On September 9, The Episcopal Church celebrates the witness of Constance and her companions, remembered along with other faithful Christians as the Martyrs of Memphis.
Yellow fever, a mosquito-borne illness that frequently affected the American South during the late 19th century, had reached an epidemic status in August 1878. Memphis, Tennessee, on the banks of the Mississippi River, had been afflicted by the disease several times before, leading citizens to flee the city en masse at the earliest signs of an outbreak. More than half of the city’s population left, leaving more than 20,000 people behind. According to A Great Cloud of Witnesses, “As cases multiplied, death tolls averaged 200 daily. When the worst was over, ninety percent of the people who remained had contracted the fever; more than 5,000 people had died.”
Faithful Episcopalians and other Christians remained behind in the stifling heat to serve the city in its crisis. Chief among these saints were Constance, the Superior of the Sisters of St. Mary, and several other sisters of the order, who had come to Memphis some years earlier to found a girls’ school at St. Mary’s Episcopal Cathedral. The cathedral was located in the thick of the yellow fever epidemic, which provided ample opportunity to minister to the afflicted. They tended the sick, gave rest to the weary, soothed the suffering, and blessed the dying, making a special effort to find and take care of the numerous orphaned children of Memphis.
Constance and her companions knew well the danger and destruction that the fever represented, but would not be deterred from serving God and neighbor in that place. By the end of September, four of the sisters, along with two Episcopal priests and many unnamed volunteers, had succumbed to the fever: Sister Constance, Sister Thecla, Sister Ruth, Sister Frances, the Rev. Louis Schuyler and the Rev. Charles Parsons. Sister Constance’s last words, uttered when she was no longer physically able to serve, are enshrined in the altar at St. Mary’s Cathedral: “Alleluia! Osanna!”
Collect for Constance and Her Companions
We give you thanks and praise, O God of compassion, for the heroic witness of Constance and her companions, who, in a time of plague and pestilence, were steadfast in their care for the sick and dying, and loved not their own lives, even unto death; Inspire in us a like love and commitment to those in need, following the example of our Savior Jesus Christ; who with you and the Holy Spirit lives and reigns, one God, now and for ever. Amen.
This bulletin insert was adapted from A Great Cloud of Witnesses’ account of Constance and Her Companions.
3 de septiembre de 2023 – Pentecostés 14 (A)
La fiesta de Constanza y sus compañeras: Las Mártires de Memphis
El 9 de septiembre, la Iglesia Episcopal celebra el testimonio de Constanza y sus compañeras, recordadas junto con otros cristianos fieles como las Mártires de Memphis.
La fiebre amarilla, una enfermedad transmitida por mosquitos que afectó con frecuencia al sur de Estados Unidos a fines del siglo XIX, había alcanzado un estado epidémico en agosto de 1878. Memphis, Tennessee, a orillas del río Mississippi, había padecido la enfermedad varias veces antes, lo que condujo a los ciudadanos a huir de la ciudad en masa ante las primeras señales de un brote. Más de la mitad de la población de la ciudad se marchó, dejando atrás más de 20.000 personas. Según Una Gran Nube de Testigos, “A medida que los casos se multiplicaban, el saldo de víctimas alcanzó un promedio de 200 por día. Cuando lo peor había pasado, el noventa por ciento de las personas que se quedaron había contraído la fiebre, y más de 5.000 personas habían muerto”.
Los fieles episcopales y otros cristianos permanecieron en el lugar en medio del sofocante calor para servir a la ciudad en crisis. Se destaca entre estos santos a Constanza, la Superiora de las Hermanas de Santa María y varias otras hermanas de la orden, que habían venido a Memphis algunos años antes para fundar una escuela para niñas, adyacente a la catedral episcopal de Santa María. La catedral estaba ubicada en el epicentro de la epidemia de fiebre amarilla, lo cual brindaba amplias oportunidades de atender las necesidades de los afligidos. Las hermanas cuidaban a los enfermos, daban descanso a los cansados, calmaban el sufrimiento y bendecían a los moribundos, haciendo un esfuerzo especial para encontrar y cuidar de los numerosos huérfanos de Memphis.
Constanza y sus compañeras conocían bien el peligro y la destrucción que representaba la fiebre, pero nada las detendría para servir a Dios y al prójimo en ese lugar. A fines de septiembre, cuatro de las hermanas, junto con dos sacerdotes episcopales y muchos voluntarios no identificados, habían sucumbido a la fiebre: las hermanas Constanza, Tecla, Ruth, y Frances, y los reverendos Louis Schuyler y Charles Parsons. Las últimas palabras de la hermana Constanza, pronunciadas cuando ya no podía físicamente servir, se conservan en el altar de la catedral de Santa María: “¡Aleluya! ¡Hosanna!”
Colecta para Constanza y sus Compañeras
Te damos gracias y alabanzas, oh Dios compasivo, por el testimonio heroico de Constanza y sus compañeras, quienes, en tiempo de la plaga y de la peste, se mantuvieron firmes en el cuidado de los enfermos y moribundos, no amando sus propias vidas, incluso hasta la muerte. Inspira en nosotros un amor y un compromiso similares hacia los necesitados, siguiendo el ejemplo de nuestro Salvador Jesucristo; quien contigo y el Espíritu Santo vive y reina, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén.
Este encarte de boletín fue adaptado de Una gran nube de testigos, la narración de Constanza y sus Compañeras.