Sermones que Iluminan

Día de la Ascensión – 2017

May 25, 2017

Nuestra sociedad nos muestra, día tras día, que lo más importante y mejor viene de arriba y nos acostumbramos a vivir en un mundo en el que arriba es mejor que abajo. Nuestras luchas diarias están muchas veces ligadas a esta gran necesidad de subir en status, subir, subir…

Los cantantes quieren estar en la cima de las listas, los atletas quieren estar en la cima de su juego, y los estudiantes quieren ocupar los primeros puestos de su clase. Todo el mundo preferiría tener un día más que un día abajo. Cuando el mercado de valores sube, celebramos, pero hay desesperación cuando se cae. Nadie quiere estar al final de la lista de otra persona.

Trabajamos para subir, no para bajar en nuestra vida profesional. Escuchamos y leemos acerca de los alpinistas que logran llegar a la cima, pero no se dice ni se escribe mucho acerca de los que no llegan. Estamos rodeados de incentivos en nuestra sociedad que nos impulsan a escalar, a subir, a luchar por ser siempre los primeros, no importando a quién dejamos atrás.

La realidad es que la mayoría de nosotros queremos vivir sabiendo que hemos logrado nuestras metas y que tenemos otras más que lograr. Queremos liberarnos de todo lo que nos detiene. Es parte de nuestra naturaleza. Algo dentro de nosotros sabe que somos más que criaturas terrestres. El problema es que hemos distorsionado lo que significan la ascensión y la vida ascendida.

Olvidamos, o quizás negamos, que la ascensión de Cristo sitúa a la humanidad junto a Dios, y nos conformamos o buscamos la distorsión que afirma que nosotros mismos podamos ascender. Pensamos que podemos ascender por nuestros propios medios individuales y que nada ni nadie nos ayuda a hacerlo.

Esa distorsión ha invadido nuestra teología y entendimiento de Dios. En esta visión distorsionada, Dios, el cielo y la santidad están allá arriba en algún lugar mientras estamos atrapados aquí abajo. Así que pasamos nuestro tiempo saltando como niños pequeños pensando que si saltamos lo suficientemente fuerte, lo suficientemente alto, o lo suficientemente rápido podremos tocar la luna. Esto se vive de muchas maneras y casi siempre implica la comparación, la competencia y el juicio de algún tipo. Nos comparamos a nosotros mismos y a nuestras vidas con otras personas y sus vidas. Competimos entre nosotros creyendo que, para nosotros ascender, el otro tiene que descender o al menos no saltar tan alto como nosotros. Siempre estamos juzgándonos a nosotros mismos y a los demás. Llenamos nuestras vidas con ocupaciones con la esperanza de subir a nuevas alturas. Una vida de ascensión personal nos mantiene siempre en busca de la próxima cosa que debemos alcanzar y nos mantiene en la pregunta, ¿es esto lo último o hay algo más?

Nuestros intentos de ascensión personal fragmentan nuestro mundo y nuestras vidas. Separan a la criatura del creador. Destruyen las relaciones y la intimidad. En última instancia, se convierten en la fuerza de gravedad que nos niega la vida ascendida que estamos buscando, una vida que, en realidad, ya es nuestra. La ascensión de Jesús remodela nuestra comprensión desfigurada de una vida ascendida. Su ascensión es el correctivo y el antídoto para la fragmentación y separación que la ascensión personal nos trae. Su ascensión es la única que es auténtica y vivificante. A través de él también nosotros podemos vivir vidas ascendidas.

La ascensión de Jesús no se trata de su ausencia, sino de su presencia. No se trata de su partida sino de la plenitud de aquel que llena todo en todos. No se trata de un lugar, sino de una relación. La presencia, plenitud y relación debe ser seguramente lo que se esconde detrás de la pregunta de los hombres de blanco: ¿Por qué estás mirando hacia el cielo? Es como si nos estuvieran diciendo: No malinterpreten y desfiguren este momento. No se nieguen el don que se les está dando en estos momentos.

La ascensión de Jesús completa la resurrección. La resurrección es victoria sobre la muerte. Sin embargo, la ascensión lleva a la humanidad al cielo y nos recuerda lo que una vez se nos dijo en el bautismo: somos propiedad de Cristo para siempre. La ascensión de Jesús asienta la carne humana, tu carne y mi carne, a la diestra de Dios el Padre. Ahora participamos de la gloria y divinidad de Dios. Ya nos somos esclavos, sino hijos.

La ascensión se trata más del dejar ir, de desprenderse. No se trata tanto de lo que podemos alcanzar o atrapar. La pregunta para nosotros no es, “¿Cómo ascendemos?” Eso ya se ha logrado. La pregunta es: “¿Qué nos tira hacia abajo?” ¿Qué necesitamos dejar ir? El miedo, la ira o el resentimiento a menudo nos pesan mucho y no nos permiten mover. La necesidad de tener la razón o de estar en control es una carga pesada. Para algunas personas, sentir que están en lo correcto, los celos, y el orgullo son su fuerza de gravedad. Muchos de nosotros estamos atrapados en las cadenas del perfeccionismo y la necesidad de demostrar que somos suficientes.

Para otros puede ser indiferencia o apatía. Demasiadas vidas están atadas por la adicción. La fuerza de gravedad toma muchas formas. Nos podemos preguntar, ¿cuál es la fuerza de gravedad en mi vida que niega la ascensión de Jesús?

La fuerza de gravedad que mantiene nuestros pies en la tierra no son las circunstancias de nuestras vidas. La fuerza de gravedad no está alrededor de nosotros, sino dentro de nosotros. Así que a medida que comenzamos a mirar nuestra vida e identificar los lugares donde hay más fuerza de gravedad, no nos tenemos que desesperar. Las mismas cosas que nos sostienen también señalan el camino hacia la ascensión. Nuestra participación en la ascensión de Jesús no comienza mirando hacia arriba, sino buscando la presencia del Cristo resucitado y el aliento de Dios que llevamos adentro. Busquemos hacia adentro en lo más profundo y así ascenderemos a una nueva realidad con Cristo y uno con el otro.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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