This is a different Easter message. I’ve shared Easter messages from Jerusalem some years ago, and I have shared Easter and Christmas messages from a variety of locations. Last year for Christmas, we were in San Diego. Today I’m in Paris, part of the Convocation of Episcopal Churches in Europe. We just finished a revival—over 50 young people and some 300-400 people from all over Europe who came for this revival service. It was a remarkable thing to behold and be part of.
The Convocation here in Europe is engaged in incredible ministries, with some joining together with Episcopal Relief & Development to make it possible for resettlement of those who are refugees from war and famine, particularly those who are refugees from Ukraine.
Thinking about it—I realize not only with this view—but with the reality of Easter looming on our horizon, John’s Gospel opens: “In the beginning was the Word, and the Word was with God, and the Word was God.” Then there is a point in which it says, of Christ coming into the world, “The light shines in the darkness and the darkness cannot overcome it.”
On that early Easter morning, John says in his 20th chapter, that early in the morning while it was still dark, Mary Magdalene and some of the other women went to the tomb. They went to the tomb after the crucifixion and burial of Jesus. They went to the tomb of their world having fallen apart. They went to the tomb of all their hopes and dreams having collapsed.
But they got up and they went anyway. They went to perform the rites of burial, to do for a loved one what you would want to do for them. They went, following the liturgies of their religion and their tradition, and, lo and behold, when they went, they discovered that, even in the darkness, the light of God’s love, the light of Jesus Christ—the light of Christ, as we say in the Great Vigil—in fact, was shining in the darkness, and the darkness did not overcome it.
Jesus had been raised from the dead. He was alive, and darkness and evil and selfishness could not stop him. Love—as the old song says—love lifted him up.
We are here in Paris, this wonderful city. While there are protests going on in the city—garbage has not been collected, and it’s all over the city—we are here in Paris, in Europe, with refugees streaming into this continent from all over the world, impacted by changes in weather pattern, impacted by war and famine. We are here in a world struggling to find its soul, but the light shines in the darkness, and the darkness has not, cannot, and will not overcome it. Jesus lives. He has been raised from the dead. That is the message of Easter, and that is the good news of great tidings. From Paris, I’m Michael Curry. God love you. God bless you, and the light shines in the darkness, wherever there is darkness. This little light of mine, I’m going to let it shine. Let it shine, let it shine, let it shine. Amen.
9 de abril de 2023 – Día de Pascua (A)
Semana 1: Reflexiones sobre la Resurrección: Mensaje de Pascua de 2023
Este es un mensaje de Pascua diferente. He compartido mensajes de Pascua desde Jerusalén hace algunos años, y he compartido mensajes de Pascua y Navidad desde una variedad de lugares. El año pasado, para Navidad, estuvimos en San Diego. Hoy estoy en París, parte de la Convocación de Iglesias Episcopales en Europa. Acabamos de concluir un avivamiento: más de 50 jóvenes y entre 300 y 400 personas de toda Europa vinieron para este oficio de avivamiento. Fue algo notable de contemplar y de ser parte de él.
La Convocación aquí en Europa está comprometida con ministerios increíbles, y algunos se asocian al Fondo Episcopal de Ayuda y Desarrollo para hacer posible el reasentamiento de los que son refugiados de la guerra y del hambre, particularmente de los refugiados de Ucrania.
Pensando en ello —me doy cuenta de que no sólo con este panorama, sino con la realidad de la Pascua que se avecina en nuestro horizonte, el evangelio de Juan comienza: «En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios». Luego hay un punto en el que dice, aludiendo a la venida de Cristo al mundo: «La luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron».
En esa madrugada de Pascua, Juan dice en su capítulo 20, que muy de madrugada, siendo aún oscuro, María Magdalena y algunas de las otras mujeres fueron al sepulcro. Fueron a la tumba después de la crucifixión y sepultura de Jesús. Fueron a la tumba de su mundo que se había derrumbado. Fueron a la tumba de todas sus esperanzas y sueños que se habían desplomado.
Pero se levantaron y fueron de todos modos. Fueron a realizar los ritos funerarios, a hacer por un ser querido lo que querrían que hicieran por ellos. Fueron, siguiendo las liturgias de su religión y de su tradición, y, he aquí que, al llegar, descubrieron que, incluso en la oscuridad, la luz del amor de Dios, la luz de Jesucristo —la luz de Cristo, como decimos en la Gran Vigilia Pascual— de hecho, estaba brillando en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Jesús había resucitado de entre los muertos. Estaba vivo, y las tinieblas, la maldad y el egoísmo no pudieron detenerlo. El amor —como dice la vieja canción— el amor lo levantó.
Estamos aquí en París, esta maravillosa ciudad. Si bien hay protestas en la ciudad, no han recogido la basura y está por todas partes, estamos aquí en París, en Europa, con refugiados que llegan a este continente de todo el mundo, afectados por los cambios en el patrón climático, afectados por la guerra y el hambre. Estamos aquí en un mundo que lucha por encontrar su alma, pero la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la han vencido, no pueden y no la vencerán. Jesús vive. Ha resucitado de entre los muertos. Ese es el mensaje de la Pascua, y esa es la buena nueva de gran gozo.
Desde París, soy Michael Curry. Dios les ama. Dios les bendiga, y la luz resplandece en las tinieblas, dondequiera que haya tinieblas. Esta lucecita mía, la dejaré brillar. Déjala brillar, déjala brillar, déjala brillar. Amén.