Propio 8 (C) – 2013
June 30, 2013
“Para ser libres nos ha liberado Cristo” (Gálatas 5:1). Con esta afirmación radical, con que Pablo se dirige a la comunidad de los gálatas, quisiera que nos acercáramos a la Palabra de Dios, la cual exige desde la experiencia del discipulado total “libertad” para seguirle a aquel que permanentemente nos llama, pues “hemos sido llamados a la libertad” para “hacernos servidores los unos de los otros” (Gálatas 5:13), animados por el Espíritu que desata en nuestra vida el fruto del amor (Gálatas 5:22) que se concretiza por medio de acciones espirituales que afectan nuestra historia fecundándola de amor.
En el contexto de discipulado y libertad frente al mismo, Jesús inicia su subida hacia Jerusalén (Lucas 9:31) concluyendo su misión en su ascensión al cielo (Lucas 24:50-53). El evangelio invita a la toma de decisión: para Jesús es el tiempo del “cumplimiento” según el proyecto mesiánico fijado por el Padre. Nada ni nadie lo podrá detener. Para el discípulo es el momento de evaluar si se tienen las condiciones para ser discípulo, mirando las implicaciones de la opción y decidiendo libre y conscientemente su seguimiento, el cual implica asumir el destino de Jesús, que es la cruz.
Acerquémonos a la Palabra desde tres aspectos:
(1) La decisión de Jesús (Lucas 9:51)
Jesús ha terminado su ministerio en la región de Galilea al norte de su patria. Han llegado los días de su asunción, es decir, su destino doloroso se hace inminente. El ir a Jerusalén no se da por una decisión tomada a la ligera. Ya dos veces había anunciado la segunda parte de su programa misionero en los así llamados “anuncios de la pasión” (Lucas 9:22 y 9: 44-45). Jesús quiere cumplir el designio del Padre. Jesús sabe lo que le espera: “No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lucas13:33).
El evangelista presenta la decisión con la frase: “Se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén” (Lucas 9:51). Esta afirmación se da como consecuencia de su madurez espiritual que se traduce en su madurez humana, hasta el punto de asumir en libertad y con obediencia lo que su Padre le pedía. Jesús no le huye a la misión que el Padre le ha dado por difícil y humillante que ella misma sea. Su carácter le hace ser responsable con lo que el Padre ha colocado en su corazón, confiándole la salvación del género humano. Esta misma actitud se la va a pedir a los discípulos de todos los tiempos, quienes tendrán que dejar sus excusas para poder ser fieles a aquello que se les confía.
(2) El fracaso en Samaría (9: 52-56)
Existían dos rutas para llegar a Jerusalén desde Galilea. La primera de ellas era por la transjordania evitando pasar por Samaría. Era la ruta habitual de los judíos quienes preferían evitar el contacto con estos impuros. La segunda, que era la más directa, consistía en pasar por Samaría y tomar dirección hacia el sur. Esta fue la escogida por Jesús, donde el pretexto oculto fue incluir dentro del plan salvador de Dios a aquellos que por su infidelidad se habían excluido: los samaritanos.
La expresión “envió mensajeros delante de sí” (Lucas 9:52) indica que tiene intenciones misioneras. Sin embargo, “no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén” (Lucas 9: 53). Negar la hospitalidad a Jesús es signo claro de obstinación, pues se cierran a la acción de Dios en la persona de Jesús. Así como en el primer día de su misión en Galilea (Lucas 4:16-30), se le cierran las puertas de nuevo, como preludio de la “cerrazón” de corazón que será evidente en Jerusalén.
Los discípulos Santiago y Juan, conocidos como “hijos del trueno” (Marcos 3:17), le hacen honor a su apodo y reaccionan violentamente: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?” (Lucas 9:54). Aquí el texto nos interpela en el hoy de nuestra historia preguntándonos si “acabando con todo” es la mejor forma para afrontar el fracaso cuando las cosas no se dan de la manera como las deseamos. En este contexto Jesús nos da una enseñanza, reprendiendo a sus discípulos por su “primariedad” en el comportamiento y su manera “violenta” de asumir el fracaso: “Pero volviéndose, les reprendió” (Lucas 9:49-50.55). Jesús desea ser acogido, sin embargo, deja en libertad la decisión de los hombres ante tal pretensión. Desde el inicio de la subida a Jerusalén, comienza la pasión.
