Propio 8 (B) – 2012
July 02, 2012
Todas las enseñanzas de la Palabra de Dios para este domingo se centran en la generosidad del amor de Dios, que nos crea para salvarnos y liberarnos aunque se dice que el ser humano de nuestros días está muy enfermo. Sufre de una terrible enfermedad, provocada por la falta de voluntad, que lo hace incapaz de tomar decisiones personales para conseguir su transformación, sin embargo, Dios viene en nuestra ayuda, nos regala el don de la fe y la confianza para que sigamos animados.
La primera lectura del libro de la Sabiduría nos confirma esta esperanza: “Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera” (Sabiduría 1:13-14). El autor de la Sabiduría relaciona la inmortalidad al hecho de que hemos sido creados a imagen de Dios. Por eso añade: “Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza” (Sabiduría 2: 23).
La imagen de Dios no deformada por el pecado, permanece en nosotros como germen de inmortalidad. Cada uno de nosotros somos imagen sagrada donde se refleja y se localiza la presencia de Dios. Cada uno somos una creación artística de su amor. Un proyecto que se va realizando, una historia personal que hemos de aprender a leer en clave de salvación.
Dios nos ama y quiere la vida de todas sus criaturas. Vida significa libertad, crecimiento, sentido, armonía, felicidad, fuerza. No acepta la injusticia, la opresión, la tristeza; la sufre con sus hijos, a su lado. Más aún que nosotros mismos, porque sabe cuánto contradice a su proyecto creador.
El dolor impotente de la muerte crece en la humanidad, pueblos y familias sufren miserias increíbles. Dios va muriendo en esos pueblos crucificados, en la larga pasión de su Hijo en el mundo, en sus hermanos abandonados, oprimidos, heridos, hambrientos.
Si conocemos el amor que Jesús, el Hijo, nos reveló, descubriremos a Dios sufriendo con los que sufren, un Dios que lucha poderosamente para salvar y hacer vivir en plenitud. De todos modos, se trata de nivelar. Es decir, dejar atrás el egoísmo y poner en función el amor y la generosidad. De esto nos habla hoy Pablo en su segunda carta a los corintios.
Destaca la generosidad de esta comunidad a la que le tocó predicar el mensaje de Dios. Había tomado la responsabilidad de ayudar a la comunidad de Jerusalén que pasaba por estrecheces económicas. Para ello tuvo que hacer, como han hecho y hacen muchos hombres y mujeres de la Iglesia, pedir.
Se dirige a lo más profundo de la fe, al hecho del vaciamiento de Cristo, diciendo: “Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para que nosotros con nuestra pobreza nos hagamos ricos” (2 Corintios 8: 9).
Se trata de compartir nuestros bienes como símbolo de nuestra propia comunicación con los demás. De la misma forma que Cristo nos ha comunicado de lo suyo cuando ha asumido nuestra condición humana.
Pero todo ello de un modo realista. No que unos pasen necesidad por dar con abundancia a otros, como dice el texto: “Se trata más bien de que haya igualdad. Ahora ustedes tienen lo que a ellos les falta; en otra ocasión ellos tendrán lo que les falte a ustedes” (2 Corintios 8:13-14). Es decir, que haya nivelación, justicia, generosidad y sentido común.
Así llegamos al evangelio de hoy y aparece un elemento que continuamente nos persigue y que debemos vencer. Se trata de la duda que nos frena, nos desorienta, y consigue infundirnos el miedo acabando por matar lo mejor de nosotros. El miedo estará siempre en nuestra mochila, si nos atrevemos a peregrinar, como Abrahán, tras el Dios de la promesa.
Esta dificultad es común en todo ser humano a la hora de decidirnos a trabajar en el plan de Dios. La otra dificultad está dentro de nosotros mismos. Cada uno tendemos a formarnos una idea de Dios que responda a la imagen que de él llevamos impresa en el fondo de nuestro ser, pero desde las heridas y manchas que han alcanzado esta profundidad.
El peligro está en pretender justificarlas, cuando en realidad Dios quiere sanarlas. De manera, que para acceder a Dios tenemos que destruir nuestra imagen preconcebida y abrirnos a la novedad eterna de su salvación.
En este pasaje evangélico, estas actitudes profundas se expresan por la muerte, imposible de ser vencida por el ser humano, y también por la ley que no permitía ninguna persona con hemorragia tocar ni ser tocada por nadie.
Jesús liberador supera ambas dificultades y manifiesta así cómo es la salvación de Dios. Como decía la primera lectura: “Todo lo creó para que subsistiera el amigo de la vida” (Sabiduría 1:14). Precisamente una de las intenciones de la enseñanza del evangelista sobre el reino de Dios que Jesús proclama e inaugura es mostrar que es un reino de vida.
Así lo afirma cuando dice: “La niña estaba muerta y la otra mujer padecía flujo de sangre desde hacía doce años” (Marcos 5:25). Para alcanzar esta manifestación del reino hace falta la fe por eso, añade Jesús: “Basta que tengas fe”. La fe hizo de Abrahán un justo y amigo de Dios. La fe del jefe de la sinagoga le puso en camino al lado de Jesús, en dirección hacia la vida nueva. La misma fe estiró el brazo de la mujer con la hemorragia hasta tocar el manto de Jesús por detrás, para que nadie, ni la ley, se enterase.
El proyecto de Dios es que podamos vivir y realizarnos. A la niña le regaló la vida, pero con el esfuerzo y la fe del padre. Esto motivó a toda la familia ponerse en camino. En este grito de Jesús: “¡Levántate!” (Marcos 5: 41), resuena hoy para la comunidad que celebra su nueva vida en él, una exigencia de fe comprometida y coherente.
Vivimos en un mundo donde se duerme y se muere bajo las apariencias del progreso y bienestar, pero en realidad, todo esto es fruto de la inconsciencia y el egoísmo avaro.
En las tres lecturas de hoy, hay un mensaje de vida. Dios la quiere abundante para todas sus criaturas.
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