Propio 26 (A) – 2017
November 05, 2017
Lo único que Dios desea para todos nosotros y nosotras es nuestra felicidad liberándonos de todo tipo de esclavitud y de cadenas que no nos dejan ser y vivir como hijos e hijas de Dios. Esta maravillosa realidad la encontramos a lo largo de toda la liturgia de la palabra de este domingo.
En la primera lectura escuchamos la manera como Dios, en su omnipotencia, libera al pueblo de Israel de la esclavitud porque Dios, en ningún momento, quiere vernos sufrir. En la segunda lectura tenemos el ejemplo y el testimonio del apóstol Pablo, quien trató al pueblo de Tesalónica con un cariño sin medida, dispuesto a dar su vida por aquellas gentes, a las que amó y les dio la Palabra de Jesús, Palabra que ellos acogieron en sus corazones. Palabra viva por la acción del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios que obra en nuestros corazones para que lo conozcamos, lo amemos cada día más, y lo sigamos más de cerca como Él nos sigue de cerca.
La Palabra de Dios viva la acabamos de escuchar nuevamente. Su Palabra nos ofrece una respuesta para el aquí y el ahora en nuestras vidas. En ningún momento es un texto muerto. Es la Buena Noticia que nos habla de Cristo, de su vida y de sus obras; es la Buena Nueva de su persona, de su pasión, muerte y resurrección. Si dejamos que la Buena Nueva de Jesús entre en nuestro corazón, nos corresponde luchar para entenderla, aplicarla a nuestra vida, y hacer del mensaje de Jesús una sagrada prioridad. El mensaje de Jesús da esperanza aun cuando nos sentimos distanciados por nuestra propia falta de fe, indignados por la opresión que nos rodea y defraudados cuando las estructuras sociales no cumplen con nuestras expectativas.
Muchas personas hablan de estar indignados o indignadas. En el evangelio de hoy vemos cómo Jesús expresó su indignación con respecto a las actitudes y comportamientos de los fariseos y los maestros de la ley. Las palabras de Jesús nos advierten de la tentación de aparentar lo que no somos y cómo eso puede perjudicar a los demás hermanos y hermanas de la comunidad cristiana. La persona indignada es aquella que está muy enojada o disgustada por algo que considera injusto, ofensivo y perjudicial. Jesús está indignado porque ve a su alrededor falsas muestras de religiosidad que hacen difícil la vida a la gente con “fardos pesados e insoportables”, en vez de anunciar a un Dios que es Padre y Madre para todos y que busca relaciones fraternas entre sus hijos e hijas.
En el fondo, la Buena Noticia denuncia las apariencias: en lo exterior, en las formas, los títulos, los cargos y las rentas, para conseguir prestigio, distinción y puestos de privilegio. Jesús denuncia a los fariseos y a los maestros de la ley. Su mensaje es también una advertencia para todos y cada uno de nosotros quienes formamos la iglesia de hoy, la iglesia del 2017, para que no caigamos en los mismos comportamientos y actitudes. Este evangelio nos invita a hacer un serio examen de conciencia y a preguntarnos si cada uno de nosotros y nosotras, con nuestro comportamiento, somos la causa del escándalo o de la injusticia en la sociedad en la que nos movemos, vivimos y existimos.
La vida del verdadero cristiano gira siempre en torno al decir y al hacer. Ser discípulo o discípula de Jesucristo no implica ser perfecto, porque no lo podemos ser. No obstante, seguir a Jesús, ayudar a que otros también lo sigan y aspirar a ser el mejor cristiano o cristiana que podamos ser, nos compromete a ser genuinos, humildes, honestos en toda acción realizada ya sea en nuestro trabajo, nuestros estudios, con nuestra familia, en nuestra diversión y vida en comunidad.
Para toda persona de fe, la Palabra de Dios resuena en nuestras vidas y almas. Es preciso saber que a través de nuestros semejantes y de todos los signos de los tiempos, Dios sigue hablándonos. De allí la importancia urgente de escuchar y leer, meditar y vivir la Sagrada Escritura como lo que en verdad es, Palabra de Dios, y no pretender ser agente de Jesús cuando no vivimos la vida que Jesús espera de nosotros y nosotras. El pueblo de Tesalónica tomó esta enseñanza muy en serio según nos indica la carta de Pablo.
Una invitación que nos es de gran provecho es el detenernos a reflexionar sobre la invocación de Cristo con respecto a la existencia de un solo Padre y un solo Maestro para la unidad de todo ser humano. Hemos de tener presente que la autoridad divina es la de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo – ese es el camino que nos sigue mostrando nuestro hermano y maestro Jesús. Él les dice a sus discípulos que no imiten a los fariseos ni a los maestros de la ley, sino que, más bien, hagan lo contrario. Que sean genuinos en sus palabras y en sus acciones. Que no nos dejemos llamar maestros, ni jefes porque el gran maestro y el gran jefe es Dios.
Nuestra prioridad ha de ser servir al prójimo. Tenemos que estar atentos, vigilantes, ser humildes, sinceros y listos para luchar contra esa tendencia de juzgar con ligereza al prójimo. No somos mejor que otros, somos todos creados y creadas en la imagen de Dios y dignos de su amor.
Hermanos y hermanas, salgamos de esta Santa Eucaristía llenos de Jesucristo, que es Buena Noticia para todos, y “contagiemos” a los demás hermanos y hermanas con su mensaje liberador de amor y de vida.
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