La Anunciación del Señor – 2014
March 25, 2014
Celebramos hoy la solemnidad de la Anunciación del Señor, una festividad que, celebrada dentro del ambiente de la cuaresma que estamos viviendo, nos hace recordar cómo los planes de Dios se van llevando a cabo siempre dentro de una constante comunión con sus criaturas.
La primera lectura de hoy, un breve pasaje del profeta Isaías, nos habla de una joven que está encinta y que dará a luz a un niño que será llamado Emmanuel. Las circunstancias históricas de este pasaje, allá por el siglo VIII a.C., tuvo como marco o motivación específica, animar la fe y la esperanza del pueblo. El rey Acaz se debatía entre el temor y la incertidumbre pues su reino, el reino del sur, se hallaba ante la inminente invasión y destrucción a manos de los asirios. El profeta convierte en signo esperanzador el cercano nacimiento de un bebé posiblemente de una de las mujeres del rey. Ese nacimiento será vida para el pueblo y garantía de que Dios mantiene su presencia todavía en Israel.
La posterior traducción al griego de estos textos, en una época bastante cercana ya al Nuevo Testamento, le dio a estas palabras de Isaías un acento mesiánico; ya no se trataba del anuncio del nacimiento de un hijo del rey, ya no había reyes en Israel, sino el nacimiento del Mesías. Y ya para la época del cristianismo primitivo, este mismo pasaje es cristianizado por la comunidad o comunidades catequizadas por Mateo; efectivamente es Mateo (1:23) quien concretamente cita a Isaías 7:14 para demostrar a los primeros cristianos cómo el origen de Jesús había sido ya anunciado por los profetas y que en Jesús, ese anuncio se había cumplido ya.
De todos modos, lo importante para nosotros es que seamos cada día más conscientes de que hay un Dios con nosotros; que a pesar de nuestros desvíos y a pesar de que muchas veces nos alejamos de Dios, él siempre está con nosotros y que a través de lo más simple y sencillo él se acerca a nosotros para caminar a nuestro lado.
Por su parte, el evangelio de hoy nos narra aquél hermoso pasaje del anuncio a María de que ha sido elegida para ser la madre del Mesías. Es importante tener en cuenta que Lucas es el único evangelista que nos narra este relato. Ninguno de los otros tres evangelistas se ocupa de este detalle. ¿De dónde obtuvo Lucas esta información y por qué los otros evangelistas no la tuvieron en cuenta? Una interesante pregunta que, por supuesto, no vamos a resolver acá, pero que se puede discutir en el grupo bíblico ayudados con buenos comentarios y estudios sobre los evangelios sinópticos.
Inmediatamente después del anuncio del nacimiento de Juan, Lucas continúa con el anuncio del nacimiento de Jesús. Primero que todo hay que decir que para Lucas, Jesús no “será” el Mesías, la promesa de Dios hecha realidad o el hijo del Altísimo, para Lucas Jesús ya “es” todo eso ya que el evangelista escribe su evangelio mucho tiempo después de “estos acontecimientos” (1,1-4), se llega a hablar de un cristiano de la tercera generación. Esto por qué, porque dada la convicción de fe de Lucas, él se esfuerza por narrar un origen nada común para el gran personaje de su obra, Jesús. Pero tampoco se queda Lucas en lo ficticio y extraordinario; todo lo contrario: en primer lugar para él es muy importante establecer unas coordenadas histórico-temporales: ya había dicho que se trataba del tiempo del rey Herodes (1:5) y que lo que ahora viene sucedió a los seis meses de la concepción de Isabel (1:26), y una coordenada espacial: Nazaret, no el lugar más importante para el judaísmo centralista de Jerusalén, allí donde ha tenido lugar el último acontecimiento narrado por el mismo evangelista: el anuncio del nacimiento de Juan, sino Nazaret, de la región de Galilea, “Galilea de los gentiles…” (Isaías 9:1), el otro polo absolutamente contrario y distinto al centro; esa es la coordenada espacial que ha elegido Dios para su encarnación y que Lucas tiene especial cuidado en advertirlo en su hilo narrativo.
Vienen luego los personajes: a diferencia de Isabel, María es una muchacha joven en edad de casarse, incluso está ya comprometida con José; está en un período jurídico conocido como el desposorio; los padres de María y de José ya han arreglado todo para que sus hijos sean marido y mujer, pero por ahora cada uno vive en su casa, guardándose, eso sí, mutua fidelidad; he ahí el porqué de la preocupación de María, “¿cómo será eso si yo no he estado con ningún varón?”. Y otro elemento que Lucas subraya para decir de una vez que después de Jesús no hay que esperar a ningún otro mesías, es su conexión con la línea davídica: primero porque José, el futuro padre de Jesús, pertenece a la descendencia de David, y segundo, porque “Dios le dará el trono de David y su reino no tendrá fin” (vv. 32-33), con lo cual hay una promesa del Antiguo Testamento que empieza a cumplirse: la promesa hecha a David por medio de Natán (cf. 2Sa 7,1:17).
Jesús será llamado “hijo del Altísimo”, será grande… (v. 32) y llevará el título de “hijo de Dios” (v. 35); pero no está destinado desde su nacimiento al estilo de vida que se anuncia para Juan: “no beberá vino ni licor…” (1:15). Como ya lo dijimos, Lucas escribe este relato tiempo después de que sucediera todo lo concerniente a Jesús y, por tanto, ya sabe cuál fue el estilo de vida de Jesús: no vivió en el desierto, no adoptó aquella manera especial de vestirse y alimentarse como Juan… ¡fue tan igual a todo el mundo!
En estas coordenadas temporales, espaciales, antropológicas y culturales, enmarca pues Lucas el origen de Jesús y lo describe (su origen) desde el momento mismo en que María recibe la visita de Dios por medio de su ángel. En este relato hay dos protagonistas, María y la Palabra. María símbolo de una porción de humanidad que, pese a las situaciones históricas de marginación, rechazo y abandono por parte de la oficialidad socio-religiosa, confía y espera y está abierta al querer divino; la Palabra, Dios, que se pronuncia pero no en el “centro” institucional donde todo parece que está dicho y decidido, porque viéndolo bien, Dios mismo ve que allí no hay cabida para él; la Palabra que crea, que transforma, que da seguridad y que sin violentar la libertad del creyente, induce a una adhesión y aceptación gozosa de la voluntad divina tal como la de María “hágase según esa Palabra” (v. 38).
Volver a meditar hoy este pasaje de san Lucas, volver a contemplar a María como símbolo de quien cree y espera, es para nosotros la gran oportunidad de renovar nuestra fe y nuestra confianza en Dios; así como ella, saber escuchar, saber responder y, sobre todo, saber comprometernos en la obra de Dios.
Las intervenciones de Dios, como dijimos al principio, siempre están conectadas con nuestra naturaleza humana; es decir, a Dios le gusta tener en cuenta a sus criaturas para realizar su obra. Nosotros, muchas veces rogamos a Dios, le imploramos que haga esto o aquello por nosotros, por alguna persona o por alguna comunidad; pero casi nunca le decimos “cuenta conmigo”, “cuenta con nosotros” para esta o para aquella tarea. Escuchar de nuevo hoy la respuesta de María, nos debe hacer sentir dichosos, alegres, porque igual que en ella y con ella, Dios quiere contar con nosotros para la realización de su plan de vida en el mundo.
Demos gracias a Dios por habernos dado en María, más que una madre, un auténtico ejemplo de ser humano, creyente, confiado y abierto a la Palabra de la Vida.
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