Propio 11 (B) – 2012
July 23, 2012
Hermanos y hermanas, la palabra de Dios que escuchamos este domingo tiene muchas enseñanzas que, llevándolas a la práctica, seguramente pueden hacer de nosotros personas completamente nuevas si en verdad nos esforzamos por hacer a un lado nuestros egoísmos y nuestra indiferencia respecto a los demás. Abramos nuestro corazón y nuestra mente y digámosle al Señor, “cuenta conmigo”, “quiero comprometerme con tu plan”, “no quiero más ser un ‘convidado de piedra’ en el desarrollo de tu proyecto salvador en cual todos estamos invitados a participar”. Pidamos al Espíritu Santo luz, fortaleza, sabiduría, bondad y mucho amor para hacer de cada actitud nuestra un testimonio de fe y compromiso con los demás.
En primer lugar, nos interpela hoy la palabra desde el mensaje que Dios envía a su pueblo a través del profeta Jeremías. “Ay de los pastores que dispersan y extravían las ovejas de mi rebaño… ustedes dispersaron a mis ovejas, las expulsaron, no se ocuparon de ellas…” (Jeremías 23: 1,2). Si bien, estas palabras al parecer van dirigidas concretamente a los reyes de Israel y los guías religiosos del templo, podemos convertirlas hoy en motivo para examinar nuestras actitudes y compromiso con nosotros mismos, con los demás y con la creación.
Es que a partir del proyecto de Jesús, tal como él lo vivió y tal como lo debemos vivir sus seguidores, llegamos a la convicción de que todos somos responsables de todos y de todo; por eso, al preguntarnos cuál es mi compromiso conmigo mismo, con mi crecimiento espiritual, con la madurez de mi fe, cuál mi compromiso con las personas que me rodean, debo también preguntarme cuál es mi compromiso con la preservación, respeto y defensa del medio en donde vivo y, en general de la creación. No hay que olvidar que cada uno somos ovejas del rebaño, pero al mismo tiempo, somos pastores de nuestros semejantes y administradores de los bienes creados.
En la misma línea de la primera lectura, vemos en el evangelio una imagen que concuerda exactamente con la que describe el profeta Jeremías: una gran cantidad de ovejas que no tienen pastor y las cuales enternecen profundamente el alma de Jesús. Acabamos de escuchar que al desembarcar Jesús, lo esperaba una gran multitud ansiosa de verle y escucharle; en efecto, Jesús al ver el gentío sintió lástima porque eran como ovejas sin pastor y, agrega el evangelio, “empezó a enseñarles muchas cosas”.
Jesús conoce y sabe que el hombre y la mujer de todos los tiempos, son seres de necesidades; todos somos seres necesitados y, en cierto modo, desvalidos. Demos una mirada general a la naturaleza: todas las criaturas que acaban de nacer buscan instintivamente a su madre, su regazo, su seno para alimentarse; el niño acabado de nacer tiene que ser buscado por su madre, ella le tiene que cargar en brazos y ponerlo con sus propias manos en su seno; de lo contrario, el niño moriría. Así podríamos continuar alargando el paralelo que nos iguala en cierto a los animales, pero que a veces parece que nos pone por debajo de ellos. Somos desvalidos, necesitados desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte.
Sin embargo, nuestras necesidades, no son todas del orden material y eso lo tiene muy claro también Jesús. La reacción del Maestro ante el gentío que lo espera es “enseñarles muchas cosas”. Miremos que el evangelista no nos dice que empezó a “darles” cosas, sino a enseñarles… Es que nosotros tenemos que aprender que las necesidades humanas pueden muy bien suplirse si de verdad enseñáramos a nuestros semejantes las maneras de resolverlas. Dice la sabiduría popular china que no hay que dar el pescado, hay que enseñar a pescar. El evangelista no nos cuenta exactamente qué fue lo que Jesús enseñó ese día; pero con toda seguridad el tema de su enseñanza no pudo ser otro que el reino o reinado de Dios. Esa era su pasión, su obsesión; a ella dedicó todo su ministerio público y por esa pasión entregó su propia vida.