El discípulo deberá aprender que “tomar la cruz” implica cierto grado de madurez humana para afrontar el desprecio con amor (Lucas 6:27) como fruto del Espíritu (Gálatas 5:22) sabiendo respetar las decisiones de los demás así parezcan descabelladas o contrarias a las nuestras.
(3) Las exigencias del seguimiento (Lucas 9:57-62)
Jesús en camino hacia Jerusalén se encarga de formar a sus discípulos para la misión que tendrán que afrontar después de su muerte y resurrección. Para ello establece criterios de discernimiento en el discipulado profundizando en lo que significa renunciar a sí mismo, tomar la cruz cada día y seguirlo (Lucas 9:23).
Cada uno de los “candidatos” a ser discípulo revela una actitud frente al llamado que nos cuestiona a cada uno de nosotros, quienes podemos tener alguna de ellas o las tres de manera simultánea. El primero y el último se presentan de manera espontánea, el segundo es llamado directamente por Jesús.
El primero de ellos expresa a Jesús su incondicionada disponibilidad: “Te seguiré a donde quiera que vayas” (Lucas 9:57). Aparentemente es bastante precipitado. No ha mirado con detenimiento las implicaciones de sus afirmaciones. A veces somos bastante precipitados en las cosas de Dios y hacemos promesas que no han sido mediadas por un análisis interior que determine realmente hasta dónde somos responsables con la intención que expresamos para que haya coherencia entre lo dicho y lo asumido. Es aquel discípulo entusiasta que no mide consecuencias. ¿Será que está dispuesto a abandonarlo todo, abandonándose en la persona de Jesús? “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lucas 9:58). Si esto sucede con el “Hijo del hombre”, entonces ¿qué tanta disposición tiene el discípulo entusiasta para asumir esto mismo? Andar con Jesús supone estar dispuesto, salir de la comodidad de una vida instalada para afrontar imprevistos, pobreza y abandono en él.
El segundo coloca condiciones para seguirle: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre” (Lucas 9:59). Se antepone un “primero” al seguimiento. No es una prioridad el seguimiento de Jesús. Muchas veces colocamos “primeros” que se van prolongando indefinidamente. En su frase que denota no prioridad no hay claridad si se trata de esperar hasta la muerte de su padre o si éste ya murió y quiere asistir a las exequias. Jesús exhorta a dar prioridad al llamado: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios” (Lucas 9:60). No es una invitación a ser irresponsable frente a los suyos; por el contrario, es una exhortación a darle prioridad a la misión, y en la medida en que se le dé prioridad a la misma, todas las demás responsabilidades podrán ser asumidas de la mejor manera. El amor por el Señor está por encima al amor por todo. El reino que anuncia Jesús es de vivos: “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lucas 9:60) queriendo significar que los que no escuchan a Jesús y no lo siguen están espiritualmente “muertos”.
El tercero coloca también una condición: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa” (Lucas 9:61). Se coloca un “pero”. Los famosos “peros” que hay en nuestra vida discipular. El llamado implica dejar esos “peros”, los cuales condicionan la libertad del mismo. El ambiente que se describe pone a la luz un peligro; la despedida, la cual puede tardar un tiempo sobre todo en el contexto de Oriente, donde las familias son bastante grandes. En este tiempo, se puede cambiar la decisión, postergar o simplemente enfriar. Eso es lo que lo hacen los “peros” en nuestra vida. “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62), es decir, si en aquella época se araba con bueyes, el hecho de mirar hacia atrás implica que el arado va a quedar torcido, por lo tanto, no está bien hecho. No se puede hacer un seguimiento serio de Jesús si hay “peros” del pasado que no se han resuelto, porque no quedará bien hecho el surco discipular. El seguimiento implica un cortar con esos “peros’’ así sean familiares, económicos y hasta espirituales. El seguimiento implica libertad.
¿Qué tan maduros y preparados estamos para seguirle? Abandonémonos en él y dejemos que su corazón injerte nuestro corazón para poder asumir con decisión y valentía la misión que se nos ha confiado.
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