Epifanía 3 (B) – 2012
January 23, 2012
Después de haber leído y reflexionado sobre el mensaje de las lecturas del hoy nos damos cuenta que se requiere un cambio de situación. Ese cambio urgente y necesario se inicia en la mente y el corazón de cada uno de nosotros.
En la primera lectura nos encontramos con la espiritualidad del libro de Jonás. Más que un relato histórico, es una enseñanza sobre la misericordia de Dios, que perdona a todos, incluso a los malos, con tal que se conviertan.
Jonás es uno de los profetas llamados menores. Un par de páginas ocupa en la Biblia. Se rebela contra Dios, y, en plan de huída se embarca hacia Tarsis. Contra su voluntad, es enviado por Dios a predicar a Nínive, la gran ciudad, “tres días hacían falta según la Biblia para atravesarla” (Jonás 3:3). Nínive era una ciudad corrupta y ajena a Dios.
El profeta no se anda con rodeos y les lanza un pregón apocalíptico: “Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada” (Jonás 3:4). Contra pronóstico los ninivitas creen en Dios y decretan ayuno y penitencia para grandes y pequeños, hombres, mujeres y animales. Como resultado Dios tiene misericordia y les retira la amenaza de destrucción y muerte.
En lo profundo de la personalidad de Jonás se produce un cambio, pues esperaba que Dios le cobrara caro a Nínive su desobediencia pero Dios es misericordioso y obra siempre la justicia y el derecho. Es interesante conocer esta enseñanza del libro de Jonás y hacernos protagonistas de esta historia en medio de nuestras ciudades llevando el evangelio.
Nínive puede representar muy bien a nuestro mundo eminentemente urbano e industrial, aparentemente alejado de Dios y de toda institución religiosa. Dios, sin embargo, apremia al profeta para que recorra sus calles predicando la conversión.
De igual manera, Jonás puede representar para nosotros el evangelizador de nuestros días. Dios sigue motivándonos, dándonos profetas y evangelizadores, aunque la tarea nos parezca difícil y hasta imposible de realizar.
Así en la segunda lectura, el apóstol Pablo dirigiéndose a los corintios, en un lenguaje con resonancias apocalípticas, nos dice: “Esto digo yo, hermanos: el tiempo se hace corto” (1Corintios 7:29). El momento es apremiante, señala el apóstol Pablo porque la representación de este mundo se termina. Y en el evangelio Jesús insiste en que se ha cumplido el plazo y está cerca el reino de Dios.
Prescindiendo del sentido escatológico que puedan tener las palabras de Pablo, y de la actualidad justísima de las palabras de Jesús, ya que con su presencia tiene lugar la plena irrupción del reino de Dios, también nuestro tiempo es apremiante con relación a la hora de Dios.
Estamos viviendo momentos de tensión a nivel mundial, pero esto no significa ni es el fin del mundo. Por una parte, estamos viendo, cómo la niebla espesa de la incredulidad va cubriendo los valles de la humanidad y ocultando el rostro de Dios. Nuestra ciudad urbana, como Nínive, está llegando al tope de su resistencia.
Por otro lado, la crisis económica, la contaminación y degradación de la naturaleza, la violencia, la inseguridad ciudadana, las drogas y el SIDA, y sobre todo, la corrupción y falta de valores éticos están degradando la vida y poniendo al ser humano contra las cuerdas.
Más que una destrucción repentina y anuncio sobre el fin del mundo, lo que nos amenaza es una destrucción progresiva y lenta que nace del deterioro de las fuentes de la vida y de los valores morales.
Ante todo este panorama, hay motivos para pensar que también en nuestros días el momento es apremiante. La hora de Dios nos apremia como a Jonás en Nínive y a Jesús en sus días, a emprender el anuncio del mensaje de salvación.
En el evangelio de hoy Marcos nos relata, que después que tomaron preso a Juan el Bautista, Jesús vuelve a su provincia de Galilea. Fija su residencia en Cafarnaún, pues es allí donde viven los pescadores que forman el primer núcleo de sus discípulos.
Marcos señala que “Jesús vivía como allegado en la casa de Simón y Andrés, con Santiago y Juan” (Marcos 1:29). La primera predicación de Jesús es clara y contundente, decía: “El plazo está vencido, el reino de Dios se ha acercado. Tomen otro camino y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1:14-15).
Con esto Jesús llamaba a la reflexión y al cambio de vida y termina la larga espera del pueblo judío. No más espera porque ya está a la puerta el reinado de Dios. Dios ha llegado hasta nosotros en su Hijo para reconciliarnos. No nos trae más mandamientos, solo nos pide que le hagamos el favor de creer en sus palabras.
El centro del mensaje de Jesús es la Buena Noticia del reino de Dios. Pero, ¿qué es esto?, ¿cómo se puede resumir? Esa Buena Noticia es que Dios existe y es nuestro Padre, siempre dispuesto a acogernos.
Esta Buena Noticia es también, que todos nosotros somos hijos de Dios y tenemos que amarnos como hermanos. Este mensaje se hace presencia y encarnación en la persona de Jesús.
Otro detalle que aparece en la segunda parte del breve evangelio de hoy es la llamada de Jesús a sus primeros colaboradores. Marcos señala que mientras Jesús caminaba a orillas del lago de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red al agua. Los invitó a seguirle, ellos lo siguieron dejándolo todo y se convirtieron en sus colaboradores.
También nosotros estamos llamados por nuestro pacto bautismal a optar por el reino y colaborar para implantarlo en el mundo. Somos los nuevos pescadores del reino. El mundo que los hombres y mujeres necesitamos, el que nos hace falta, el que nos hará felices es el reino que Dios nos propone.
La justicia y la paz son el primer nivel a todos accesible, a todos requerido. Solo Dios puede darnos en profundad y plenitud lo que esperamos. Pero mientras esa plenitud llega, nos toca hacerla presente aquí y ahora, en nuestro mundo de hoy.
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