Pero veamos cuáles son las características específicas de la enseñanza de Jesús: en primer lugar es una enseñanza abiertamente liberadora; para nada “ortodoxa”, si entendemos por “ortodoxia” la fidelidad a la tradición doctrinal, en este caso, de la religión israelita. Con el argumento de una pretendida ortodoxia, las autoridades religiosas de aquel entonces, habían descuidado la parte fundamental de la enseñanza que es llegar a la puesta en práctica de lo que se aprende. Por siglos la enseñanza se centró en memorizar preceptos y normas, pero no se ensayó a poner en práctica lo que se sabía teóricamente. Si queremos ver el efecto real y verdadero que produce la enseñanza liberadora de Jesús, sólo tenemos que leer el episodio que sigue a estos primeros versículos que escuchamos hoy: la multiplicación de los panes. Miremos bien que en el fondo, la secuencia narrativa une la enseñanza con la práctica.
La segunda característica de la enseñanza de Jesús es pues, la unión necesaria entre la teoría y la práctica. Muy poco sirve una enseñanza que se queda sólo en la teoría. Esa ha sido en muchos aspectos la problemática más notoria de casi todas las religiones: mucha doctrina, muchos preceptos, quizás muchos ritos, pero muy poca praxis. En Jesús, la enseñanza va directo al corazón, entra como espada de doble filo y remueve lo más profundo de la conciencia de sus oyentes. De nuevo, esta idea podemos confirmarla con el mismo pasaje de la multiplicación de los panes y los peces. Pensemos cuál pudo haber sido la calidad de la enseñanza del Maestro para lograr que cinco panes y dos peces sirvieran para alimentar a una multitud. Hagamos a un lado la idea del “milagro” tal como nos acostumbraron a entender este pasaje. Sigamos pensando más bien en la calidad de aquella enseñanza que pudo romper las conciencias egoístas y las indujo a la generosidad y al compartir. Con base en esto, pensemos cuál es la calidad de nuestra enseñanza: ¿induce al oyente a cambiar su conciencia? ¿Incita a la verdadera praxis? ¿Es liberadora o sencillamente es conservadora en el sentido de mantener lo de siempre…?
Podríamos seguir agregando más y más características a la enseñanza de Jesús; sin embargo, señalemos al menos una más: la enseñanza de Jesús es sanadora. Tanto la sanación como la unión entre la doctrina y la práctica son, en efecto, la consecuencia lógica después de un movimiento liberador en nuestro interior. El evangelista describe esa sanación con las imágenes de los enfermos que llevan ante Jesús para que los sane.
Nos dice el evangelio que de muchas ciudades traían a los enfermos en sus camillas… La camilla es símbolo de postración, de desvalimiento, de dependencia. Pues bien, la enseñanza de Jesús tiene el poder de transformar tanto a la persona hasta llevarla a dejar la camilla, es decir, levantarse de su postración para empezar a valerse por sí mismo. El pueblo, estaba tan sometido, tan subyugado desde todo punto de vista, que en todo se asemejaba al enfermo postrado en su camilla. El mensaje de Jesús levanta y pone en camino, libera y sana.
Con la mano en el corazón, comprometámonos de verdad en trabajar más para lograr que nuestra enseñanza se asemeje cada día más a la enseñanza de Jesús. No pensemos que esta es cuestión exclusiva de sacerdotes, catequistas o líderes religiosos. Ya vimos cómo el mensaje de Jesús va dirigido a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos; nadie está excluido de la tarea de expandir y hacer posible el reino de Dios aquí y ahora. Y el reino de Dios es posible sólo si todos, sin excepción de nadie, desde lo que somos y tenemos, nos empeñamos de verdad en transmitir a quienes nos rodean las semillas y valores del reino buscando que esa transmisión y enseñanza logre las mismas características de la enseñanza de Jesús: liberadora, activa y sanadora.
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