios, Pablo nos permite penetrar el futuro. No es un futuro que necesariamente responde a la pregunta de si tendremos o no suficiente para retirarnos, o para nuestro sostenimiento; sino un futuro que está por encima de nuestra condición actual. Un futuro que, según Pablo, consiste en la gracia de Dios y en nuestra capacidad de obrar bien en Cristo Jesús. La gracia que Dios derrama sobre nosotros es una gracia impregnada del amor de Dios en Jesucristo y donde todos nosotros, con nuestras faltas y fracasos podemos renacer ante la vida con un sentido que nos libera de los miedos, de las ansiedades y nos guía por los senderos de Dios, por un camino de luz en medio de las dificultades. El apóstol Pablo nos ofrecen una visión. Las grandes obras de amor y transformación en nuestro mundo tienen en común la iniciativa de personas que ante las vicisitudes de la vida, ante las opresiones de su tiempo, fueron capaces de tener una visión de un mundo no como es, sino como debe ser. Personas que invirtieron sus talentos y esfuerzos en pos de crear una alternativa ante la realidad de su tiempo. Estas personas son visionarias, no en el sentido de ver o predecir el futuro; sino en el sentido de crear un futuro sostenible. “Donde no hay una visión, el pueblo perece”. (Proverbios 29:18)
Quizás nuestra primera tarea como pueblo de Dios sea reconocer que las formas egoístas y de avaricia por parte de personas e instituciones no son más que una forma perenne de permanecer en nuestros desiertos de escasez, sufrimiento y en un estado continuo de supervivencia. Lo cierto es que nuestro mundo tiene tremenda necesidad de salir de la oscuridad a la luz; y para que esto suceda debemos comenzar con un proceso de transformación individual. Nuestro llamado, al igual que otros visionarios en nuestra historia humana, es ofrecer una visión de lo que puede ser la vida, cuando la entendemos desde el punto de vista de la gracia de Dios y proveyendo, mediante nuestras obras, una alternativa para nuestro tiempo.
Nicodemo, fue alguien que parecía andar en busca de la luz. Es interesante cómo nos describe el evangelista a Nicodemo viniendo a Jesús en medio de la oscuridad de la noche para aprender más de sus enseñanzas. En el Evangelio de Juan, la luz y la oscuridad, el día y la noche, son formas que Juan utiliza para hablar de las potestades de mal. Cuando examinamos cuidadosamente el texto nos damos cuenta que Juan está tratando de decirnos algo aquí. La oscuridad es una palabra que usa Juan para hablar de tiempos de confusiones; es una forma de referirse a las adversidades y a los tiempos difíciles. Por eso cuando Juan describe la misión de Dios en el mundo, dice: “La luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no pueden dominarla”. (Juan 1:5) En el evangelio de Juan Jesús dice: “Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (Juan 8:12). El versículo19 del evangelio de hoy se le conoce en algunos círculos como el “veredicto”. Es una especie de demostración de cómo hay personas que escogen la oscuridad en vez de la luz salvadora de Jesús. Nuestro señor nos advierte que algunos prefieren tanto la oscuridad que no se atreven a venir a la luz por miedo de ser expuestos. La avaricia, el engaño y el egoísmo son frutos de las tinieblas y no de la luz. Igualmente desalentador es el hecho de que parece que nos hemos acostumbrado tanto a la oscuridad que ya ni siquiera pedimos que nos den cuentas, y el peligro es que, en esa complacencia, estamos también aceptando que nuestra vida y el mundo continúen separados de la luz de Dios.
Estamos en peligro de vivir en la oscuridad para siempre; de ahí que las escrituras de hoy encierren un mensaje para nosotros que va más allá de nuestras preocupaciones por el futuro. Es un mensaje que nos invita a participar de la gracia de Dios y a obrar en el mundo de forma tal que nuestras verdaderas intenciones, nuestra verdadera identidad sean reveladas. Vivir en la luz es algo maravilloso y liberador, pero requiere que dejemos que Dios tome control de nuestras vidas porque ya sea que lo admitamos o no, lo cierto es que todos tenemos aspectos en nuestra vida que nos gustaría mantener ocultos o, por lo menos, lo más alejado de la luz que podamos. Cosas que quizás preferimos dejar atrás, o que no tenemos valor de lidiar con ellas o que deseamos que ni siquiera Dios mismo las sepa.
A medida que nos acercamos a la historia de la crucifixión de Jesús, reflexionemos en aquellos aspectos de nuestra vida que aún permanecen en la oscuridad. Reflexionemos intencionalmente sobre las cosas que preferimos ocultar a la luz de Dios. ¿Qué cosas en el trabajo, en nuestros hogares, en nuestras relaciones continúan en la sombra? ¿Qué es aquello que hacemos cuando nadie nos está mirando que nos mantiene en necesidad desesperada de recibir la gracia y el amor y para que en el domingo de Pascuas podamos celebrarlo como personas que viven en la plenitud de la luz?
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