Propio 5 (B) – 2012
June 11, 2012
Somos inteligentes y libres.
Como bien sabemos nuestra iglesia sostiene que son tres los elementos que alimentan nuestra fe: las Sagradas Escrituras, la tradición de la Iglesia – es decir, la profesión de fe y la práctica sacramental de la Iglesia-, finalmente, la razón – nuestra habilidad no tan sólo de pensar sino también de libremente someternos a la voluntad de Dios. Entonces los tres elementos son: la Biblia, la tradición y la razón.
Entendamos bien lo que estos tres elementos significan en el contexto de nuestra historia de fe y nuestra relación personal con Dios. Cuando decimos que las Sagradas Escrituras alimentan nuestra fe, queremos decir que contienen todo aquello que es necesario para el conocimiento de Dios y para alcanzar la salvación. Así pues, nuestra vida cristiana debe centrarse en la Palabra de Dios contenida en la Biblia. La Biblia es fuente de sabiduría para la vida. Por eso, un cristiano que no conoce la Biblia no es un cristiano completo puesto que está perdiendo una fuente muy rica de sabiduría divina. Conocer la Biblia significa entender cómo el ser humano ha interpretado e identificado la presencia de Dios en la historia de la humanidad, la cual es nuestra misma historia de salvación. Efectivamente, la historia de la salvación y la historia de la humanidad son la misma historia; solamente que la historia humana es contada a través de la descripción de hechos, mientras que la historia de la salvación es ver esos hechos con los ojos de la fe para discernir la presencia de Dios en esos mismos hechos. Así es, Dios camina con nosotros en la historia y parte de nuestra labor es identificar su presencia. Saber leer la Biblia es educar nuestra mente y nuestro corazón en el espíritu de Dios para reconocer su presencia en el mundo.
Vayamos al segundo elemento que alimenta nuestra fe, la tradición de la Iglesia. Cuando decimos que la tradición alimenta nuestra fe, nos referimos al hecho de que la Iglesia desde su creación mantiene afirmaciones de fe -como los credos-, prácticas espirituales – como los sacramentos-, y principios de vida – como la organización y disciplina de la iglesia- que certifican a la Iglesia como la comunidad de la Nueva Alianza con Dios. La tradición, pues, contiene los valores centrales que la comunidad de creyentes ha atesorado a través de los siglos y hoy continúan teniendo sentido. Solamente para dar un ejemplo a este respecto, es parte de nuestra tradición cristiana el mantener la certeza de que el pan y el vino consagrados durante la Eucaristía se transforman el cuerpo y la sangre de Jesús. Este es el centro de la celebración eucarística. Muchos pensadores de la Iglesia – o teólogos- nos han interpretado este hecho de muchas y varias formas; sin embargo, lo dicho por ellos no es más que un entendimiento de un hecho divino. De alguna manera, yo puedo discordar con lo dicho por estos pensadores y todavía mantenerme dentro de la Tradición de la Iglesia; no tengo que creer en ellos para mantenerme dentro de la Iglesia. Pero si dejo de creer en la transformación del pan y del vino como, los cuales se convierten en presencia real de Cristo, entonces sí estoy rompiendo con la Tradición de la Iglesia y me estoy alejando de ella. La importancia de la Tradición es salvaguardar aquello que nosotros creemos, compartimos y celebramos como Iglesia.
Finalmente, cuando hablamos de la razón como fuente de alimento y fortalecimiento para nuestra fe, destacamos el hecho de que el Espíritu Santo nos inspira a todos en la en la vida. La razón, en este sentido, nos indica que una fe verdadera es aquella que se convierte en una fe madura, adulta y con convicción. Dios me ha dado el uso de la razón para saber escoger aquello que es digno, integro y oportuno a nuestro ser cristiano. Esto es ser inteligente y querer hacer las cosas con inteligencia. Pongamos esto en el contexto de la condición humana; Dios nos hizo inteligentes y libres de forma tal que cada uno de nosotros podamos aprender a tomar decisiones justas en la vida.
El título de esta reflexión es: “Somos inteligentes y somos libres”, y es aquí donde aplicaremos lo que hemos venido reflexionando. La primera lectura, tomada del libro del Génesis, hace referencia a la historia de la creación de la humanidad. En conformidad con esta historia, Dios creó a Adán y Eva y los colocó en un jardín muy especial, el Jardín del Edén. En acuerdo con lo dictado por Dios, Adán y Eva podían comer de todos los frutos de la tierra, pero debían abstenerse de comer del fruto de un árbol colocado en el centro del jardín. La Biblia nos describe el hecho con las siguientes palabras: “El Señor Dios mandó al hombre: Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas; porque el día en que comas de él, quedarás sujeto a la muerte”. Con el tiempo la serpiente – calificado como el animal más astuto- se le acercó a Eva y la indujo a comer del árbol prohibido diciéndole, “… cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal”. La historia de la Biblia es la continuación de este hecho y la conclusión que termina con la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén.
En la interpretación cristiana de esta historia, nosotros consideramos que Adán y Eva fueron culpables por haber desobedecido a Dios al comer del fruto prohibido. La tradición judía, sin embargo, interpreta estos hechos de forma diferente. Ellos dicen que el error de los primeros seres humanos no fue el comer del fruto prohibido. De hecho, piensan que fue Dios el culpable por tentar la debilidad humana; piensan que si una mamá deja la jarra con galletas en medio de la cocina en el suelo y les dice a sus hijos, “ustedes no deben comer de estas galletas”, si los niños comen de las galletas la culpable debe ser la mamá, no los menores. Ahora los pensadores judíos van más allá cuando dicen, el acto más grave no fue el desobedecer a Dios, sino el intentar esconderse de él. Creo que esta interpretación de la Biblia tiene mucho sentido especialmente cuando se trata de evitar la responsabilidad por los errores cometidos en la vida. Según los pensadores judíos, desde ese día los seres humanos hemos estado intentando escondernos de Dios. Dios se hace presente, y nosotros corremos pensando que podemos escapar de su presencia. Como les decía hace un momento, Dios nos hizo inteligentes y libres, de forma tal que cada uno de nosotros pueda aprender a tomar decisiones justas en la vida”.
Conforme a todo lo dicho, cuando la Iglesia nos dice que la fe es alimentada por la Biblia, la Tradición y la razón, nos está invitando a crecer como personas y cristianos auténticos e íntegros. Estos tres elementos nos ayudan a discernir los eventos de la vida, a fortalecer nuestra esperanza y enriquecer nuestra práctica de la justicia y el amor. Lo que tenemos y hacemos en la Iglesia no es el fruto de la casualidad, sino la obra de muchos cristianos que han intentado mantenerse fieles a Dios. Si la familia de Jesús y los conocedores de su tiempo no pudieron ver la obra de Dios en él es muy posible que tampoco nosotros podamos reconocer su presencia mientras caminamos en esta vida. Abrir los ojos, pues, significa querer ver y lo que descubriremos es que verdaderamente Dios nos hizo inteligentes y libres. Que el Señor nos bendiga en todo aquello que realizamos con autenticidad e integridad en la vida.
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